2 de febrero de 2016

Los niños también se adaptan al medio

«Todos los niños nacen genios; 9.999 de cada 10.000 son rápida e inadvertidamente despojados de su genio por los adultos» (María Montessori).

Según esta autora, en general los niños tienen todo lo que necesitan para ser seres humanos perfectamente realizados, pero el caso es que pocos llegan a ser adultos razonablemente estables. La mayoría crecen (crecemos) con taras (psicológicas, sociales,…) que hemos adquirido durante nuestras vidas. Y esto es debido al hacer 'no funcional' de los adultos. Esto puede parecer chocante, pero da mucho que pensar. ¿Cómo puede ser que yo, padre o madre, le esté impidiendo a mi hijo/a realizarse como persona? ¡Si le quiero como a nada en el mundo! Pues bien, hay un modo de que esto ocurra: sin darnos cuenta de ello. Y esto es algo más frecuente de lo que parece.

Hablaba en el anterior post de que faltaba por comentar un tercer factor que influía también en estos procesos no conscientes. Destacaba la relevancia de nuestro 'mochila emocional' en nuestro vivir cotidiano, y de la relevancia de nuestro mundo afectivo en las cosas que hagamos y en las decisiones que tomemos. También decía la relevancia de la comunicación no verbal en este aspecto, y que por medio de ella no dejamos de enviar continuamente información a nuestro alrededor, día tras día; y lógicamente de manera más continua a los que tenemos cerca. ¿Qué es lo que transmitimos? Ya lo sabemos: nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestros gustos y nuestros temores, nuestros sentimientos, nuestros estados de ánimo,… Transmitimos lo que somos en ese momento, cómo nos encontramos, qué sentimos. Por la comunicación no verbal no se transmite ciertamente lo que estamos pensando —aunque ¡a veces sí!—, pero sí lo que estamos sintiendo, lo que estamos viviendo en ese momento: si nos encontramos cómodos-incómodos, tranquilos-nerviosos, expectantes-agobiados, etc.

El tercer factor que quería destacar tiene que ver con cómo somos cuando somos pequeños, muy pequeños. En los primeros años de nuestras vidas, se da una circunstancia especialmente llamativa en referencia al tema que nos ocupa, y que se puede situar alrededor de los tres años. A partir de esta época, y aunque su personalidad se encuentre todavía en período de desarrollo, el niño comienza a hacer uso del lenguaje, empieza a ser consciente de sí mismo y de los procesos que se dan en su interior; empieza a ser consciente de sus sentimientos, de lo que quiere o  no, etc.

Pero hasta los tres años no es así. Desde que nace, el bebé sólo tiene un modo de comunicarse con su entorno. Es fácil adivinar cuál es: el de los afectos, el de los sentimientos, el de las señales, el de los movimientos, etc.; es decir, el lenguaje no verbal. Y en ese modo de comunicación, los niños en estas épocas tienen unas antenas privilegiadas, pues constituyen el único modo que poseen de comunicarse. Él no sabe lo que significan aún sus movimientos, sus emociones,… Precisamente ha de aprenderlo en su contexto familiar. Y este aprendizaje se sobre todo mediante ese canal que no es el verbal.

Se da aquí una casualidad importante: que curiosamente, lo que nosotros comunicamos mediante ese canal, es lo que en general nos suele  pasar desapercibido. Si por un lado el lenguaje no verbal es en esta situación especialmente relevante, por el otro suele pasarnos inadvertido. ¿Cuál puede ser la conclusión? Pues que los niños reciben una serie de información, que responde a un yo nuestro más o menos profundo, quizá desconocido para nosotros, y que no somos conscientes que lo estamos comunicando. Gestos de cansancio, de hastío, de agotamiento, de ternura,… miradas de alegría, de tristeza, de enfado,… incluso expresiones de cariño, o de reproche,… todo eso lo repetimos infinidad de veces delante de ellos, y ellos lo perciben sin darse cuenta de que lo están percibiendo; y lo que es más importante: van pasando de forma no consciente a su bagaje personal, a su ámbito emocional y axiológico,… van aprendiendo a comportarse para sentirse aceptados por sus progenitores en función de cómo reaccionen éstos.

Todo esto es fundamental, pues es en esta época cuando se inscriben de forma muy determinante (grabadas a fuego en sus estructuras fisiológicas) pautas de comportamiento en sus pequeños cerebros en proceso de formación. Démonos cuenta de que no estamos hablando aquí de malos tratos ni nada por el estilo, sino de pautas cotidianas nuestras de comportamiento que inciden indefectiblemente en la personalidad de nuestros hijos.

De esta manera, la forma de ser de nuestros hijos está fuertemente influenciada por el trato que reciben por nuestra parte (como no podía ser de otra manera). Hay veces que se escucha a padres que afirman que no saben a quién se parece su hijo, o cómo puede ser que les haya salido un hijo así o asá. ¿Qué respuesta les podríamos dar? Sin ánimo de caer en un mero determinismo, creo que no se puede dudar de que, en general, el comportamiento de los niños no son sino respuestas al entorno en el que se encuentran, filtradas por su propia personalidad y por otros factores digamos colaterales; su modo de ser no es sino el modo más adecuado que han encontrado para sentirse aceptados en su entorno cercano.

La cuestión entonces es la siguiente: si nuestros pequeños entienden de modo relevante el lenguaje no verbal, y nuestro yo más íntimo se comunica mayoritariamente por la parte no verbal, de la cual a menudo no somos conscientes… ¿qué quiere esto decir? Pues que a menudo no somos conscientes de lo que estamos transmitiendo a nuestros hijos. Lo que nos lleva a considerar un par de puntos.

El primero de ellos es el siguiente: qué es eso que comunicamos sin darnos cuenta. ¿Tan importante es? ¿Tanto ‘daño’ le hace a nuestro hijo? Ya he dicho que por lo general no se trata de nada especialmente grave, pero ello no es óbice para que podamos pulir algunos defectos, o mejorar algunas de nuestras costumbres, o hábitos,… en aras de ayudarles a crecer mejor. Si no cuidamos este aspecto nuestro, si no estamos pendientes de cómo nos comportamos cuando estamos con ellos, si no somos conscientes de qué comunicamos cuando no estamos comunicando nada, inevitablemente transmitiremos a nuestros hijos mensajes discordantes o no funcionales que no contribuirán positivamente a su sano desarrollo. Buscamos una educación funcional, no perfecta.

Y el segundo punto: ¿qué ocurre antes estos mensajes no funcionales? Esta es una pregunta interesante. Efectivamente, como he comentado antes al niño no le cabe sino adaptarse al contexto en que vive: al niño, desde el momento que vive en este entorno familiar nuestro, no le cabe sino convivir todos los días en este ambiente que nosotros hemos creado, y que hemos creado así no por nada sino porque está constituido como resultado de nuestra forma de ser. Obviamente, aquí se dan casos que no tiene mayor importancia (se trata únicamente de un intentar hacerlo mejor), pero a veces se producen casos de cierta gravedad que producen en el niño efectos graves o traumáticos. ¿Cómo responde el niño? Pues aprendiendo cierto tipo de conductas: en el ámbito de la resiliencia es lo que se denomina Mecanismos de Operación Interna (MOIs).

No hay comentarios:

Publicar un comentario