23 de agosto de 2022

El riesgo de las democracias: el despotismo

Explicaba Alexis de Tocqueville (1805-1859) el gran error que suponía pensar que, por el hecho de vivir en una sociedad democrática, las libertades de los individuos ya estaban garantizadas: era el espejismo de una democracia libre. Nada de eso. Y, yendo más lejos, alertaba de que no sólo es que no están garantizadas, sino que el riesgo de su pérdida sigue tan perfectamente vigente como en los regímenes totalitarios, aunque ciertamente según mecanismos distintos. Tocqueville fue sin duda una de las mentes más lúcidas del siglo XIX en lo que a sociología política se refiere, tal y como explica aquí Sánchez Cámara. Vio claramente que la democracia no garantizaba por sí sola la libertad, sino que muy bien podía conducir a la servidumbre y a la miseria. «Del imperio de la igualdad —decía— proceden dos caminos. Uno conduce a la libertad, la civilización y la prosperidad. El otro, a la servidumbre, barbarie y la miseria». Y está en mano de los ciudadanos demócratas que el curso de la sociedad sigua un derrotero o el otro. De hecho —pensaba— aquellos que apostaban n por el camino de la libertad no tenían poco trabajo a la hora de minimizar la tiranía de aquellos que, desde una degeneración de un planteamiento democrático original, tergiversaban la política en orden a sus intereses.

La democracia se caracteriza por ser aquel modelo de sociedad (pues para él, la democracia antes que un sistema político es un tipo social) en el que todas las personas son consideradas legalmente iguales, sin diferencias por motivo de nacimiento, raza, sexo, etc. Lo cual es un gran avance, sin duda. Pero como decía también Stuart Mill, los fallos de un planteamiento social sólo salen a la luz cuando es llevado a la práctica, y ello ocurrió con la misma democracia, con el correr de los años. Fue así que se observó en su seno una tendencia natural según la cual se favorece más la servidumbre que la anarquía, el acomodamiento que la reivindicación; lo que posee un correlato muy significativo, a saber: que los individuos se van haciendo cada vez más insignificantes, sobre los cuales emergen unos poderes sociales cada vez más grandes.

Basta para ello que esgriman su poder en nombre de la ‘igualdad’, palabra mágica que hipnotiza y convence a todos, que muy bien puede ser sustituida por otras palabras mágicas: libertad, dignidad, etc. La consecuencia de todo ello es que, si esta tendencia es dejada a su devenir, poco a poco los gobernantes pasan de gobernar al pueblo, a ir dirigiendo cada vez más de cerca sus vidas.

No es éste el único riesgo que denuncia el pensador francés al pensar sobre la democracia: hay otro muy relevante que denomina la tiranía de la mayoría. Lo decía en el sentido de que es más que discutible que cualquier cosa que vote la mayoría, o que decidan aquellos que han sido elegidos para el gobierno de un Estado, lleve de suyo el derecho a su implementación. Para eso precisamente está la justicia, porque gracias a ella se limitan los abusos, erigiéndose así en la garante de los derechos del pueblo. Destaca Tocqueville el importante papel de la justicia ante la tendencia al aumento del poder y a la reducción del individuo, ante esa omnipotencia de la mayoría que destruye la libertad; ante todo ello, la justicia es la única defensa. Como se hace eco el propio Tocqueville en La democracia en América, «ni el poder de los emperadores romanos alcanzaba a extenderse sobre todos los aspectos de la vida de sus súbditos (…). Su tiranía era, a la vez, violenta y restringida».

Es fácil observar que, en las sociedades democráticas, más sutilmente que en los regímenes totalitarios, se nos dirige cada vez más de cerca, por unos amos que elegimos nosotros mismos, y que quieren ahorrarnos la molestia de pensar y de actuar, porque actúan y deciden ‘para nuestro bien’. Es suave la pendiente hacia ese dejarnos hacer como ciudadanos; en este sentido, el despotismo constituye seguramente el mayor peligro de las democracias. «Por encima del pueblo se establece un poder inmenso y tutelar que vela por su felicidad, pero que quiere para sí la exclusiva. Querría librarles por entero de la molestia de pensar y del trabajo de vivir»; una forma de servidumbre, reglamentada, benigna y apacible, que es compatible con la ilusión de la soberanía de un pueblo adormecido.

Para evitar estos abusos, Tocqueville propone la independencia política de la justicia, junto con una mayor participación ciudadana en las instituciones mediante una descentralización del poder hacia su municipalización. Aunque también propone otras medidas para evitar esa desgraciada tendencia. En primer lugar, la iniciativa ciudadana plasmada en la creación de asociaciones, así como en su propia formación, para la toma de consciencia y reivindicación de sus derechos individuales fundamentales. Es un error pensar que, por estar ya en una democracia, los derechos individuales están salvaguardados; todo lo contrario: cuando la soberanía popular se entroniza, el pueblo se relaja confiado, sembrando el terreno para que la idea de sus propios derechos se vaya diluyendo en favor de los grupos de poder. No hay que subestimar en ningún momento las dificultades intrínsecas al mantenimiento vivo de un espíritu social democrático, y la facilidad con la que se llega al despotismo. La ciudadanía se debe sensibilizar a sí misma para mantenerse atenta.

En segundo lugar, la libertad de prensa, pero con cierta cautela: la prensa puede ser peligrosa a causa de sus excesos, pero mucho más perjudicial es la censura. Como dice Sánchez Cámara, «es absurdo conceder al pueblo el derecho a gobernar la sociedad y hurtarle el derecho a opinar libremente y a expresar sus opiniones». Si la prensa supone un antídoto al despotismo democrático, un antídoto a sus posibles excesos puede encontrarse en la multiplicación y diversificación de los medios. Y así, en conjunto, si bien cada medio tiene poco poder, todos juntos tienen mucho, y se erigen en un inestimable aliado del pueblo. Sólo estando atentos se caminará, no hacia el despotismo y la tiranía, sino hacia la libertad y la prosperidad del pueblo y del Estado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario