10 de mayo de 2022

La de arena de Merleau-Ponty sobre el problema de Driesch (1de2)

Como vimos en un post anterior de hace unos meses (en éste), Merleau-Ponty hacía una aproximación (a lo fenomenológico) de qué pudiera ser un objeto percibido ‘en sí’, postura que pensaba que no era demasiado radical, pero muy sugerente. Tanto es así que creo que reflexionar sobre ello nos puede servir muy bien para comprender qué es la metafísica desde la perspectiva contemporánea. Para ello me quiero centrar en cómo incardina el objeto de nuestra atención sobre un horizonte. Hagamos un juego de malabares, a ver qué pasa.

En principio, nuestro entorno está repleto de objetos sobre los que podemos fijar nuestra atención; todos los objetos son perceptos posibles. En el momento en que nos fijamos en uno de ellos, los demás aparecen desplazados irremisiblemente a un segundo plano. No podemos atender a dos objetos a la vez, salvo que los agrupemos en uno sólo. Se da así una relación sistémica, de modo que, cuando un objeto se erige en el foco de nuestra atención, se desplazan los demás cubriéndolos de cierto velo de ocultación. Es condición de posibilidad: «el horizonte interior de un objeto no puede devenir objeto sin que los objetos circundantes devengan horizonte». La visión es un acto con dos caras: no hay objeto sin horizonte, y tampoco hay horizonte sin objeto.

Pero este horizonte tiene una función más que la de ser el correlato de la percepción de un objeto sobre el cual deponemos nuestra atención, a saber: asegurar la identidad del objeto en el curso de nuestra exploración. El horizonte no es un elemento secundario, ante la relevancia del objeto de atención, sino que adquiere un papel fundamental. ¿Qué quiere decir esto? Pues que dicho horizonte es el telón de fondo sobre el cual mi percepción se va a apoyar, para establecer precisamente la percepción adecuada de lo percibido; sin él, difícilmente podría tener la seguridad de que lo que percibo puede tener un correlato con el objeto. Digamos que el horizonte es aquello a lo que me agarro para no ir deambulando por ahí. «El horizonte es, pues, lo que asegura la identidad del objeto en el curso de la exploración, es el correlato del poder próximo que guarda mi mirada sobre los objetos que acaba de recorrer y que ya tiene sobre los nuevos detalles que va a descubrir». Destaquemos esa expresión: el horizonte es ‘como un poder que guarda nuestra mirada’, la cual, entonces, no puede divagar sobre él de manera arbitraria o imaginaria, si se quiere que sea una percepción (y no una ficción, por ejemplo). Fijémonos que esta función no podría ser desempeñada ni por ningún recuerdo, ni por ninguna conjetura; como muy bien afirma Merleau-Ponty, a lo más que podríamos llegar con estos apoyos (el recuerdo o la conjetura) sería a una ‘síntesis probable’, pero nunca a una percepción, la cual se distingue por su carácter efectivo.

Como consecuencia de todo ello, nos damos cuenta de que va implícito en la percepción del objeto, pues, un carácter de apertura, en el sentido de que es preciso para percibir adecuadamente un objeto, percibir lo que hay tras él, lo que lo trasciende, es decir, su horizonte. En la percepción va implícito un carácter de apertura trascendental. El horizonte, lejos de ser un estorbo, o de propiciar un ámbito en el que las cosas se difuminan y pueden ocultarse, es la condición de posibilidad de la percepción. «La estructura objeto-horizonte, eso es, la perspectiva, no me estorba cuando quiero ver al objeto: si bien es el medio de que los objetos disponen para disimularse, también lo es para poder revelarse». Nos damos cuenta, pues, de cómo, tras cada objeto percibido, hay un horizonte difuso tras él, un campo de objetos del que depende y que lo posibilita; o, dicho de otro modo: cada objeto percibido nos abre a la posibilidad de poder percibir los objetos que aparecen primariamente velados en el horizonte, pero que no pueden no estar, pues en ese caso la percepción no sería posible. Dice Merleau-Ponty una idea que no tiene desperdicio:

«Ver es entrar en un universo de seres que se muestran, y no se mostrarían si no pudiesen ocultarse unos detrás de los demás o detrás de mí. En otros términos, mirar un objeto, es venir a habitarlo, y desde ahí captar todas las cosas según la cara que al mismo presenten. Pero, en la medida en que yo también las veo, las cosas siguen siendo moradas abiertas a mi mirada y, virtualmente situado en las mismas, advierto bajo ángulos diferentes el objeto central de mi visión actual. Así, cada objeto es el espejo de todos los demás».

¡Qué expresión más bonita! ‘Cada objeto es el espejo de todos los demás’; en la percepción de cada objeto aparecen presentes, pre-anunciados o pre-presentados podríamos decir, todos los demás. El campo fenoménico sería como un bol con cerezas: percibir un objeto ‘arrastra’ consigo el resto de objetos susceptibles de ser percibidos. ¿Qué consecuencias metafísicas posee todo esto?

3 comentarios:

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  2. De como mi horizonte se expande a través de la Mirada del Otro

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    1. Pues algo de eso hay, aunque Merleau-Ponty se sitúa aquí en un nivel previo, en la 'sencilla' percepción que uno realiza cotidianamente de las cosas. Sin duda, en un ámbito posterior, la experiencia del otro en mi vida también influye en este sentido. Serían dos espacios concomitantes.

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