19 de octubre de 2016

La imagen como representación dramática

Vamos ya cerrando la primera parte de esta magnífica obra, Verdad y método, que si recordamos Gadamer la tituló “Elucidación de la cuestión de la verdad desde la experiencia del arte”. Aunque creo que ya lo he comentado en alguna ocasión, no puedo dejar de insistir en cómo el autor nos ha ido llevando poco a poco a donde nos quería llevar, itinerario que es el que nos anunciaba ya el título de esta primera parte. Como dice un querido profesor mío, hay que fijarse muy bien en los títulos, pues si están bien redactados constituyen un resumen perfecto del texto que alojan en su interior. Y en este caso creo poder afirmar que efectivamente es así. Recordemos que para introducirnos en el fenómeno hermenéutico Gadamer acudía al proceso artístico, y para introducirnos a éste acudía a su vez a la actividad lúdica, al juego. Partiendo, pues, de éste —del juego—, nos llevaba a la expresión artística en tanto que representación dramática. Y ahora, dando un paso más, nos va a hablar de otros modos de arte como son la imagen y el monumento, para acabar ya en el arte escrito, en la escritura (y no sólo desde un punto de vista artístico o lírico sino también técnico o incluso científico), que es en definitiva el lugar en el que se da el fenómeno hermenéutico de modo más específico, podríamos decir. Cerrando este círculo, Gadamer finalizará ya esta primera parte para dar entrada a la segunda, en la que ya trata estrictamente la hermenéutica como tal.
¿Y qué nos dice Gadamer de la imagen? A pesar de su clara diferencia con respecto a la representación dramática (que es el tipo de arte al que ha dedicado las páginas anteriores), nuestro autor pretende mostrarnos cómo la imagen también posee una valencia óntica, una valencia óntica que va más allá de la mera representatividad en el sujeto (más allá de la mera subjetividad) para recaer en la propia obra. La cuestión es cómo articularlo, porque parece que cuando uno contempla una imagen artística ésta no pueda decir ya más de lo que dice, y que todo lo que se le pueda sacar de más recaiga sobre el espectador quien, de modo subjetivo, tenga que abstraerse de todo lo que aporte el cuadro (objetivamente) precisamente para poder emprender dicha tarea. Aquí se pone de manifiesto claramente la lucha entre el proceso óntico del arte y lo que Gadamer denomina la conciencia estética (una conciencia que Gadamer reduce a la experiencia subjetiva sin mayor referencialidad objetiva proporcionada por el objeto artístico; digo esto porque hay que tenerlo claro, ya que no todos los autores hablan en esos términos de lo que sea la conciencia estética).

Lo que Gadamer se cuestiona es el modo de ser de un cuadro (o de una escultura), y se pregunta si ese proceso estético que antes ha expuesto a modo de juego sigue siendo válido para este caso. Y ello lo hace en dos pasos, a saber: a) distinguiendo el cuadro de la copia, y b) referenciando el cuadro a su mundo.

Vamos con el primero. Se parte del hecho de que en el cuadro hay una referencia clara a —digamos— su original. Si en las artes escénicas hablábamos de representación, aquí hablamos de imagen. ¿Se puede dar en la imagen un ‘aumento de ser’ tal y como acontecía en una representación? Esto se puede argumentar si seguimos hablando en términos de representación en referencia a los cuadros, y no de imágenes. Si esto  es así y entendemos a los cuadros también como representación, lo que tenemos que resolver es qué relación hay entre el cuadro y su referencia, entre el original y su ‘copia’, «distinguiendo cómo en él se refiere la representación a una imagen original».

