24 de agosto de 2021

El origen hipnótico del psicoanálisis: la cura del habla

Freud es universalmente conocido como el ‘padre del psicoanálisis’; quizá sea menos conocido — por lo menos para un servidor— que en sus orígenes se encontraba la hipnosis, tránsito que he podido conocer con más detalle gracias a Eric Kandel y su fantástico libro La era del inconsciente. Sigmund Freud nació en el seno de una familia judía en 1856, en una pequeña ciudad de Moravia (actual República Checa). A los tres años la familia se trasladó a Viena, ciudad en la que vivió hasta 1938, cuando Alemania se anexionó a Austria; por motivos evidentes, emigró a Inglaterra, donde murió un año después. El Freud que todos conocemos es el de su segunda etapa (aproximadamente a partir de 1900); hasta entonces, era un inteligente investigador de neurología interesado en describir la vida según los procesos fisiológicos básicos. Inicialmente, pues, tenía un perfil más bien científico, hasta que su interés comenzó a girar desarrollando una psicología de la mente de modo independiente a su sustrato biológico.

Durante sus investigaciones iniciales se unió a la escuela de Hermann von Helmholtz y otros allegados, tratando de sustituir la teoría vitalista de las facultades humanas por una investigación biológica científica. El caso es que, por falta de recursos económicos para sufragar su investigación, se le aconsejó que considerara la práctica médica. Freud siguió el consejo, combinando sus inquietudes neurológicas con un naciente interés en psiquiatría. Como en la Viena de entonces había muchos neurólogos, intentó aunar sus inquietudes científicos trabajando clínicamente sobre los trastornos neuróticos, en particular la histeria, bastante extendida en la ciudad. Estamos todavía en la década de los 80. El interés por la histeria se lo despertó Josef Breuer, un médico reconocido en Viena, con quien había trabado amistad.

Coincidencias de la vida, en ese momento se cruzó en sus vidas Anna O., una paciente de Breuer gracias a la cual lograron realizar (o iniciar) una de las mayores contribuciones a la medicina vienesa en particular, a la medicina universal en general, a saber: poner en evidencia los procesos mentales inconscientes del individuo, algunos de los cuales pueden provocar enfermedades psiquiátricas, averiguando que un modo de aliviarlos puede ser el hacer aflorar a la consciencia sus orígenes subyacentes.

El nombre real de Anna O. era Bertha Pappenheim, mujer a la que Breuer le diagnosticó histeria, término con el que se englobaban diversos trastornos tales como parálisis de algún miembro, o dificultades para el habla, sin que hubiera motivos orgánicos que los causasen. Tanto la histeria como las enfermedades neurológicas eran comunes en Viena, como decía. ¿Dónde estaba, entonces, la singularidad de este caso? Pues en el método que seguía Breuer para el diagnóstico: la hipnosis, que conoció gracias a los trabajos del médico francés Charcot. Lo que hacía Breuer era hipnotizar a Anna O., aunque con un giro añadido: invitándole a hablar de sí misma, de su enfermedad, de su vida. El caso es que esta cura del habla (así lo denominaron) alivió sus síntomas: «entre los dos, Breuer y su paciente, descubrieron que la raíz de sus síntomas histéricos (…) estaba en sucesos traumáticos de su pasado», explica Kandel.

Esto supuso una auténtica revolución. Por lo general, este tipo de pacientes eran tratados como si estuvieran fingiendo su enfermedad para llamar la atención, o para obtener algún otro tipo de beneficio; máxime cuando afirmaban que no tenían ni idea de cómo ni cuándo habían surgido los síntomas. Hasta el mismo Freud pensaba que esto no podía ser, que estos pacientes histéricos debían tener algún tipo de noticia del origen de lo que les ocurría. Pero pronto cambión de opinión. Gracias a su experiencia con Breuer se dio cuenta de que, del mismo modo que ocurre en nuestro cuerpo fisiológico, también en la mente humana hay procesos ocultos que el profesional debe sacar a la luz, si bien por metodologías diversas: en un caso con el bisturí y las agujas, en el otro con la memoria del paciente y el diálogo terapéutico.

