17 de agosto de 2021

Dos consejos para leer un poco mejor a los filósofos

No hace mucho leí este artículo sobre John Rawls en el que daba algunos consejos para leer a otros autores de filosofía. No soy buen conocedor de este autor (por eso leí aquel post, que recomiendo a quien esté interesado en él), por lo que más que hablar de su pensamiento, expondré someramente estos dos consejos, que me parecieron sugerentes, y que explicó a sus alumnos en un curso sobre historia política.

El primero consejo, muy oportuno, es no considerar a los autores con los que uno se enfrenta, como menos capaces que nosotros; como mínimo, considerarlos como tanto o más capaces que uno. Seguramente, los filósofos destacados de la historia sean, como mínimo, sólo como mínimo, no se vayan a pensar, tan inteligentes como nosotros; y, seguramente, cuando al leerlos nos surgen críticas, ellos ya habrán pensado en ellas. Quizá en el texto que tenemos entre manos no hace referencia explícita a aquellas cuestiones que se nos suscitan, pero Rawls nos invita a leerlos mejor, y a buscar el lugar en que ellos, al hilo de su discurso, responden a la cuestión que, si los tuviéramos delante de nosotros, les preguntaríamos. Si vemos un error en su argumentación, o una debilidad, es fácil que ellos la vieran también (bien por ellos mismos en su misma reflexión, o quizá a causa de las críticas de sus contemporáneos), y que le dieran respuesta en otro libro, por ejemplo. Lo que nos corresponde es, por tanto, localizar ese lugar, ir tras la búsqueda de la respuesta que presuntamente hayan dado ya a nuestro interrogante (algo más frecuente de lo que cabría pensar). La obra de un autor no se acaba en el texto que tenemos entre manos: los autores evolucionan, su filosofía madura, ofreciendo respuestas a cuestiones suscitadas al escribir sus primeras obras, o ampliando sus temas de reflexión, y sería no sólo una injusticia, sino una estulticia, calificar a un autor por sólo algunos de sus escritos, en lugar de intentar conocerlo en su global evolución. Otra cosa es el tiempo que se disponga para ello.

El segundo consejo consiste en leer a los demás autores a su mejor luz. Creo que es una tendencia generalizada, de la que es difícil desprenderse aun cuando uno sea consciente de ella, leer el pensamiento de otros autores en clave personal, adaptándolo a nuestro entender, bien por simpatías bien por antipatías. Nos hacemos una imagen general del autor de modo que, al leer sus obras, ya sabemos lo que va a decir. No hay que mencionar que así empobrecemos nuestra lectura, la cual se podría enriquecer notablemente si pudiéramos leer su pensamiento ‘en su mejor forma’. ¿Cómo hacer esto? Se pueden dar dos alternativas. La primera sería intentar no leer los textos a la luz de los clichés que nosotros imputamos a los autores; algo así como leer los textos tapando los nombres de sus autores, como si no supiéramos quién los ha escrito, y atender únicamente a lo que se nos dice. Ciertamente esto es complejo; seguramente no sea posible. Quizá se podría intentar otra estrategia —que es a la que nos invita Rawls— como es la de situarnos del mejor modo posible en la cosmovisión del autor, comprendiendo sus teorías ‘en sentido fuerte’, es decir, tal y como ellos las presentaron, con su circunstancia, con sus intenciones y con sus pretensiones. De alguna manera, de lo que se trata es de no generar sesgos en su lectura, de no proyectar nuestro propio modo de pensar, nuestras ideas preconcebidas, etc. ¡Cuántas veces rechazamos la lectura de algunos libros porque, al conocer a su autor, pensamos que poco nos tiene que aportar! Cuando, si somos capaces de ‘bajar las armas’ y atenderlos sin nuestra réplica ya guardada en la manga, de pensar lo que dicen del modo más objetivo posible, tratando a su vez de argumentar nuestras ideas en respuesta a la suyas, no sólo conoceríamos mejor su pensamiento, sino que aprenderíamos justamente a filosofar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario