18 de junio de 2024

La vivencia del tiempo

Un modo interesante de conocer a una persona, o de conocernos a nosotros mismos, tiene que ver con el modo en que ocupamos el tiempo, en qué cosas invertimos los minutos de que disponemos a lo largo de una jornada, en nuestros quehaceres cotidianos. O aún más: con la actitud de fondo con la que lo hacemos. Cómo cada cual emplee su tiempo no deja de revelar su pretensión vital, una pretensión que no pocas veces se nos oculta a nosotros, primeros protagonistas. Ciertamente, cuál sea la pretensión auténtica, la real, no la pensada o razonada, que subyace a nuestro día a día permanece con frecuencia inadvertida. Que devengamos en el tiempo es algo natural, tal y como acontece a cualquier otro ente de la naturaleza, sea vivo o no; pero, en nosotros, nada es del todo natural, sino que la presencia de lo humano va de suyo con un ejercicio de nuestra inteligencia en sentido amplio, con todo lo que conlleva de libertad e imaginación, de modo que ese devenir no es un mero devenir ‘físico’, sino ‘vital’, o mejor, 'biográfico', dotado de sentido. Todo lo que nos ocurre no son sino ingredientes de nuestras vidas personales, de nuestras biografías; ingredientes, no lo olvidemos, constitutivos.

Un día da para mucho, o para poco. Veinticuatro horas no son siempre veinticuatro horas de reloj: a unos, se les pasan sin darse cuenta, deseando que el día tuviese más horas para vivir; a otros, se les antoja un tiempo interminable, buscando estrategias para poder distraerse ‘matando el tiempo’.

Reducir el tiempo a su dimensión física, o cronológica, es en nuestro caso cuanto menos insuficiente. Saber a la perfección la hora, el minuto y el segundo en que vivimos, adaptando nuestras vidas a su ritmo implacable, si lo pensamos, es algo reciente en la historia de la humanidad. Buena parte de nuestros antepasados, no sólo vivieron ajenos al interminable tictac, sino que, aun habiendo relojes, vivían su jornada diaria… de otro modo, sin esa presión continuada de la agenda. ¿Seremos conscientes de cómo nos afecta esa presión continuada?

Marías lo expresa muy bien, explicando que ello ocurre no sólo cuando el tiempo comienza a cuantificarse, sino cuando nosotros adaptamos nuestras vidas a dicha cuantificación. Esto es algo que aparece «con los relojes exactos, cuando cada hora se abre y vuelca sobre nosotros, como una granada, su terrible contenido: sesenta minutos, cada uno de los cuales encierra ―y ello es sencillamente pavoroso― sesenta segundos». Es desde ese momento ―continúa― que «el tiempo, en lugar de fluir más o menos aceleradamente, o bien bañarnos pausadamente al remansarse en el deleite, o hacerse compacto y resistente en la espera, se convierte en una magnitud mensurable y exacta que llega, pasa, se acaba, se desfasa y nos hace vivir sobre aviso y desazonados».

Ortega y Gasset distinguió, en lo que se refiere a nuestro tiempo, aquel que es nuestro y aquél que no, que más o menos identificaba con lo felicitante y lo trabajoso. Es un hecho que todos necesitamos ‘vender’ tiempo nuestro sencillamente para poder vivir, realizando tareas a las que, por lo general, uno se siente obligado; diferente es el resto de tiempo, el que es nuestro, el tiempo libre del que uno pueda disponer para lo que quiera, el felicitante. Este reparto difiere en las distintas personas en base a muchos factores: sociales, profesionales, familiares, personales. También su cualificación, pues para no pocos el tiempo trabajoso es felicitante a la par, del mismo modo que para otros muchos el felicitante también es trabajoso, quizá más que el estrictamente dedicado al trabajo; no es difícil que el ocio se convierta también en un problema, contando uno las horas para poder volver a su ocupación, pues siente que el tiempo personal le asfixia y no le deja respirar. Muy agudamente añade Marías otro ámbito para nuestro tiempo diario, un tercer tipo de tiempo, como es el tiempo de nadie, es decir, un tiempo intermedio que no lo dedicamos ni al ocio ni al negocio, sino a otros menesteres tales como los desplazamientos, las colas en los establecimientos o en algunos trámites burocráticos, los infinitos minutos detenidos ante un semáforo en rojo… un tiempo que, en el fondo, se pierde, y al que le brindamos mucho espacio en nuestras vidas.

A lo que iba: en qué llenemos nuestra jornada cada cual dice mucho de nuestro modo de ser y de nuestro modo de vivir; y no tanto lo que hagamos, como la actitud de fondo desde la que lo hacemos. Ciertamente nos vemos impelidos gravemente por nuestra circunstancia al tiempo trabajoso, pero no menos gravemente depende también de nuestras propias decisiones que sea más o menos trabajoso o más o menos felicitante. ¿Es felicitante nuestro trabajo, o es una losa pesada que no tenemos más remedio que sobrellevar para llegar a final de mes? ¿Cuántos momentos hay en el día en que ‘pierdo el tiempo’? ¿Qué hago con ese tiempo ‘de nadie’ en mi vida? ¿De cuánto tiempo libre disponemos?, y ¿cómo lo empleamos? ¿Tengo espacio para aburrirme en mi vida?, o, aún mejor ¿sé aburrirme en mi vida, o me da pavor no tener nada que hacer? Todas son cuestiones fundamentales para aquél que quiere hacer de su vida, no un mero devenir cronológico, sino un fructífero devenir personal.

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