5 de noviembre de 2019

El personaje histórico no está sólo

Comentaba en un post anterior la circunstancia en la que se encontraban aquellas personas que se erigían en personajes históricos, en protagonistas de la historia, en el sentido de que, si bien se deben de alguna manera a los hilos de la historia que deben manejar, no se encuentran determinados por ellos, sino que en ese margen más o menos amplio más o menos estrecho de actuación, se dan diversos futuribles, que debe resolver ‘a su manera’. Y en función de esta resolución, la historia seguirá unos cauces y no otros; su carácter histórico o público tiene que ver con el hecho de estar sujeto a estas circunstancias, de no poder disponer de su vida con demasiada capacidad de maniobra.

A mi modo de ver, aquí hay que situar la grandeza o la miseria de un personaje histórico: en su capacidad para poder tomar aquellas decisiones, de poder resolver los futuribles, a la luz de las consecuencias que dichas decisiones puedan tener históricamente para sus conciudadanos, para llevarlos en la medida de sus posibilidades al mejor puerto, independientemente de la presión de las circunstancias así como de sus intereses personales y de las lecturas ideológicas de la Historia que pueda realizar. Ciertamente no todo depende de él pues, como he tratado de mostrar, hay hilos de la historia que de alguna manera le condicionan, pero no por ello se puede olvidar la parte que sí que depende de él; si bien no puede hacer lo que buenamente se le antoje, sí que tiene cierta capacidad de actuación; como dice Bueno, su responsabilidad «no se diluye, pero tampoco cabe concentrarla en él».

Gustavo Bueno destaca otro aspecto de esto que estoy diciendo, y lo hace en referencia a la dimensión colectiva del personaje histórico; es decir, al grupo de personas que se mueven en torno a él, a su equipo, a sus consejeros, con los que habla y departe, y que también contribuyen a proporcionarle ciertas sugerencias y no otras. Pero tampoco sólo de ellos, sino que también está presente una dimensión más amplia.

Porque la decisión de un individuo en esta tesitura depende de él, sí, pero también de todos aquellos que le secundaron y le apoyaron expresamente (equipo cercano) o consintieron con su silencio sus decisiones (a nivel social). Y ello tanto en las decisiones afortunadas como en las desafortunadas.

No se trata de eludir la responsabilidad directa que alguien pudiera tener, sino de ser realistas y hacer notar que una decisión no la toma uno de modo más o menos puro, sino que recoge un legado, ante el cual intervienen más elementos además del discernimiento personal: el curso de los acontecimientos, las muestras de apoyo o de rechazo a sus valoraciones, la expresión del sentir popular (quien calla otorga, se suele decir), etc. ¿Por qué digo esto? Porque por lo general, cuando se busca un ‘chivo expiatorio’, un ‘criminal de guerra’, como responsable de todo lo que haya ocurrido en un determinado momento (también sería injusto en sentido contrario, uno nunca es responsable del todo del éxito de una decisión) ello «será debido no a la justicia, sino a que los vencedores necesitan del simbolismo de la condenación para definir su propia normativa como vencedores». Hablar de ‘responsables’ en la Historia —siguiendo el pensamiento de Bueno, que me parece ciertamente razonable— suele deberse más a intereses ajenos a la historia que a la realidad de los hechos; como dice él mismo, los ‘culpables’ aparecen cuando se piensa la Historia ‘con la brocha en la mano’.

No me puedo resistir a transcribir literalmente un texto suyo un poco largo: «Si una sociedad bien consolidada en su presente puede ‘liberarse’ de su dependencia de un pasado partidista y parcialista, tendrá que comenzar, ante todo, triturando su memoria histórica, y no mediante el olvido, sino mediante el análisis (des-composición) de los recuerdos, a fin de incorporarlo a una visión propia que le permita enfrentarse con los problemas reales del futuro. Por ello, la mejor prueba del grado de asentamiento que tiene una determinada sociedad puede en gran medida obtenerse de la observación de cómo se comportan sus dirigentes hacia su pasado inmediato. Si, paradójicamente, constatamos que el ejercicio de su memoria histórica acusa tendencias significativas hacia la ocultación y el olvido (…) podremos asegurar que esta sociedad, o sus dirigentes, no están seguros de sí mismos, y buscan la revancha, no la Historia».

Los intereses de estos ‘revanchistas históricos’ pueden ser legítimos o no; habrá que verlo. Pero lo que quizá no sea tan legítimo es la reivindicación de dichos intereses realizando lecturas partidistas de la Historia, cosa muy distinta.

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