14 de marzo de 2023

La osadía de apuntar con el dedo

Puede parecer paradójico, pero uno de los actos cruciales en los que se demuestra que un bebé evoluciona adecuadamente, que madura según unas pautas que pueden ser consideradas como ‘normales’, es uno tan sencillo como apuntar con el dedo. Un acto que no deja de ser un acto valiente, en tanto que supone un cambio radical en su modo de estar en el mundo. Que un bebé apunte con su dedo a un objeto, supone un punto de inflexión radical en su personalidad y en su proceso madurativo.

Como explica Cyrulnik, para que un niño apunte a un objeto con su dedo han de sucederse distintos momentos. Por lo general, el niño suele mirar hacia aquello que quiere, gritando y haciendo aspavientos seguramente; cuando se da cuenta de que no lo puede alcanzar, dejará de esforzarse y comenzará a llorar (incluso en algunos casos más extremos se puede lastimar a sí mismo). Esto es lo usual al principio. Un poco más adelante, en torno al año (un poco antes en las niñas y un poco después en los niños) se produce un cambio muy significativo: ya son capaces de apuntar al objeto deseado con el dedo. Es un cambio muy significativo porque ello requiere ya un pensamiento organizado. En un principio el deseo de conseguir el objeto le inunda y le absorbe, se apodera a él, empastado como está en la situación, no pudiendo todavía alcanzar un mínimo de distancia para poder situarse de otro modo. Gracias a este otro modo de situarse puede hacer frente a esa ‘inmediatez’ que se le impone al querer apropiarse del objeto; superar dicha urgencia le permite tomar cierta distancia en virtud de la cual representarse la situación de un modo más elaborado. ¿Cuál? Aquel que ya no se vive con esa intensidad impulsiva que lo llena todo, sino con cierta distancia que le permite observar las cosas y designarlas. Mientras está embebido, empastado en la situación, el bebé no posee la holgura suficiente para distanciarse y, desde esa ‘distancia’, poder señalar.

«Es preciso que deje de empeñarse en alcanzar el objeto para apropiárselo de forma inmediata; debe adquirir la representación elaborada que, por designación, remite a cualquier cosa que se encuentre alejada en el espacio y que pueda obtener por intermediación de la madre».

Curiosamente, antes de señalar algo, el niño mira a la madre, al padre, o al adulto que se encuentre con él en la habitación; hacia su figura de apego. El bebé busca amparo en una figura de confianza, en ausencia de la cual su estimulación se verá gravemente mermada: en este caso, al observar que él no puede alcanzar su objetivo, y que nadie le ayuda, todo posible interés en continuar por ese camino se verá reducido inexorablemente. Démonos cuenta del cambio que esto le supone en su estar en el mundo, un paso adelante muy importante en su proceso de ser persona, y en el que cabe situar también el origen de su esfuerzo para la articulación de las palabras. Esta idea es muy interesante, y no puede sino recordarme las reflexiones de Merleau-Ponty. «El lenguaje surge inicialmente a partir de un conjunto conductual designativo, que presupone una maduración biológica determinada, y se impone no en un cara a cara del niño con la cosa designada, sino gracias a una doble referencia afectiva a la cosa y a la persona de apego. De este modo, la cosa puede convertirse en ‘objeto’ de designación, tema de una vocalización que acompaña regularmente el señalamiento con el dedo».

Tan importante es el proceso de crecimiento propio del bebé en tanto que ser humano, como que éste se dé en un entorno lo suficientemente de confianza como para poder lanzarse a la aventura de encarar nuevos retos, fundamental para su proceso madurativo. En este acto tan ‘sencillo’ se da un punto de inflexión en el que cabe situar el origen del pensamiento simbólico, todavía por desarrollar. Un punto de inflexión que, para que se dé, son necesarios una serie de requisitos ‘etológicos’, psico-biológicos. Por lo general, niños abandonados, a pesar de poseer el mismo sistema fisiológico que niños normales, no señalan con el dedo. Un caso extremo es el de los niños ‘bajo llave’ (que ya comentamos aquí). Si bien este caso es infrecuente, ya no lo es tanto el de aquellos padres que encierran a sus hijos largos intervalos de tiempo para poder hacer otras cosas, o los atan a sus sillas de cara al televisor o a alguna otra pantalla para impedir que realicen trastadas mientras están ausentes, entre otras dinámicas. Desgraciadamente, la realidad en estos casos supera la ficción, y la imaginación. Pues bien, estos niños, también ‘bajo llave’ de alguna manera, suelen vivir el día a día en situaciones de auténtica privación social y sensorial, siendo problemáticos para ellos incluso el ‘sencillo’ acto de apuntar con el dedo y, por ende, de todo lo que tiene que ver con la gestión simbólica con la realidad.

4 comentarios:

  1. El niño apunta con el dedo por imitación (primeras fases de aprendizaje Vicario).En realidad no sería necesario esa dependencia de apego .El niño lo que desea es agarrar el objeto ,como reflejo de pinzar con el pulgar.
    Saludos cordiales!

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    1. Hola, ladoctorak. Pues yo tengo mis dudas. Creo que el ver la conducta en otros es condición necesaria, pero no sé si suficiente; lo digo porque creo que hace falta un ingrediente más para el el bebé se 'lance a la aventura', como es la energía, el 'arrojo'. Si el bebé (y creo que esto se puede extender a cualquier nueva conducta de cualquier persona) ve una conducta en otro pero no se siente seguro, no tiene la suficiente confianza, no sé hasta qué punto se lanzará. Así lo veo yo. Un saludo.

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  2. Por supuesto que la confianza en el entorno es significativa, como refuerzo positivo, en el desarrollo psicomotriz del niño.
    Gracias por compartir opinón,A.

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  3. Sí, en mi opinión son importantes, o necesarios, ambos factores: el ejemplo y el entorno de confianza. Gracias por comentar. Un saludo.

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