16 de agosto de 2017

De la historiografía romántica a la hermenéutica: J.G. Droysen

Con este post vamos a avanzar en la evolución de cómo se ha ido comprendiendo la historia, sobre todo a partir de la época romántica, último paso antes de adentrarnos en el pensamiento de uno de los grandes padres del pensar hermenéutico: Wilhelm Dilthey. Hoy vamos a conocer un poco a J.G. Droysen, quien da un paso adelante a partir de la reflexión de Ranke (más de carácter romántico-panteísta) que vimos en el anterior post, intentando hacerla ‘aterrizar’. Él entendía la comprensión histórica como no necesariamente diversa a la lingüística: de lo que se trataba no era tanto de buscar una comprensión de la historia desde algo exterior a ella (desde esa especie de conciencia universal), sino ‘en’ ella. Lo que había que hacer era llevar hasta las últimas consecuencias aquello que de alguna manera ya había dicho Ranke cuando hablaba de la ‘fuerza de la historia’; aunque si bien Ranke sitúa el fundamento de esa fuerza en la conciencia, Droysen lo busca en la misma historia.

Para ello ahonda en la comprensión de la historia a partir de los hechos históricos, no fijándose tanto ni en las acciones ni en las interpretaciones de los individuos: «el individuo aislado, en el azar de sus impulsos y objetivos particulares no es un momento de la historia; sólo lo es cuando se eleva hasta los aspectos morales comunes y participa en ellos». Esa fuerza de la historia depende ahora no de la conciencia superior en tanto que manifestación de la vida del todo, y que pueda ser vislumbrada únicamente por el historiador capaz de situarse en la clave del espíritu universal, sino de los hechos realizados por el ser humano que actúa históricamente, y que se convierten en ‘poder’ en la medida en que participan para la consecución de ‘los grandes objetivos comunes’. Lo importante en la historia son los grandes acontecimientos, los hechos históricos.

Y los individuos, ante ese devenir histórico, se sitúan de diversas maneras, básicamente dos: bien soportándola, bien modificándola. Estos últimos serían en mayor o menor medida los protagonistas de la historia cuya importancia es ésta, su contribución a la historia, que es lo relevante para Droysen (más allá de sí mismos).

«El rasgo panteísta de Ranke permitía aquí la pretensión de una participación al mismo tiempo universal e inmediata, de una ‘con-ciencia’ del todo. En cambio Droysen, piensa las mediaciones en las que se mueve la comprensión». Porque el historiador que busca comprender, comprende desde un cuadro de coordenadas histórico posibilitado por la historia, y no puede escaparse a él. La investigación pasa por un comprender la historia, pero también por un comprenderse a sí mismo en su situación histórica, un comprender cómo se comprende, un comprender investigando. Aquí sí que se encuentra un mayor acercamiento entre la tarea historiográfica y la creación artística, sin necesidad de apelar a instituciones externas a las mismas.

Es por ello que para Droysen la tarea investigadora es un progreso inacabable, un diálogo continuo entre la tradición y la comprensión, ajena a esa precisión implícita al experimento científico. De hecho, aquí cabe situar la escisión entre la investigación histórica y la científica, y que provocó que el concepto de ‘investigación’ estrictamente hablando se aplicara más a la segunda que a la primera. La científica, a causa de la limitación de su marco y de sus condiciones experimentales, puede ofrecer mayor exactitud y certeza. Pero la historia reposa sobre el comportamiento humano, y por ende sobre la libertad, sobre la cual no es posible establecer leyes (al modo científico) de comportamiento, pero si ciertos nexos que no por ser científicos dejan de ser reales, y puedan ser susceptibles de conocimiento y comprensión: «en la investigación incesante de la tradición se logra al final siempre comprender».

Aquí sería oportuno considerar esa flexibilidad de la que nos habla D’Ors, cuando uno está atendiendo a las ciencias del espíritu, «porque si la Historia no se rige por una ley mecánica, y ‘la sorprende a cada instante lo imprevisible de los hechos’, también es cierto que tampoco está regida por un ‘improvisar caprichoso’, y en cada etapa aparece una serie de constantes que la hacen inteligible». Efectivamente, la historia no es un suceder mecánico, pero tampoco aleatorio o caprichoso. Es gracias a ello que se pueden conocer los nexos de sentido que la subyacen.

La hermenéutica se convierte así en señor de la historiografía, conclusión a la que se llega desde una premisa: que la historia, considerada como acciones de la libertad, es tan profundamente comprensible y cargada de sentido como un texto; del mismo modo que acontece en un texto, la comprensión de la historia es una actualización continua de lo comprendido, de lo acontecido, de lo histórico.

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