27 de junio de 2023

Lo público no es lo estatal: un espacio para el debate

Vimos hace ya tiempo en este post la postura que adoptaba Paul Ricoeur sobre la tolerancia en primera instancia y cómo, a partir de ella, llegaba a lo que él denominaba laicidad, como propuesta para el encuentro entre posturas diferentes en el ámbito de lo religioso y lo laico, lejos de radicalizaciones ideológicas: frente al confesionalismo y al laicismo, la laicidad, término con el que quiere recoger una postura constructiva, tal y como entiende la tolerancia. Frente al confesionalismo, las convicciones religiosas no tienen por qué suponer un obstáculo para la construcción del ámbito moral que necesita toda vida democrática; frente al laicismo, las cosmovisiones no religiosas no tienen por qué suponer una amenaza a las creyentes. La laicidad aparece así como una opción de un interés real en las sociedades democráticas por lo que tiene de aceptación de la diversidad, lo cual no quiere decir que aporte de por sí ninguna solución, pero quizá sí que establece un marco más propicio para poder llegar a soluciones en la sociedad, más allá de los conflictos entre distintas formas polarizadas de pensar o de ideologías.

La vinculación entre ‘tolerancia’ y ‘laicidad’ es evidente, si se piensan desde la convivencia de pareceres diversos sin la necesidad ni la pretensión de nivelarlos ni anularlos, ni tampoco obviarlos, sino presentándolos en el espacio público de debate para su discusión y confrontación, desde la convicción del enriquecimiento que ello supone para la sociedad. Como dice el mismo Paul Ricoeur, «esta laicidad de vida y no de muerte es la realidad misma de la conciencia moderna, que es una encrucijada de influencias cruzadas y no una plaza desierta».

Lejos de pretender llegar a soluciones de libro, su intención es crear espacios de deliberación pública, para lo cual los distintos interlocutores han que estar a la altura de las circunstancias. Surge el problema de cómo situar esta lectura de la laicidad en las administraciones públicas. ¿Qué le corresponde al Estado, apoyar una u otra postura religiosa, o rechazar cualquiera de ellas, o ser neutral? Partiendo de la dificultad (o imposibilidad) de que un sistema político sea neutral, en el sentido de que la no creencia ya es una toma de posición, es razonable pensar que lo que le corresponde a las administraciones públicas es lo que Ricoeur denomina un agnosticismo institucional, lo cual no supone ni negación ni indiferencia, ni en un sentido ni en otro, sino más que nada una delimitación de ámbitos. En esta delimitación, hay una tendencia creciente a relegar lo religioso al ámbito de lo privado, pero no es por ahí por donde nos invita Ricoeur a pensar; él argumenta que ―en su opinión― lo religioso no tiene por qué ser relegado únicamente al ámbito de la esfera privada, sino que muy bien puede estar presente en el ámbito de lo público (de hecho, lo está); aunque, para comprender bien su idea, es preciso tener claro que ―en su opinión― no necesariamente lo público ha de ser identificado con lo estatal, con las administraciones y poderes del Estado.

Creo que Ricoeur es muy fino en esta distinción entre lo público y lo estatal. Hay instituciones sociales que son públicas, que ejercen una función pública, pero que no son estatales, sino civiles: una asociación de vecinos, un colegio concertado (cuyos titulares no son necesariamente órdenes religiosas, sino también asociaciones laicas), un club deportivo, una asociación cultural, etc. Todas estas instituciones sociales son públicas, y no estatales. No son estatales porque son de iniciativa privada, pero es indudable la función pública que desempeñan.

Y es aquí, en este ámbito, en el que según Ricoeur cabe situar lo que entiende como laicidad, ya que, en el seno de la dinamicidad interna a las fuerzas y tensiones propias de la sociedad civil, cabe perfectamente el debate, el diálogo, entre distintas creencias y formas de pensar. Se podría afirmar que, si bien al Estado le compete generar un marco neutral en el que las distintas actitudes ante la vida se puedan dar, no desde la diferencia sino desde la tolerancia tal y como había explicado, a la sociedad civil le corresponde crear esos espacios de diálogo y de debate públicos desde un marco de atención y respeto que propicie la creación de relaciones sociales más sólidas y constructivas. Una sociedad sólida no se construye desplazando al diferente, cuando no sometiéndolo o anulándolo, sino creando lazos de diálogo y relaciones de encuentro entre distintas posturas y formas de pensar, siempre en el seno del marco legal y moral general que prevalece en una sociedad.

A este respecto John Stuart Mill posee una idea muy interesante, de la que Ricoeur se hace eco (aunque no explícitamente). Para no pocos sectores de la sociedad es incómodo que se hagan presentes ideas o formas de pensar contrarias a las de uno, o a las de la mayoría; cuando esto no está bien gestionado, suelen generar crispación y malestar, de modo que, para evitar el problema, pues lo mejor es silenciar al ‘disidente’. Sin embargo, para Mill esto es una gran pobreza. Primero, porque todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión y a ser escuchado, siempre en un clima de respeto y honestidad por pensar las cosas y alcanzar la verdad. Segundo, porque el hecho de que una opinión sea defendida por los poderosos, o incluso por la mayoría, para nada implica que esa opinión sea la verdadera; muy bien puede ser la minoritaria. Tercero, porque renunciar a escuchar una opinión distinta de la nuestra es perder una oportunidad para crecer en la verdad: si nos convence lo que escuchamos, para modificar nuestra opinión; y si no nos convence lo que escuchamos, argumentar nuestra postura nos ayudará profundizar en ella y a consolidarla; e incluso el mismo hecho de debatir ya sería una riqueza para ambas partes.

Dice Mill que, aunque toda la población del mundo tuviera una misma opinión, y una sola persona pensara diferente, sería obligado escucharla. Como comenta también Ricoeur, es una necesidad que los contenidos de distintas formas de pensar aparezcan en el debate público, para que se confronten, y crezcan ambas partes con ello. ¿Dónde estamos nosotros?

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