24 de septiembre de 2015

Lo que de verdad importa

En la vida hay personas pequeñas y personas grandes. Quizá un buen criterio para diferenciarlas sea ver qué hueco dejan tras su marcha; si dejan un hueco grande, es síntoma de que han formado parte importante de tu vida. Y si esto es así, si han dejado un hueco grande, ¿a qué se debe? ¿Qué es lo que queda cuando una persona deja de estar contigo? ¿Sus bienes y pertenencias, su cariño, su respeto,… su amor?

Reconocer a las grandes personas no es fácil. Normalmente no hacen ruido, no se les oye; son sutiles, delicadas, serenas,… Llenan tu vida sin apenas darte cuenta; te escuchan, te acogen,… te alimentan. A veces somos tan mezquinos que sólo las percibimos cuando ya no están. Porque las cosas más importantes suelen pasar desapercibidas: no solemos fijarnos en el aire que respiramos, por ejemplo. Y suele ocurrir que recibimos a menudo tantas muestras de cariño y gratitud, pequeñas muestras, que ya no nos fijamos en ellas. Las damos como por hecho. Y no caemos en la cuenta de que son una auténtica maravilla.

Porque a la larga esas pequeñas pero grandes cosas son las que llenan una vida: son ‘lo que de verdad importa’. ¿De qué me sirve tener un gran imperio (o uno minúsculo, me da igual) si no lo puedo compartir con aquellos que me rodean? ¿De qué me sirve vivir una larga vida si la vivo aislado en un mundo pequeño, repleto de… nada? ¿Dónde están los otros en mi vida? ¿Dónde estoy yo?

Es difícil trajinar con la vida cuando te golpea. Hace poco escribía en una píldora sobre las situaciones límite, tal y como nos las explicaba Jaspers. ¡Qué difícil es trajinar con las situaciones límite, qué difícil es sentirnos vulnerables! Y ¡qué fácil es adoptar cualquiera de las escapatorias que Jaspers nos decía! Refugiarnos enseguida en la rutina, hacer una huida hacia adelante buscando un activismo que nos impida pensar, renegar de todo y encerrarnos en nuestra desesperación, buscar consuelo en las creencias religiosas…

A nivel personal me cuesta comprender a las personas no creyentes; me cuesta comprender cómo pueden vivir con esa lectura de la vida. Tampoco me siento afín a aquellos que necesitan de un ‘cielo’ para hacer sus vidas aquí más llevaderas; “esta vida es un valle de lágrimas —dicen—, pero tengamos fe que en el cielo nos veremos recompensados”. Respeto ambas posturas (¿cómo no?) pero no las comparto, porque no las comprendo. Yo soy una persona de fe, pero creo que el planteamiento es totalmente al revés. Entiendo que no se trata de que esta vida sea más llevadera porque nos espere un cielo, sino todo lo contrario: porque esta vida es algo grande, tiene que haber algo después. Si no somos capaces de vivir con autenticidad la vida aquí, ¿no será la creencia en un cielo algo así como un bálsamo para tranquilizar nuestro dolor?

Esto dicho así puede sonar un poco ingenuo, o descabellado. Con la que está cayendo, ¿cómo se puede afirmar que la vida es algo grande? ¿Cómo puedes decir eso a alguien a quien la vida lo ha roto? No lo sé, pero sinceramente yo así lo pienso, y me siento muy afortunado por ello. No sé por qué pienso así. No es que no sepa de las durezas de la vida; pero sí sé que he podido afrontarlas desde un ámbito de confianza y serenidad gracias a los que me han querido (y a los que me siguen queriendo). Creo que no se trata tanto de experiencias buenas o malas, sino de cómo se viven esas experiencias. Claro que nos pasan cosas malas, terribles; pero también nos pasan cosas buenas, maravillosas. Y ambas son propias de la vida. Claro que nos gustaría que sólo nos pasaran cosas buenas pero… ¿es eso posible?, ¿pertenece esa posibilidad a nuestra condición humana? Es imposible vivir sin cosas malas, y también sin cosas buenas. Y ambas ocurren. Creo que de lo que se trata es de aprender a vivir la vida, de saber configurarnos como personas para, considerando lo bueno y lo malo que nos pueda ocurrir a nosotros o a los nuestros, poder dar lo mejor para nuestro bien y para el de todos los que nos rodean, cercanos y lejanos. Y cuando estamos próximos a ello, es algo grande.

Los lazos que unen a aquellos que se quieren no se pueden romper con nada; me refiero a los que se quieren de verdad, incluso cuando duele. Y poder vivir esto es una maravilla, porque te permite dar un sentido profundo a tu vida. Y es que cuando tienes la suerte de poder vivir la vida presente de modo más o menos pleno, es cuando piensas o sientes en lo más profundo de tu corazón que esto no puede acabar. Supongo que algo tiene que ver con esto lo que Julián Marías denominaba perduración. Tenía una idea preciosa. Decía que todo ser humano debe responder en su vida a dos cuestiones: ¿quién soy yo?, y ¿qué va a ser de mí?; y que si no se responde a la segunda, tampoco se acaba de responder a la primera. ¿Por qué? Pues porque de alguna manera el sentido de la vida está imbricado con lo que pensemos sobre la muerte, sobre lo que va a ser de nosotros. Como decía Unamuno, nos morimos, pero no nos queremos morir. Y esta cuestión hay que resolverla. Resolverla de verdad. Tanto si pensamos si hay algo como si no, una persona coherente y auténtica debe saber a qué atenerse con su muerte, y vivir dando razón de ello. Y para Marías la vida debía ser perdurable.

¿Que haya un ‘más allá’? Pues no lo sé. No sé si habrá un cielo fantástico, o nos fundiremos en el inmenso ámbito de la realidad acabándose todo. A nivel personal, creo que guardaremos nuestra identidad y que de alguna manera perduraremos no sé muy bien dónde ni cómo. Puede pensarse que esto no es más que una idea para aliviar los días presentes. No sé. Puede ser. De hecho, a nivel personal no dejo de tener dudas; ¡ojalá tuviera una mínima certeza! Pero de lo que no tengo ninguna duda es de esa sensación en lo más profundo de mi corazón de que todo esto tiene sentido, y de que la vida es grande gracias a esas personas que saben entregarse con sus vidas, día a día, sin hacer ruido; y ello me mantiene en mi convicción o en mi creencia de que esto no se acaba aquí. Como he escuchado recientemente, una vida es demasiado poco para amar.

Así que, no puedo acabar sin decir que siento una inmensa gratitud por aquellas personas que me han enseñado lo importante de la vida, y por aquellas personas con las que lo voy descubriendo y compartiendo día a día. Siento gratitud por no caer en la desesperanza ante los embates de la vida, y por poder combatirlos en compañía. Siento gratitud por poder reunirme con los míos estando todos presentes (los que están y los que no están), por vivir desde el amor las ausencias y las presencias, y por tener claro (con todos ellos) que ése es el camino. Que los momentos malos están, y duelen, y mucho; pero que no pueden con nosotros ni acaban de empañar el estar actual; un estar desde el que podemos transmitir aquello que hemos recibido. Lo que vivimos ahora se lo debemos en gran parte a los que no están; y es por ello que de alguna manera siguen estando. Sólo basta con detenerse un momento y observar. Y disfrutar de ello. Y continuar la cadena.

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