13 de junio de 2017

El descubrimiento de la identidad: la joven Helen Keller

Es verdaderamente difícil hacer abstracción y prescindir de nuestro sentimiento de identidad; es difícil pensarnos a nosotros mismos sin sentir a la vez que nos estamos pensando, es difícil hacer cosas sin ser conscientes a la vez de que las estamos haciendo… Tenemos tan arraigada en nosotros nuestra consciencia de que somos y de que existimos, nuestro sentimiento de nosotros mismos, que nos genera violencia pensarnos sin ese sentimiento de identidad. Esto es lo que trata de explicarnos Helen Keller, su situación cuando todavía no era capaz de establecer con su entorno una comunicación… humana. Sí, se relacionaba con su entorno, pero sin acabar de alcanzar esa consciencia ni de sí misma ni de lo que estaba haciendo. «Me acuerdo (…) de que nunca, por un sobresalto del cuerpo o un latido del corazón, sentí que amara o que algo me importara. Mi vida interior era, pues, un vacío sin pasado, presente o futuro, sin esperanza ni anticipación, sin asombro, alegría o fe». A mi modo de ver, esta frase explica con cierta claridad cómo se deben sentir a sí mismos el resto de animales, en concreto los animales superiores; quizá se podría decir que, efectivamente, no se sienten a sí mismos. Cuando Keller compara esa situación con la que experimenta siendo ya adulta, no puede dejar de decir que es como un vacío, como un algo que, si bien está presente físicamente, no lo está conscientemente. Es algo así como el desvelamiento de un nuevo modo de ser, de lo difuso y oscuro hacia la claridad y la luz.

El proceso de cómo fue alcanzando la consciencia es verdaderamente interesante. Pongámonos en la situación de sus familiares, sobre todo de sus padres. Ellos se encontraban totalmente inermes ante esta situación, no sabían cómo hacer para poder comunicarse con ella. Efectivamente, le cuidaban y le daban cariño y afecto, pero no acababa de haber un verdadero contacto personal o, mejor dicho, una auténtica comunicación humana. Poniéndome en esa situación, se me antoja harto difícil cómo hacer para poder comunicarme con una persona así. ¿Cómo hacerlo? Supongo que haría lo que hicieron sus padres, a saber: contratar a una experta en estos temas, que en su caso fue miss Sullivan.

El camino que emprendió miss Sullivan no fue fácil, todo lo contrario: fue largo y duro. Inicialmente Helen Keller no tenía idea de lo que intentaba hacer esta mujer: «(…) Cuando mi maestra dio comienzo a mi instrucción, yo no era consciente de ningún cambio o proceso que se produjera en mi cerebro. Simplemente sentía un vivo placer cuando obtenía más fácilmente lo que deseaba moviendo los dedos tal como ella me había enseñado». Esta idea es muy interesante. Ella de alguna manera había aprendido ciertas combinaciones de los dedos de la mano, porque ‘sabía’ que haciéndolas conseguía más fácilmente lo que quería, pero sin llegar a alcanzar una comprensión de lo que estaba haciendo. Creo que la analogía con cómo los animales superiores aprenden ciertas órdenes o reconocen ciertas palabras es significativa. Efectivamente, son capaces de reconocer una palabra, y de saber qué es esa y no otra, y en consecuencia hacen una cosa y no la otra, pero no llegan a alcanzar una auténtica comprensión de lo que se está dando en ese proceso. Es muy distinto reconocer un signo, que hacerse de él una idea abstracta.

Algo así le ocurría también a Keller: simplemente trazaba en las manos de miss Sullivan las figuras y las combinaciones que aprendía, sin saber muy bien lo que significaban: «(…) y le tracé en la mano las letras que acababa de aprender. Es verdad que yo ignoraba que lo que escribía era una palabra, y no sabía tampoco qué cosa era palabra. Obraba meramente por espíritu de imitación. (…) Únicamente después de varias semanas pude comprender la relación entre las palabras y las cosas». ¿Y cómo se dio este proceso? ¿Por qué, en un momento dado, pasó de ‘hacer meramente figuras con los dedos’ a comprender que lo que estaba haciendo era ‘escribir palabras’? Pues es una incógnita. El descubrimiento fue ‘de golpe’, repentino, aunque sin duda en ese momento mágico habrían influido todos los largos y duros días de trabajo y esfuerzo, aparentemente sin éxito: «De golpe el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe ya que agua era aquella frescura maravillosa que me bañaba la mano. Esta palabra cobró vida, hacía la luz en mi espíritu, y lo liberaba, llenándolo de júbilo y de esperanza».

De repente, algo cobró vida en su consciencia, y empezó a relacionarse con la realidad desde ese distanciamiento que posibilita la objetivación y la reflexión; consiguió alejarse de ese empastamiento en la realidad para tomar la distancia necesaria como para poder aprehenderla como ‘de suyo’; en definitiva, podemos decir que fue el paso de la formalidad de estimulidad a la formalidad de realidad: «Aquella tarde, además de ‘muñeca’, aprendí a deletrear ‘alfiler’ y ‘sombrero’; pero no entendía que todas las cosas tuvieran un nombre. No tenía la menor idea de que mi juego con los dedos fuera la llave mágica que más tarde abriría la puerta de la prisión de mi mente y, de par en par, las ventanas de mi alma. La Maestra había estado conmigo cerca de dos semanas, y yo ha había aprendido unas dieciocho o veinte palabras, cuando el pensamiento surgió como un destello en mi mente, como sale el sol en un mundo dormido. En aquel instante de iluminación me fue revelado el secreto del lenguaje y tuve un atisbo del hermoso país que estaba a punto de explorar». Justo en ese momento, y de modo simultáneo, alcanzó la consciencia de sí misma:

«Cuando descubrí el significado de ‘yo’ y de ‘mí’, descubrí que yo era algo y entonces empecé a pensar. La conciencia existió para mí por primera vez. No fue, pues, el sentido del tacto el que me proporcionó el conocimiento. Fue el despertar de mi alma lo primero que le otorgó a mis sentidos su valor, su percepción de los objetos, sus nombres, cualidades y propiedades. El pensamiento me hizo consciente del amor, de la alegría y de todas las emociones. Anhelaba saber, comprender y, por último, reflexionar sobre lo que ya sabía y entendía. Así, aquel impulso ciego, por el que antes me dejaba llevar al dictado de mis sensaciones, desapareció para siempre».

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