6 de agosto de 2024

Del modo ‘superficie’ al modo ‘profundidad’

Comentaba la maravilla que suponía descubrir toda la riqueza que alberga nuestro sí-mismo; acostumbrados a vivir en modo ‘superficie’, nos es difícil descubrir otras dimensiones o niveles de nuestra humanidad los cuales, desde los usos habituales del modo superficie, son inaccesibles como tales. El descubrir ese modo ‘profundidad’ de ser supone una verdadera transformación personal, una auténtica ‘metamorfosis trascendental’, como le gustaba decir a Schopenhauer.

¿En qué consiste esta transformación? ¿Cómo se lleva a cabo? La noticia de esa dimensión profunda de nuestro ser no podemos sino tenerla desde el modo de superficie: oímos hablar de ello, conocemos a personas contemplativas que nos cuestionan… Pero difícilmente se puede dar el salto a la profundidad desde los modos y los usos de superficie pues, por definición, esos usos y modos deben ser dejados a un lado, cuanto menos en los momentos explícitamente dedicados a ello. Y por ahí se empieza: cuando uno tiene noticia de ello, y le surge la inquietud por ir tras ello, pues sólo tiene que ponerse manos a la obra. A mi modo de ver, la transformación no comienza de otro modo que, partiendo de ese estado de superficie, y habiendo atisbado la posibilidad de otro modo de vida más enriquecedor, orientar nuestra vida hacia ello.

Si lo pensamos, no deja de ser clamoroso que nosotros no siempre seamos conscientes de cómo somos esencialmente, de qué carácter es nuestra realidad esencial; por lo general, ello se debe a que nuestra mente no es lo suficientemente transparente, no está sintonizada con ese fondo al que eclipsa con la vertiginosidad de sus pensamientos y sus atropelladas actividades. Ese mundo agitado de imágenes y palabras nos impide gozar de la mínima serenidad necesaria para hacer actual nuestra dimensión profunda. Si aprendemos a ir más allá de las formas y los conceptos, también seremos capaces de aprehendernos más allá de las formas y los conceptos, todo lo cual supone una auténtica revolución antropológica, un verdadero desarrollo personal. De hecho, esto es la que trata de explicarnos san Juan en la Subida, superar esa barrera que supone el tránsito en el que las cosas van dejando de tener ese poder sobre nosotros, pero todavía no lo tiene suficientemente el vacío en que Dios habita.

Como decía, esta transformación tiene una dimensión antropológica antes que espiritual. De hecho, la espiritual no comienza antes de que la persona esté dispuesta adecuadamente, esté descondicionada, todo lo cual supone que hay que ‘rearmarla’ desde el punto de partida habitual que suele ser una desestructuración radical propia de cuando se vive en la superficie. No pocos problemas de toda índole que padecemos las personas tienen su origen en esta desestructuración, en el hecho de que nuestros planos y niveles andan ‘sueltos’, cada uno por su lado, sino una mínima y sana integración. Vivimos desacompasadamente, nuestra mente suele ir desconectada de nuestro sí-mismo, y el ruido se hace omnipresente en nuestras vidas en infinidad de maneras.

Una clara muestra de estos ruidos puede ser esta experiencia, que todos hemos tenido en alguna ocasión, de que hay en nosotros como dos ‘yoes’: uno que hace ciertas cosas, y otro que se caracteriza más que por destacar lo bueno que hacemos, por denunciar lo malo, con reproches culpabilizadores, en una especie de castigo autoinfligido, entrando en una circularidad perniciosa que, por lo general, no nos lleva a ningún cambio, sino, más bien, a sentirnos mal con nosotros mismos para seguir haciendo, la mayoría de las veces, lo mismo. Solemos tener una personalidad desdoblada: la que realmente actúa, y la otra que hace de juez, que recrimina, castiga o penaliza, nada de lo cual nos ayuda a cambiar realmente. Incluso en ocasiones este desdoblamiento se ha convertido en parte íntima nuestra, tanto que pensamos que es difícil que no sea de esta manera, porque es nuestro carácter, somos así. Algunas personas se sienten culpables cuando se sienten bien.

Y es que, cuando afrontamos nuestros problemas ‘desde fuera’, desde la reflexión consciente y deliberativa, desde el ámbito de lo mental, quizá no estamos afrontando el problema con la mejor estrategia; en vez de hacerlo de fuera adentro, quizá podríamos hacerlo de dentro afuera, de modo que no sea lo mental lo que dirige el proceso, sino que sea lo corporal, nuestro sí-mismo que nos habla desde su fondo esencial: quizá, en lugar de hablarnos a nosotros mismos desde fuera a dentro, sería más oportuno escuchar lo que viene de nosotros, desde dentro. Porque el modo de reducir y silenciar esos ruidos no se puede hacer desde la superficie, sino que es preciso que nuestro sí-mismo se haga actual según su modo específico. Mientras lo hagamos desde la conciencia, podemos emplear toda nuestra vida en conseguir algo que, por definición, es imposible: no se puede acallar la mente desde la mente.

Todo esto que sobre el papel parece de Perogrullo, que parece algo muy natural y evidente, es en verdad muy poco frecuente. ¡Tan lejos estamos de nosotros mismos! Somos personas fundamentalmente mentales; vivimos a base de pensamientos, emociones, sin parar de hacer cosas, todo lo cual no es que sea malo en sí, pero quizá sí que lo sea cuando se adueña tanto de nosotros que nos impide sencillamente escuchar, sentirnos, experienciarnos. Sólo el proceso de silenciamiento nos abre a nuestra dimensión profunda; mientras no sea así, nuestra mente reflexiva se tornará inoperante. El asunto no pasa porque el análisis sea mejor o peor sino que, por muy acertado que sea, por muy correctas que sean sus conclusiones, no nos podrá realmente ayudar, pues nos mantenemos en el ámbito de nuestra periferia, en el ámbito de la superficie. No es así posible un cambio real en nosotros.

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