2 de febrero de 2021

El lenguaje: un fenómeno biológico

Eugenio d’Ors posee una reflexión interesante sobre el origen del lenguaje, en el seno de su pensamiento filosófico, personificado en el hombre que trabaja y que juega. Parte del hecho de que no es posible considerar al lenguaje como ‘una cosa’, es decir, como algo acabado, como un objeto de estudio ya dado con sus leyes propias, independientes del mundo de la vida. A su modo de ver esto no es así, y sin duda fue el gran error de los primeros esfuerzos de la filosofía analítica del lenguaje, del que mismo Wittgenstein se hizo eco en lo que se conoce como su segunda etapa. En opinión de d’Ors, en el lenguaje se han de considerar dos aspectos; es preciso distinguir «una parte fijada, intelectual, de un fondo cordial, biológico, rebelde a la regularización». Este fondo biológico no es algo metafórico que empleamos para denotar ese carácter dinámico que todo lenguaje posee, esa especie de ‘energía interna’ que le dota de cierta autonomía, sino que es algo que compete realmente a su estructura. El lenguaje posee un momento biológico. Momento biológico que no se puede separar del mismo fondo biológico nuestro, de nuestra especie.

Así también nuestra inteligencia; tanto la una como el otro, la inteligencia como el lenguaje, no son sino ―en el pensamiento orsiano― una respuesta que el primer individuo de nuestra especie pudo ofrecer a un entorno que le estaba afectando, provocándole un desequilibrio que debía compensar o restablecer. Se puede decir así que la inteligencia es un instrumento de defensa con el que hacer frente a nuestro entorno y mantener así la supervivencia, tal y como puede ser un caparazón o unas garras. Y lo mismo el lenguaje. Y aun cuando en sus inicios el lenguaje no fuera tal y como lo entendemos hoy en día, con sus construcciones sintácticas, su léxico y su semántica, en su primera expresión como grito, como aullido, o como cualquier otro sonido todavía inarticulado, ya se encontraba en germen. «El lenguaje articulado es, en el hombre, un instrumento de defensa contra una conmoción vital, producto de una excitación que, si el lenguaje fuese expresión pura, se traduciría por el aullido».

Este origen biológico es algo a lo que cada vez estamos más familiarizados gracias al conocimiento que alcanzamos de nuestra filogénesis desde la antropología biológica. Si esto es así, hemos de pensar que el lenguaje conceptual es ‘consecuencia de’, es creado a partir de unas estructuras más profundas, de carácter biológico, sobre las que se monta.

Desde esta concepción, nuestra capacidad lingüística no es primariamente expresiva, sino reactiva; reactiva ¿a qué? El lenguaje, la conciencia, la inteligencia no son sino modos en que un organismo ha resuelto su condición de inferioridad frente a un entorno que se le presentaba amenazante, y ante el cual estaba presente el riesgo de perder su vida. Esto no debe entenderse como algo negativo, o pesimista, sino como la situación en que cada ser vivo se mantiene en la existencia, poniendo en activo las posibilidades que le brinda su organismo ante ese entorno con frecuencia peligroso, en ese equilibrio inestable que es la vida.

Por eso dice d’Ors que el entorno es tóxico, ante el cual las especies vivas se han de ir inmunizando sencillamente para sobrevivir. Conforme se va complejizando el proceso, surgen nuevas toxinas que requieren nuevos procesos inmunizadores: hasta llegar a nuestra conciencia, la cual requirió también de su sistema de defensa específico, que no es sino la razón, pero no una razón teórica, sino una razón global, holística. Las distintas capacidades que evolutivamente se van adquiriendo responden a la misma dinámica según la cual los individuos se van inmunizando, es decir, van haciendo suya un poco de esa realidad tóxica que les amenaza (así las vacunas, por ejemplo) convirtiéndola en una inesperada aliada para seguir adelante, fenómeno que en biología se conoce como diastasa. Pues bien, la razón no se escapa a este planteamiento, ya que «las excitaciones, tóxicas, transformadas por la razón en conceptos, dan al individuo una inmunidad relativa con las nuevas conmociones»; inmunidad que no es otra que el ejercicio de nuestra inteligencia en sentido amplio.

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