3 de marzo de 2020

Simmel: individuo y sociedad

Georg Simmel es un filósofo de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX. Pertenece a ese grupo de pensadores que, sin ser excesivamente conocidos, han ejercido una importante influencia sobre autores posteriores más conocidos. Su máxima preocupación cabe situarla en torno a la tensión establecida entre lo social y lo individual; entre las fuerzas niveladoras de una sociedad institucional que hace pesar sobre los individuos sus normas y sus obligaciones, y las energías y deseos de éstos, que tratan de erigirse ante las mismas mostrando la originalidad de una vida vivida en primera persona.

Era consciente de que el individuo tipo, ya en aquella época, corría el riesgo de erigirse en un frágil esquife a merced del fuerte oleaje del mar, obligado a bailar acompasado al ritmo de sus mareas. Situación que, si por una parte era común para todos los integrantes de una sociedad, no abría a todos, sin embargo, un mismo espectro de posibilidades. Y ello porque siempre había una dimensión personal irreductible, ante la cual las fuerzas sociales cristalizaban en trayectorias vitales multiformes. Toda vida se erigía, así, como una actualización de algunas entre todas las posibilidades disponibles, hilvanadas alrededor de una trama de sentido dibujada por el individuo.

Una trama de sentido que alcanzaba todo su valor allí donde, precisamente, las fuerzas e instituciones sociales ya no podían ofrecérsela. ¿Cómo podía ser esto?

Habría que distinguir dos ámbitos de la vida. En primer lugar, aquél adherido a lo social, dirigido por normas y costumbres automatizadas y mecánicas, alejado de una racionalidad e inquietud personales. Cuanto más se abandona el individuo a estos procesos, más enajenado se encuentra, más alejado de su propia intimidad, segundo ámbito al que me refería. Una persona demasiado embebida en los procesos sociales, abandona un ejercicio personal y personalizador de su razón, y reduce al mínimo cualquier posibilidad de sentido. El entramado de relaciones y posibilidades que pueda barajar ya no responde a una línea de sentido establecida personalmente, resultando una vida desenfocada, indeterminada, a la intemperie.

El hombre abandonado a lo social, encuentra una existencia acomodada, caracterizada por la tranquilidad de no tener que bregar por la propia subsistencia; tan sólo se ha de preocupar por no vivir por debajo del nivel acostumbrado. Será preciso que el hombre se haga extranjero ante este modo de vida para poder atisbar posibilidades inesperadas e imposibles según este ritmo confortable. La persona que quiere descubrir su propia esencia, debe vivir en la frontera, desafiando las normas definidas por la tiranía de ‘lo acostumbrado’, atreviéndose a soñar una vida que vaya más allá de la jaula de cristal que le haya diseñado su entorno social. Debe atender a su propio yo, a su propia conciencia, a su propio deseo.

Vive el hombre, así, lanzado hacia un futuro desconocido, arriesgado, excitante; un mundo todavía imaginado, proyectado e insertado en un horizonte vital de sentido original y personal; viviendo una vida con mayor espesor que aquella vivida anodinamente en una rutina que se vuelve, cuando no asfixiante, sí narcotizante. Un proyecto de vida no entendido como un hacer más de lo mismo, o como un buscar novedades que nos ayuden a librarnos de un tedio insoportable, sino como aquello que nos permite leer la realidad, la sociedad y a nosotros mismos, desde una clave radicalmente diversa, ortogonal.

Apostar por dicho proyecto, todavía imaginado, es lo mismo que apostar por nosotros mismos y, por ende, por nuestra sociedad. ¿Por qué? Quizá porque vislumbramos en él, con toda claridad, meridianamente, posibilidades realizadoras y fundantes de un nuevo modo de vida, que sólo pueden ser descubiertas así, al margen de la dictadura de lo social. Una vida tensionada hacia delante, una vida futuriza —dirá nuestro querido Ortega y Gasset, o Marías a su estela—, como alternativa a una vida vivida enredada entre unos hilos pegajosos que le impiden, siquiera, levantar su mirada hacia el horizonte.

7 comentarios:

  1. Preciosa evocación de un gran pensador, aunque el tema de la distinción de lo social y lo individual no sea nada diáfano, incluso más bien no sé si es necesario, ya que no creo que la construcción del sujeto pueda hacer sin reconocimiento de los otros. (Por cierto que a ver si recupera su comentario "ladoctorak" o lo vuelve a reproducir para comentar) Saludos

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    1. Muchas gracias, Elevi. No sé si tu tweet sobre una cita de Sartre tendría algo que ver con esto.
      Creo que tienes razón que para nada es diáfana la diferencia entre lo individual y lo social; si te sigo bien, creo que hemos de estar atentos a esa tensión entre nuestra disolución en lo social y nuestra identidad y autonomía, también en lo social, pues nunca podremos ser o existir al margen de lo social. Un saludo.

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  2. Da por cierto Elevi....que la vida de un hombre no valía nada(bien lo expresó A.Camus en su Extranjero).De ahí a la Declaración Universal de los Derechos Humanos ,1948.

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    1. Gracias, ladoctorak. ¿Qué ha pasado con el anterior comentario?
      Por lo demás, creo que, felizmente, cada vez se reconoce más la dignidad de las personas. Creo que Kant nos hizo aquí un gran favor, ¿no? Un saludo.

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  3. Gracias por vuestras alusiones. Da la casualidad de que hace unos días conversaba con unos amigos sobre Camus y Sartre, a propósito de la pelicula El extranjero (adaptación de la novela del primero), protagonizada por Mastroianni, y de hondas resonancias en el diálogo individuo-sociedad, hasta que punto de ignorar la autenticidad de las personas. Saludos

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