15 de octubre de 2015

¿Es la teología sólo cosa de dogmas?

El desarrollo que ha mantenido la reflexión teológica a lo largo de siglo pasado ha sido verdaderamente interesante. Podríamos decir que ha seguido un proceso desde el dogmatismo al diálogo. Como suele ocurrir ante cualquier crisis, se ofrece una inmejorable ocasión para crecer. Y así ocurrió al introducir el aspecto histórico en la teología. Esto que hoy en día puede sernos más o menos obvio, no olvidemos que incluso en la historia de la filosofía es algo también muy reciente. El modo actual de comprender históricamente cualquier hecho o cualquier época no ha sido un tópico a lo largo del pensamiento humano, ni mucho menos. Y en el teológico, tampoco.

Partiendo del hecho histórico que fue el hombre Jesús de Nazaret, con el paso de los siglos la reflexión teológica se fue distanciando de Él para atender a una especulación más dogmática. El interés se centraba en los graves problemas de la fe, que a menudo tenían pocas repercusiones prácticas del cielo para abajo. Esta tendencia cambió hacia finales del medievo, donde distintos autores fueron sembrando el camino para ir pasando de dicha especulación abstracta a una reflexión más ‘terrena’.

A ello contribuyeron sin duda la Ilustración y el Romanticismo, incluyendo en la filosofía también dicha dimensión histórica. Pero a diferencia de lo que ocurre en la filosofía, esta inclusión no es fácil en la teología. Si la comprensión histórica es complicada desde un punto de vista filosófico incluso aun hoy en día, cuando todavía estamos averiguando todo lo que nos quiere decir Gadamer cuando nos habla de una hermenéutica no tanto metodológica como experiencial, teológicamente el asunto se agrava por una cuestión nuclear y muy concreta: la Revelación. El problema es que hay un dato revelado por Jesucristo, una Verdad que está más allá del tiempo y de la historia, y que sin embargo es recibido por distintas sociedades en distintas zonas geográficas y en diversas épocas históricas. ¿Cómo articular una cosa con la otra, como articular lo eterno del mensaje revelado con el aspecto histórico de su transmisión?

Las disciplinas teológicas que criticaron la teología clásica (dogmática) hicieron hincapié precisamente en el hecho de que la Revelación se dio en un momento histórico muy puntual, hace veinte siglos. ¿Cómo saber cómo fue realmente? Intentaron captar, por debajo de lo mudable de cada época, lo válido y original del mensaje cristiano. No se trataba tanto de identificar cómo se materializaba en cada cultura el mensaje evangélico, como de identificar esos rasgos comunes que se daban (me atrevería a decir que fácticamente) en aquellas culturas que trataban de vivir cristianamente. Se trataría de una reconstrucción de alguna manera empírica del mensaje original de Jesucristo. Ante la afirmación de algunos autores de la imposibilidad de recuperar históricamente (no dogmáticamente) el mensaje de Jesús, otros apostaron por ello. Entre ellos destaca Harnack, quien es considerado como el teólogo con el que arranca la contemporaneidad, y que con su método histórico-crítico intentaba alcanzar el dato revelado en su pureza y originalidad.

Pero en el clima racionalista de la época, surgió una cuestión por la que el mismo Harnack fue criticado: ¿por qué había que ceñirse al cristianismo?, ¿qué pasaba con el resto de religiones? Esta cuestión estuvo presente en todo el panorama intelectual europeo, incluso en el filosófico, optando en general por la afirmación de que entre todas, la religión cristiana era la más cercana al auténtico Dios. A esta afirmación se llegaba según dos vías: la primera, más tradicional (clásica), se apoyaba en la propia naturaleza sobrenatural del cristianismo (¿no hay aquí cierta petición de principio?); y la segunda, más moderna (crítica), se apoyaba en que fácticamente se daba en las culturas cristianas lo que en general se puede entender como la esencia de la religión auténtica (independientemente de que fuera mejor o peor vivida). Como digo, esta vía era compartida también por filósofos importantes como Kant, Scheleiermacher o Hegel. Los partidarios de esta segunda vía creían auténticamente que el cristianismo era la auténtica religión, pero no querían llegar a dicha afirmación por una vía dogmática, sino por una vía crítica, que es muy distinto. La cuestión era, pues, cómo poder hablar de la primacía del cristianismo sin apelar a lo sobrenatural y dogmático.

Como suele ocurrir, el péndulo se deslizó hacia el otro lado, empujado en este caso por Barth. Lo que venía a decir este autor es que si sólo se atiende a lo histórico, a lo que subyace en las distintas manifestaciones culturales humanas, ¿qué ocurre con el mensaje de la Revelación?, ¿no estaremos cayendo en una religión intramundana?, ¿qué ocurre con el elemento sobrenatural? La solución pasó por la recuperación de Dios como el totalmente Otro, en clara alusión a la experiencia religiosa desde un punto de vista fenomenológico que tan bien estudió R. Otto, pero sin perder el elemento crítico (como pretendía Bultmann). Mediante el paso de una teología histórica, moderna, liberal, a una teología denominada dialéctica, se recuperaba una dimensión muy importante, la dimensión personal de la fe. Porque el auténtico creyente no es tanto el que reflexiona, investiga, etc., sino aquél para el que su historia personal ya no es comprensible sin el hecho religioso vivido de forma actualizada.

Y esto había que articularlo bien. Había que encontrar un equilibrio entre una religión demasiado universal pero poco arraigada en el individuo concreto, y una experiencia personal quién sabe si muy salpicada de elementos subjetivos. La solución pasaba por el diálogo entre ambos extremos, aparente paradoja por intentar mantener unidos elementos que de por sí se excluyen: lo divino y lo humano, lo eterno y lo temporal, lo revelado y lo histórico.

Ya para acabar quisiera destacar dos ideas. La primera es que gracias a todo este proceso se ha llegado a una forma diversa de hacer teología. Este enfoque, que intenta no reducirse a una consideración dogmática gracias a la crítica historicista, ha sido capaz de ir un poco más allá de ésta para encontrar una postura de equilibrio. Se ha bajado de lo metafísico y abstracto, sin caer en las redes de lo meramente intramundano. La tendencia es la de reflexionar considerando elementos sobrenaturales, pero intentando mantener los pies en el suelo de la realidad histórica y temporal del ser humano, e incluso más allá de círculos cristianos. Creo que esto es importantísimo, y no ha hecho más que comenzar. La segunda es que, esto que vemos casi como una exigencia en el siglo XX, no es una actitud muy arraigada en el creyente de a pie. A menudo nos contentamos con un discurso fácil, adquirido por costumbre más que por convicción, sin plantearnos críticamente tantas y tantas cuestiones. No se trata de dudar de todo por oficio, sino sencillamente para plantearnos la fe de modo coherente y auténtico, y para poder entablar adecuadamente un diálogo sereno, abierto y fecundo con otros enfoques religiosos o con personas no creyentes.

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