Pero claro: el caso es que un cuadro no es una copia. Lo propio de ésta es que su finalidad sea estrictamente parecerse a la imagen original; no existe para sí misma, sino que su ser consiste en apuntar al original, en ser mediadora de lo copiado cancelando así su propio ser. No tiene valor en sí misma, sino en tanto que reproductora fiel de su original. Y esto no acontece en una imagen, ya que ésta tiene un ser en sí misma, tanto como que «lo que importa es precisamente cómo se representa en ella lo representado». Un cuadro nunca quedará aprehendido en su plena esencia si es considerado como una mera copia, de lo que se deduce una importante consideración:Vamos con el primero. Se parte del hecho de que en el cuadro hay una referencia clara a —digamos— su original. Si en las artes escénicas hablábamos de representación, aquí hablamos de imagen. ¿Se puede dar en la imagen un ‘aumento de ser’ tal y como acontecía en una representación? Esto se puede argumentar si seguimos hablando en términos de representación en referencia a los cuadros, y no de imágenes. Si esto  es así y entendemos a los cuadros también como representación, lo que tenemos que resolver es qué relación hay entre el cuadro y su referencia, entre el original y su ‘copia’, «distinguiendo cómo en él se refiere la representación a una imagen original».


Que la finalidad del cuadro no es una mera repetición (más o menos perfecta) de cualquier realidad, sino que consiste en otra cosa, gracias a lo que recibe un ser propio: «precisamente aquello que hace que no sea lo mismo que lo representado, es lo que le confiere frente a la mera copia su caracterización positiva de ser una imagen».

Si bien en la imagen no deja de haber una referencialidad a la imagen originaria, no pierde su ser a costa de esta referencialidad; es más que una copia: «la imagen remite a otra cosa, pero invitando a demorarse en ella (en la imagen)», de manera que a través de ella podemos acceder a lo representado pero sin obviarla. La imagen no es un ‘sustituto’ de la realidad; por el contrario, ella proporciona un ‘aumento’ de realidad. De este modo, cada representación plástica tiene un valor óntico en sí misma que contribuye a «constituir el rango óntico de lo representado». Para Gadamer, pues, también la imagen plástica supone un incremento de ser, cuyo contenido propio en términos ontológicos está determinado como ‘emanación de la imagen original’, de modo que no por ello la imagen original se ve reducida, sino que dicha emanación es como un ‘exceso de ser’ que le compete en tanto que realidad.

A mi modo de ver, esta idea de Gadamer de incremento ontológico es muy sugerente, y desde luego que supone un esfuerzo intelectual importante ya no comprenderlo —que también— sino experimentarlo, hacerse con él, hacerlo uno con uno mismo. Y el caso es que cuando se hace así, desde luego que la vivencia artística supone una modificación radical en tanto que superación de la imagen solipsista y subjetivista tan común en el arte (sobre todo en buena parte del arte contemporáneo) para alcanzar modos de referencialidad a la realidad que de otro modo permanecerían ocultos para nosotros.

La imagen en tanto que representación supone entonces un paso más que el signo y el símbolo, e incluso que la copia (tal y como hemos visto). Y aquí añade Gadamer una idea que es muy sugerente. En la representación está presente la referencia original pero no como tal sino así, representada. La imagen adquiere así una autonomía propia y un valor singular ya que si nos fijamos es en la imagen en la que lo representado adquiere presencia; lo representado precisa de la imagen para hacerse presente: «por paradójico que suene, lo cierto es que la imagen originaria sólo se convierte en imagen desde el cuadro, y sin embargo el cuadro no es más que la manifestación de la imagen originaria». El cuadro consiste así —y esto es genial— en que la referencia original se nos haga presente de un modo sin el cual difícilmente podría hacérsenos presente. La realidad a la que se refiere el cuadro es de tal índole que sólo podemos tener acceso a ella mediante el cuadro, el cual a pesar de poseer una entidad propia la posee no en sí mismo sino en referencia a la imagen original. Hay como una comunicación óntica entre la referencia original y la imagen artística.

Si no se entiende así a la imagen plástica, se cae con facilidad por la pendiente del subjetivismo solipsista de lo que Gadamer denomina conciencia estética (el caso es que personalmente no me acaba de gustar este modo de entender la conciencia estética, pero en fin, Gadamer lo entiende así). Pero si se atiende a su referencia original la imagen también se erige como ‘representación’, como un mostrarse algo que permanecía oculto, como un… aparecer.

Tal y como comentaba, nos queda ahora analizar la relación que pueda haber entre el modo de ser del cuadro y el mundo. Pero eso lo dejo para el siguiente post.

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