5 de julio de 2022

Caricias para el alma

Hablar de caricias en los tiempos que corren parece un poco anodino, desafiante si se quiere; si hay algo que va en contra de nuestros ritmos de vida, es todo lo que rodea a algo tan sencillo e importante como una caricia. La caricia supone una adaptación a un ritmo lento, al ritmo de las cosas: un ‘olvido de la prisa’, en el que hace eclosión la vida. Durante la caricia parece que el tiempo no discurra, que quede suspendido, instalándonos en una actitud serena, más radical, en la que todo lo que tiene que ocurrir ya está ocurriendo. Una caricia apresurada, una caricia rápida, es todo menos una caricia, es una ‘anticaricia’, es una caricia falsa, es un engaño.

La caricia implica adoptar una actitud tierna; y la caricia, como la ternura, requiere serenidad y, con ella, disfrute: tiene algo de espera, pero de espera en la confianza, en la seguridad tranquila, en la fruición del momento que se vive. Acariciar y ser acariciado supone entrar en una dinámica de vida cuyo ritmo sereno, opuesto al atropellado de nuestras prisas cotidianas, se acompasa al de las cosas, según el cual devienen. El ritmo de la caricia es el ritmo de las cosas: quizá de ahí surja esa confianza radical, ese anhelo innombrable que nos embarga y subyuga porque ahí resuena el soplo de la vida. En el ritmo de la caricia nos unimos al ritmo de nuestras células, al de nuestros órganos, al de nuestra biología, al de la vida, y con todo ello armonizamos con lo esencial. En toda caricia hay algo corporal, sí, pero también espiritual. Y del mismo modo que disfrutamos de una caricia sobre nuestra piel, se disfruta de las caricias sobre nuestra alma. Son días para acariciar nuestra alma.

3 comentarios:

  1. ...como el anhelo metafísico de las flores.

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    1. Quien sabe mirar a una flor, mira a través de ella al universo entero. ¡Un abrazo!

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