9 de mayo de 2023

El antídoto al abuso de la abstracción: ser es ser percibido

El hecho de afirmar la existencia real de las cosas allende su presencia en la mente se debe ―en opinión de Berkeley― al abuso de la abstracción: «¿puede haber más flagrante abuso de la abstracción que el distinguir entre la existencia de los objetos sensibles y el que sean percibidos, concibiéndolos existentes sin ser percibidos?» (§5). ¿Cómo es posible separar la existencia de las cosas en sí mismas, allende la noticia sensible que podamos tener de ellas? ¿Cómo es posible separar las cosas de su propia percepción?

El punto de partida de Berkeley es que la noticia que tenemos de los objetos es a base de sensaciones e impresiones sobre nuestros sentidos, generándose así las ideas, etc. Y se pregunta: «¿Y será posible separar, ni aun en el pensamiento, ninguna de estas cosas de su propia percepción?» (§5). Lo cierto es que podemos, con nuestra imaginación, concebir por separado cosas que sensiblemente no hemos percibido así. Podemos concebir, por ejemplo, el olor de una rosa sin tenerla presente. Pero esto no es sino una abstracción, porque sin la presencia de la rosa, difícilmente podremos olerla.

La abstracción se puede corresponder bien con cosas que hemos percibido antes pero ahora no (el olor de la rosa) bien con cosas que nunca hemos percibido (un canguro verde). Toda imaginación lo que hace es combinar cosas de la que de alguna manera ya hemos tenido noticia sensible; no podemos imaginarnos nada que no se construya a partir de las cosas que ya hemos percibido. Pero el poder de la abstracción no va más allá. Entiendo, pues, que para Berkeley hay una diferencia entre la noticia mental producto de una abstracción, y la noticia mental producto de una percepción. Aquí Berkeley juega con dos tipos de ideas: las que hemos ‘percibido’ de una determinada manera ‘impuesta’ por la cosa que hemos percibido, y las que hemos ‘construido’ con nuestra abstracción imaginativa jugando con aquéllas. Las primeras se nos imponen, no podemos manejarlas a nuestra voluntad; las segundas dependen de nuestra imaginación, y sí que las podemos manejar. Y son distinguibles unas de otras. Pero de ambas ideas tenemos noticia, ambas tienen presencia en nuestra mente: tanto la de la rosa, como la del canguro verde, pero no de la misma manera: unas se nos imponen, y las otras no. Las segundas las manejamos a nuestro antojo, aunque dependamos de lo percibido previamente como elementos sobre los que ejercer la imaginación, mientras que las primeras son como son, y nos dicen cómo son las cosas.

El caso es que no nos es posible ver o sentir ninguna cosa sin poseer una sensación actual de ella; y, en continuidad con ello, no es posible tener presencia mental de un objeto diferente a la percepción o sensación del mismo. Dice: «así como es imposible ver o sentir ninguna cosa sin la actual sensación de ella, de igual modo es imposible concebir en el pensamiento un ser u objeto distinto de la sensación o percepción del mismo» (§5).

Todo lo que vemos y sentimos son impresiones sobre nuestros sentidos que se hacen presentes en nuestra mente, y las cosas no se pueden separar de su percepción, pues son de alguna manera lo que percibimos de ellas. De aquí concluye Berkeley su famosa aseveración. Si no se puede asegurar la existencia real de lo abstraído, sólo cabe concluir que la existencia real de los cuerpos se da en tanto que son percibidos, es decir, ‘sólo tienen sustancia en una mente’: «su ser (esse) consiste en que sean percibidos o conocidos» (§6). Es decir: ‘ser es ser percibido’. De hecho, nos reta a que tratemos de distinguir en nuestro pensamiento el ser de una cosa sensible de la percepción de ella.

a continuación dice una idea que tiene mucha miga: «Y por consiguiente, en tanto que no [aquí dice ‘nos’, pero creo que es una errata] los percibamos actualmente, es decir, mientras no existan en mi mente o en la de otro espíritu creado, una de dos: o no existen en absoluto, o bien subsisten sólo en la mente de un espíritu eterno; siendo cosa del todo ininteligible y que implica el absurdo de la abstracción al atribuir a uno cualquiera de los seres o una parte de ellos una existencia independiente de todo espíritu» (§6). Las cosas reales muy bien pueden estar presentes, ser actuales, en los espíritus creados, momento en el que nos hacemos eco de nuestra existencia. Pero, ¿qué ocurre con aquellas cosas reales que no están siendo percibidas por ningún espíritu creado? Pues que están presentes en la mente de un espíritu eterno: Dios en el pensamiento de Berkeley. Así salva Berkeley las cosas. Berkeley no entiende que las cosas pasivas tengan existencia por sí mismas, sino que penden de la actividad de una mente, de un espíritu, bien sea un espíritu creado, bien sea un espíritu creador.

Pero claro, esto implica un cambio de clave fundamental, porque los espíritus creados no ‘crean las cosas metafísicamente’, sino que solamente pueden afirmar su existencia en tanto que están presentes en su mente, sólo les dotan de ‘ser’, no de ‘realidad’; en cambio, el espíritu eterno, al pensar las cosas, al tenerlas presente en su mente, sí que las crea, de modo que les dota de existencia real de carácter metafísico. Un espíritu creado no puede dotar de realidad metafísica a las cosas tal y como lo hace un espíritu eterno: en el segundo caso, el ser está coimplicado con la existencia, mientras que en el primero no. Ya vimos que Berkeley no duda de la existencia de las cosas, sino que lo que se cuestiona es el fundamento de su existencia. Este fundamento ya no cabe situarlo en la sustancia material; ¿dónde, pues? Pues en la mente divina. Cuando las cosas son pensadas o están presentes en un espíritu eterno, nos abrimos al plano metafísico; cuando ocurre lo propio en un espíritu creado, nos situamos en el plano gnoseológico-ontológico. Y así se está produciendo un giro importante para entender lo que es la ontología: si clásicamente el ser se asociaba a la existencia de las cosas, a partir de la modernidad, se asociará a su conocimiento.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Bueno, creo que Berkeley no lo decía en el sentido en que creo que lo dices tú, pero no por ello es menos cierto. Claro que sí. Un saludo.

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