28 de enero de 2020

Rainer María Rilke: un sismógrafo sensibilísimo

Cuenta Rof Carballo que, en un momento de crisis creativa, Rainer María Rilke, tras vagar por distintos lugares de Europa (París, Viena, Venecia) tuvo como una especie de visión según la cual debía realizar un viaje a la España de Castilla y Andalucía, donde le daría fin. Este viaje, que realizó entre finales de 1912 y comienzos de 1913, fue de todo menos infructuoso; es admirable la sensibilidad que muestra Rof Carballo para explicar ese torrente de inspiración ante el que el mismo Rilke quedó sobrecogido, ese proceso según el cual asoma a la superficie aquello que habitaba en su interior.

Según cuenta el pensador gallego ―y cito un extenso párrafo― el poeta fue «el primero en admirar y sorprenderse del tremendo alcance y belleza de aquellas frases que, sin sospecharlo, habían ido germinando y formándose en sus profundidades. A partir de ese momento sabe con certeza una cosa que hasta entonces no ha hecho más que presentir. Hay algo dentro de él, como de todo hombre, que es sagrado: una verdad que pugna por abrirse paso y a la que es menester servir, consagrándole la vida entera». Esto no era algo nuevo para Rilke pues, tal y como cuenta, sintió algo análogo en aquella productiva estancia en Duino, donde se originaron sus famosas Elegías. De hecho, fue tras aquel momento de creación inaudita, que entró en una época de sequedad; sequedad no por lo que sentía en su interior, sino por no poder expresarlo; sí, sentía que había algo en su interior, compartido por la naturaleza humana, que había que decir, sin encontrar el modo adecuado de expresarlo verbalmente.

Rilke fue de esos poetas que vivió su genialidad como una forma de ser; su poesía iba a la par con su transformación personal. Su vida fue la poesía, el anhelo de expresar su experiencia interior. Todo lo que nosotros, hombres cotidianos, denominamos vivir, desapareció en él absorbido por su tarea artística todavía en construcción. Escribir sustituyó por completo el vivir; o, quizá, mejor dicho: lo transfiguró.

Y esto es lo que él buscó en su visita a España: no un viaje para inspirarse, sino para transformarse. Pues para que su intimidad aflorara a la superficie era preciso una transfiguración personal. Su crisis no era tanto una crisis creativa, sino una crisis existencial; y entendía que, resolviendo la segunda, la primera se resolvería sola. Ahora bien: crisis existencial, pero «no de su existencia como artista, no como poeta, sino como hombre que no tiene más razón de vivir que la de responder con sutilísima vibración verbal al profundo eco que en él suscita este misterio que es el mundo en que nos encontramos y el hecho singular y extraño de que vivamos dentro de él». Los grandes artistas son aquellos cuyas almas, ante las más leves y sutiles formas de realidad, son excitadas, capaces de reconocer dimensiones de la realidad, planas para cualquiera otra persona. Es por esto que Rilke era ―en opinión de Rof Carballo― un sismógrafo sensibilísimo, capaz de detectar las sutiles vibraciones de una realidad profunda que al común de los mortales nos permanece velada. ¿Quién es capaz de captar aquello que habita en lo más profundo del ser? ¿Quién de expresarlo? ¿No alcanza aquí el poeta una radicalidad envidiable por el filósofo?

Porque la poesía de Rilke no es otra cosa que expresión lírica de una profunda reflexión sobre el ser, una reflexión que no se encierra en las severas esferas de lo conceptual, sino que, trascendiéndolas, esboza en imágenes evocadoras ideas inalcanzables para el filósofo; unas fáciles de seguir, otras que llevan el sello del misterio y de la profundidad oculta. Y es que ―como decía Guardini― sus orígenes respectivos son muy distintos: «Las primeras proceden de la conciencia; las segundas del subconsciente; lo mismo que en el sueño, en esta forma de poesía se manifiestan conexiones y relaciones de difícil comprensión que la conciencia vigil no conoce y, acaso no quiere tampoco conocer», pues salir de nuestro ‘charquito de agua’ supone un esfuerzo que no siempre estamos dispuestos a realizar.

Para comprender a Rilke no podemos acercarnos a él técnicamente, científicamente, porque no cabe encerrarlo en los rígidos límites de un pensamiento convencional. No, Rilke no se deja enclaustrar en el rígido molde de un comportamiento legal, como el hombre vulgar; por el contrario, es su genialidad la que nos puede enseñar matices nuevos de la vida, a aquel que esté dispuesto a escuchar.

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