8 de agosto de 2023

Lo originario en el lenguaje

En ese paralelismo que establecíamos entre el gesto expresivo de una emoción y la dicción de una palabra, podría pensarse que hubiera una diferencia de raíz, podría pensarse que entre la emoción y su gesto expresivo hay un nexo originario que no es tal entre la palabra y su significado originario, y que éste fuera algo arbitrario, accidental. La mera existencia de varias lenguas posibilita esta lectura. Se podría pensar que los gestos son ‘signos naturales’ y las palabras ‘signos convencionales’. Para Merleau-Ponty no es así del todo porque, en el fondo, lo convencional son modos de relación tardíos entre los hombres, presuponiendo una situación previa. Es en la fuerza comunicativa de esta situación previa en la que hay que situar el origen del lenguaje, del mismo modo que es en la fuerza práctica del hombre en la que hay que situar el origen de todo gesto. Se dibuja así una línea de continuidad entre la comunicación gestual y los primeros esbozos de articulación lingüística del hombre primitivo. Y surge así una idea muy interesante, a mi modo de ver: que los vocablos adquieren así una dimensión gestual, vital, en la que es improbable la existencia de lo convencional.

«Si sólo consideramos el sentido conceptual y terminal de las palabras, es verdad que la forma verbal —exceptuando las desinencias— parece arbitraria. Eso no ocurriría si tomáramos en cuenta, además, el sentido emocional del vocablo, lo que más arriba llamamos su sentido gestual, que es esencial en la poesía por ejemplo. Veríamos entonces que los vocablos, las vocales, los fonemas, son otras maneras de cantar el mundo, y que están destinados a representar a los objetos no, como la ingenua teoría de las onomatopeyas creía, en razón de una semejanza objetiva, sino porque de él extraerían, expresarían literalmente, eso es exprimirían, su esencial emocional», dice Merleau-Ponty.

Los diversos modos de surgir y evolucionar cada lenguaje no son sino diferentes maneras de situarse originariamente en el mundo, desde una experiencia primigenia sentida vitalmente, la cual cristaliza diversamente en las distintas culturas y sociedades. La riqueza de los vocabularios, la rigidez o flexibilidad de la sintaxis, etc., no son datos ni arbitrarios ni convencionales, sino expresión de una cosmovisión vivida y compartida, celebraciones del mundo. Por este motivo difícilmente se puede expresar el sentido completo de un lenguaje mediante otro, y la traducción perfecta será imposible: «para asimilar una lengua por completo, habría que asumir el mundo que ella expresa, y nadie pertenece a dos mundos a la vez».

Por este mismo motivo no hay un pensamiento universal y absoluto, sino diferentes esfuerzos que tratan de recogerlo y de comunicarlo según las posibilidades abiertas por las lenguas respectivas, asumiendo sus deficiencias y sus bondades, incluidas también en su capacidad de expresión. El lenguaje meramente formal nunca expresará nada más que ‘la naturaleza sin el hombre’.

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