Pues bien, el éxito que estaba teniendo Breuer condujo a nuestro protagonista a París en 1885, a aprender durante seis meses las técnicas hipnóticas directamente de Charcot. Gracias al médico francés Freud dejó de considerar a la hipnosis como mera charlatanería, para empezar a vislumbrar en ella posibilidades terapéuticas. Vio cómo mediante la hipnosis, Charcot podía aliviar los síntomas de personas histéricas, del mismo modo que podía sugestionar a personas normales a vivirlos. Esto condujo a Freud a la confirmación de que había procesos mentales poderosos, capaces de dirigir las conductas de las personas desde la inconsciencia. Observó cómo pacientes hipnotizados podían hablar de trances dolorosos, y una vez despiertos eran incapaces de recordar nada. Su conclusión fue que estas situaciones eran tan penosas que el paciente las tenía aparcadas en su mente sin ser capaz de hablar de ellas con cierta normalidad, aunque sólo fuera para desahogarse.

Con este bagaje, Freud volvió a Viena y le pidió a Brauer que le enseñara a aplicar la hipnosis a la terapia, abriendo en breve su propia consulta. Tras unos éxitos primerizos, Freud le propuso a su maestro escribir un trabajo en conjunto explicando todo el proceso, que vio la luz en 1895: Estudios sobre la histeria. Pero esta relación tan fructífera no duró demasiado, a causa del especial énfasis que Freud imprimía al carácter sexual del origen de estos problemas; de hecho, tuvo también problemas con la comunidad médica de Viena en este sentido. Ello no le amedrentó, escribiendo al año siguiente La herencia y la etiología de las neurosis, explicitando la gran relevancia de las desafortunadas experiencias sexuales de todo tipo en este tipo de trastornos.

Freud tomó entonces una decisión que hoy podemos calificar de desacertada, como es el no enlazar estos procesos mentales que él estaba contribuyendo a sacar a la luz con los propios de la fisiología cerebral, algo que en su día decidió a causa de la gran complejidad que se iba descubriendo día a día en el funcionamiento de nuestra estructura neural, y de la dificultad consiguiente para leer fisiológicamente los procesos mentales; y no lo decía gratuitamente, pues era un gran conocedor de ambas dimensiones, apostando para que en un futuro dicho enlace fuera más accesible.

No tardó Freud en abandonar los procesos hipnóticos en su tratamiento, confiando enteramente en la asociación libre de ideas por parte de los pacientes a quienes, mediante el diálogo terapéutico consciente, ayuda a repasar su propia vida y a hacer aflorar los episodios escondidos en los rincones de su mente. Creía así conseguir una cercanía con su paciente ausente en el tratamiento hipnótico, en el seno del cual el terapeuta siempre dirigía la sesión mientras que mediante esta ‘cura del habla’ se alcanzaba una relación más cercana y de complicidad. Nacía así el psicoanálisis como un procedimiento introspectivo, precursor de la psicología cognitiva.

Su intención no era detenerse aquí sino, convencido de la presencia de lo inconsciente en la vida de las personas, quería establecer una psicología de la vida cotidiana; en su opinión, los trastornos psiquiátricos no eran ‘algo otro’ a la vida normal de las personas, sino que eran extensiones clínicas de la misma. En su imaginario pensaba que se debían unificar los tres momentos de nuestro comportamiento desde este punto de vista: el conductual, el mental y el fisiológico.

7 comentarios:

  1. La psicología cognitiva tiene soporte en la teoría del aprendizaje y patrones del comportamiento o conducta.
    El psicoanálisis se ampara en la necesidad vital del "relato interno", que hay en cada individuo.

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  2. Fíjate que más que una 'necesidad vital', creo que el relato interno forma parte de nuestro modo de ser; no podemos vivir si no es 'relatando'... nuestra historia, nuestra biografía, nuestra lectura del mundo, etc. ¿No te parece?

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. ..me refiero al relato que surge de una percepción interior,introspectiva.

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    1. Bueno, creo de alguna manera es lo mismo, en el sentido de que, igual que necesitamos un relato del exterior, también necesitamos un relato de nuestra propia historia. Así lo veo yo.

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  5. ...si así fuera ,el psicoanálisis no tendría objeto de estudio ;bastaría con la modulación conductual y las ciencias sociales.

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    1. A mi modo de ver, el relato interno es algo más complejo de lo que marca el conductismo, etc., tanto como para, en el fondo, escapársenos de las manos. Depende de muchos factores biográficos y contextuales... Tan complejo como que incluso para uno mismo es difícil hacerse eco de él y de su génesis.

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