5 de octubre de 2021

Un encuentro (literario) oportuno

Decía François Mauriac que, en su opinión, los encuentros en la vida casi nunca se dan en el momento favorable. Y lo justifica mediante su propia experiencia ―la verdad es que no muy afortunada en este sentido― que relata en un texto de su bloc de notas. Dice: «Un día en casa de una amiga, un amable austríaco me hizo grandes cumplidos que yo escuché, cortés y distraído; era Rilke, del que desconocía casi todo. Otra vez quizá hablé con Hoffmansthal, ¡pero ni siquiera estoy seguro de ello! Creo haber entrevisto en casa de Daniel Halevy a un inglés escuálido e hirsuto que se preparaba para morir: era D.H. Lawrence. No había leído nada de él y apenas le miré».

He leído esta cita en un libro delicioso e instructivo a la par, Medicina y actividad creadora, de una de las figuras intelectuales más potentes del siglo XX español, e injustamente de las más desconocidas: me refiero a Juan Rof Carballo. Un autor sorprendente, no sólo por sus conocimientos médicos y fisiológicos sobre el ser humano ciertamente avanzados para su época, sino también por sus amplios conocimientos literarios e incluso filosóficos, codeándose con la intelectualidad más destacada de la España de entonces. No en vano, y supongo que tampoco por casualidad, este libro que comento fue publicado en Revista de Occidente.

Con la sensibilidad que le caracteriza, dice Rof comentando este pasaje de Mauriac que, efectivamente, estos encuentros o desencuentros afortunados o desafortunados pesan sobre nuestras vidas, poseen efectos cuyo alcance desconocemos. Creo que todos tenemos experiencia de citas a destiempo cuyas consecuencias suelen ser difíciles de reparar. Sin embargo, el autor español es más positivo que el francés; Rof cree que, de hecho, no es tan cierto que el encuentro oportuno casi nunca ocurra, todo lo contrario: para Rof «aun sin darse cuenta de ello, la vida de la mayoría de los mortales está colmada de providenciales azares, de citas a las que, de manera inconsciente y sin merecerlo, llegamos con la precisa oportunidad». Y ello no depende de ser más o menos listos, pues hasta los más sabios (¡el mismo Mauriac!) pasan por delante de muchos encuentros que el destino les ofrece, sin percatarse de ello. La vida está repleta de huellas que no sabemos identificar.

La verdad es que Mauriac se caracteriza por cierto pesimismo. ¿Cómo lo sé? Pues aquí viene el origen del post, el cual hay que situarlo gracias a un encuentro (literario) oportuno, muy oportuno. Siendo joven, un sacerdote amigo mío ya fallecido, un hombre sabio, y con una mirada profunda y serena sobre la vida, a quien yo quería mucho, me recomendó un libro fantástico.

Que yo recuerde, durante todo el tiempo que compartimos sólo me recomendó tres: Esperando a Godot, de Beckett; Introducción al cristianismo, de Ratzinger; y al que me refería: Literatura del siglo XX y cristianismo, una obra escrita en seis tomos por el sacerdote belga Charles Möeller, y traducida por uno de los mejores traductores en España: Valentín García Yebra. Pues bien, creo que la lectura sobre todo de esta tercera obra fue uno de esos encuentros oportunos que el destino depara, en este caso en mi vida. En cada uno de los tomos analiza Möeller varios escritores contemporáneos (del siglo XX), agrupados en torno a un eje temático que los hilvana. El primero habla de Camus, Gide, Huxley, Weil, Graham Greene, Julien Green y Bernanos, en torno al tema del silencio de Dios. Otros tomos giraban en torno a la esperanza, la figura de Jesucristo, o en torno a la existencia humana articulada en torno al exilio y al regreso, en cada uno de los cuales analizaba la obra de diversos autores: Jean Paul Sartre, Marguerite Duras, Miguel de Unamuno (único español que aparece, por cierto), Kafka… en fin, la flor y nata de las letras del siglo XX.

Cuando una vez me preguntaron, si me fuera a una isla desierta, qué obra me llevaría, seguramente ésta sería una de las candidatas. Con una pluma cautivadora, y un conocimiento sorprendente, Möeller nos introduce en las vidas de los protagonistas, desde las cuales poder comprender mejor su producción literaria. Y me enseñó a leer; me enseñó a no contentarme con las obras más conocidas de los autores, sino a bucear en su universo literario de la mano de sus biografías, intentando mirar más allá de lo que a primera vista se ve. Estuve disfrutando de esta obra varios años (son seis tomos), pues a la vez que leía el capítulo correspondiente a un autor, intentaba, en la medida de mis posibilidades, leerme algunas de las obras comentadas.

Pues bien, en el último de ellos descubrí a François Mauriac, a quien describía (hablo de cabeza) como un hombre intelectualmente muy preparado, con un tono vital ligeramente melancólico, pero con una sensibilidad excepcional para descubrir las motivaciones profundas que nos mueven a las personas. Recuerdo muy bien cuando leí su Nudo de víboras, novela que me impactó al mostrar las intenciones ocultas que aparecían enfrentadas en el seno de una familia no muy bien avenida…

Este post venía motivado por esta paradoja. Frente a la opinión de Mauriac, me siento más afín a la de Rof Carballo, en lo que se refiere a que hay en la vida muchos encuentros oportunos, de la mayoría de los cuales no somos conscientes, pero que nos dejan huella indeleble, que podemos identificar cuando las canas empiezan a aparecer y uno mira hacia atrás. Y así fue cómo yo conocí precisamente a Mauriac, gracias a Möeller, para adentrarme literariamente de su mano en el que quizá sea ―como dice Rof― la mayor de las aventuras que nos han invitado a vivir los grandes hallazgos del siglo XX: el descenso a las profundidades del subconsciente.

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