13 de septiembre de 2016

El proceso sentiente

Llevo ya unos pocos posts hablando de la posibilidad de fundamentar un modo diverso de ejercer la razón más allá de su uso meramente lógico-científico y que venía a denominar algo así como razón estética (sentiente, poiética) en la que sin abandonar esa dimensión cognitiva apareciera también de modo relevante la otra, la dimensión sentiente, en orden a capacitarnos así para conseguir otros modos de aprehensión de lo real. No sabía muy bien qué etiqueta escoger para esta serie de posts, y dándole vueltas me parece que lo más adecuado sea hacerlo como el mismo Zubiri define a esta facultad primaria, pero en su uso menos frecuente: en vez de ‘inteligencia sentiente’ utilizar sentir intelectivo, y ello por dos razones. La primera, para destacar el peso que entiendo que posee la dimensión sentiente, física, fisiológica,… en la especificidad de nuestro comportamiento humano. La segunda, para destacar también el ‘enlace’ de nuestras estructuras constitutivas con las del resto de animales, y que también ejercen un papel relevante en nuestras vidas que no podemos soslayar.

Para entender en toda su complejidad el alcance del sentir intelectivo que nos propone Zubiri creo que es oportuno fijarnos en lo que ocurre en los procesos según los cuales vivimos los seres vivos, comunes a todos ellos. En primer lugar, hay una cuestión interesante como es la de definir qué sea la vida. ¿Qué es vida?, ¿qué es vivir? No es fácil dar respuesta a esta cuestión, la cual puede ser abordada desde diversos enfoques: filosófico-antropológico-ético, biológico, físico-químico,… Desde un punto de vista fisiológico (que es el que aquí estoy siguiendo), hace tiempo escuché en un documental que los seres vivos debían cumplir tres características para sencillamente vivir (hablo de memoria, así que supongo que esto que digo podría ser perfilado fácilmente): a) tener cierta limitación que proporcione una individualidad (un ser vivo no puede ser algo inespecífico o indeterminado sino que ha de ser un ser concreto, definido); b) capacidad de interaccionar adecuadamente con el medio (conseguir alimento, relacionarse,…); y c) capacidad para auto-mantenerse (asimilar los alimentos y convertirlos en nutrientes, etc.) y reproducirse (bueno, esto último no es necesario estrictamente para que un individuo viva, pero sí para dar continuidad a la especie).

De alguna manera, la vida de todo ser vivo se reduce a mantenerse en ella una vez se ha nacido, un mantenimiento para el cual precisa tanto de su relación con el medio como de su propia actividad individual. Se ha de poseer cierta independencia (distancia) sobre el medio, cierto control sobre él, y además se ha de ejercer cierta actividad por parte del individuo para mantenerse en la vida. Esta idea puede ser extendida a todo ser vivo: desde los invisibles microorganismos hasta el más complejo que conocemos: nosotros. No todos los seres vivos viven igual, lógicamente (sus modos de vivir dependen de su grado de desarrollo, etc.), pero en esencia, todos necesitan (necesitamos) hacer lo oportuno para mantenernos en la vida según nuestras capacidades constitutivas.

El proceso básico que rige este despliegue vital es la homeostasis, según el cual cuando se produce una circunstancia que altera nuestro estado de equilibrio, tendemos a realizar las acciones oportunas para restablecerlo. Hablar de un estado de equilibrio es complicado pues difícilmente estamos en un auténtico estado de equilibrio: más bien estamos en continuo cambio, moviéndonos, haciendo cosas,… pero dentro de ese continuo cambio en el que estamos inmersos hay algunos momentos más estacionarios que otros, los cuales podemos considerar más estables. Esta circunstancia que nos afecta puede ser de toda índole, tanto externa como interna: un ruido, un depredador, hambre, dolor, alegría…

Cualquiera de estos fenómenos altera nuestro estado estable en un momento dado, y nosotros tratamos de restablecer nuestro equilibrio perdido según seamos capaces, cada especie según sus posibilidades fisiológicas.

Este proceso homeostático Zubiri lo entiende como un todo unitario, y lo divide en tres momentos: suscitación, afección o modificación tónica y respuesta. Suscitación sería aquello que da origen al desequilibrio de nuestro estado inicial (hambre, frío, ruido) y que produce una modificación en nuestro tono vital (nos afecta), provocando como resultado una acción para restablecer nuestro equilibrio. Quisiera insistir en la idea de que este proceso sea un todo unitario, porque es una idea muy interesante. Podríamos pensar que el proceso homeostático está formado por una suma o una yuxtaposición de tres partes, que se trata del resultado de yuxtaponer suscitación, modificación tónica y respuesta. Pero no es ésta la lectura, ya que estas tres partes que hemos descrito no son exactamente partes independientes que se puedan unir, sino que son tres momentos de un único acto.

Esto es algo que nos puede sorprender si pensamos en nosotros, en los que precisamente a causa de nuestra especificidad y de no depender exclusivamente de nuestras tendencias ni de lo que nos ocurre, podemos suspender la respuesta, independizarla de aquello que nos haya suscitado el proceso homeostático. Pero no es así, independientemente de que en nuestro caso efectivamente no estemos determinados por nuestras estructuras fisiológicas. Para entender esta unidad del proceso homeostático pensemos, por ejemplo, en el caso de un animal inferior, cuanto más inferior mejor. Por ejemplo, si tocamos el ojo a un caracol, automáticamente se esconderá debajo del caparazón. Visto así, observamos que hay como cierto automatismo en el proceso, que nos permite comprender bien la idea de que se trata de un proceso que no se puede romper o deshacer en partes, sino que es un todo unitario que si lo dividimos en distintas fases es únicamente para comprenderlo mejor.

Ciertamente, para analizarnos a nosotros mismos tendemos a compartimentar nuestras formas de actuar, pero más allá de su utilidad conceptiva, cuando descendemos al correlato fisiológico de aquello que percibimos, sentimos y hacemos, nos damos cuenta de que no hay límites definidos, sino que se establece un continuum en el que no podemos delimitar cuándo finaliza un proceso y cuando da comienzo otro; incluso procesos neuronales que intervienen en la generación de lo que denominamos una emoción (momento de afección) intervienen en la respuesta que vayamos a dar. Hay una retroalimentación continua entre las distintas zonas de nuestro cerebro, penosamente rastreable tecnológicamente, y que como digo dificulta (¿imposibilita?) distinguir con independencia estas dimensiones del proceso.

Pues bien, a este acto unitario Zubiri lo denomina estrictamente como el acto de sentir. El proceso sentiente es un acto unitario que posee tres momentos: suscitación, modificación tónica y respuesta; y es patrimonio de todo ser vivo. Evidentemente no todo ser vivo lo lleva a la práctica igual, sino que cada uno lo hará según su propia especificidad. Para distinguir el comportamiento humano del resto, el sentir humano no será sino el sentir inteligente y el animal puro sentir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario