26 de julio de 2015

La deportación de los judíos o el problema de la inmigración

En este capítulo (junto con los siguientes) Arendt explica el trabajo que desempeñó Eichmann desde que comenzaron las deportaciones, trabajo que le absorbió por completo ya que era el responsable de organizar todo el proceso en las diferentes zonas de Europa. Su tarea se centraba en gestionar lo relacionado con el transporte, ya que lo referente a las personas judías (cuántas, quiénes, a dónde) era ordenado directamente por Himmler y no por él. No obstante, en última instancia Eichmann decidía el número de personas que podían transportarse desde una zona determinada, dando el visto bueno (en términos puramente administrativos) a su lugar de destino (¡no todos los campos estaban preparados en un determinado momento para recibir a un gran grupo de judíos!). Es escalofriante cómo Eichmann (y en general todo el régimen) hablaba de este asunto, como si en vez de referirse a personas se refirieran a ganado. Como dice Arendt, no se daban cuenta de que lo que para Hitler era un ‘objetivo de guerra’ especialmente prioritario, y que para Eichmann no era más que un ‘trabajo’ más o menos rutinario, para los judíos significaba sencillamente el ‘final de sus vidas’, literalmente.

En los inicios de esta decisión los nazis pensaban que el odio a los judíos iba a ser un denominador común en toda Europa, y que ello les iba a ayudar a la unificación de los territorios conquistados. Nada más lejos de la realidad. Hubo países que secundaron su antisemitismo (también en algunos casos impulsados por otros motivos diferentes a los nazis), pero fue más común un rechazo a esta decisión (destacando las naciones escandinavas, ‘hermanas’ de sangre de los alemanes).

Las primeras deportaciones se realizaron en el seno del Reich (la propia Alemania, y Austria, Moravia, Bohemia, Chequia y la parte occidental de Polonia que ya estaban anexionadas). La labor de Eichmann cambió, pues: ya no tenía que obligar a judíos a emigrar sino que directamente los deportaba a los campos, primeras deportaciones que no tenían todavía como destino la Solución Final. Hubo dos primeras deportaciones, a modo de prueba,… a ver qué pasaba. La primera  fue en 1940, la ‘noche’ del 13 de febrero, sobre unos mil trescientos judíos alemanes, con destino a Lublin. La segunda, en ese otoño, mil quinientas personas (hombres, mujeres y niños), con destino a la zona no ocupada de Francia. Lógicamente, el régimen se quedó con sus pertenencias (la excusa que se dio para realizarlas, de hecho, fue que eran precisas tales medidas por la ‘economía de guerra’). ¿Por qué se hicieron tan pronto estas dos deportaciones aisladas? Según nos cuenta Arendt, para poder comprobar el ‘pulso’ de la cuestión, es decir: a) para conocer cuál iba a ser la actitud de los propios judíos cuando se presentaran en sus casas por las noches los soldados alemanes; b) para averiguar cuál sería la reacción de sus vecinos al notar su ausencia y sus casas vacías con el paso de los días; y c) para saber cuál sería la reacción de un país vecino al recibirles.

Desde el punto de vista de los nazis, todas estas cuestiones resultaron a la postre ser satisfactorias, ya que en general primó la indiferencia de todos los que no eran directamente afectados (recordemos que tampoco estamos hablando todavía de exterminio, tan sólo de deportación). Ello permitió concluir a los nazis que sus políticas de exterminio serían bien recibidas, ya que pensaban que esa indiferencia no era sino una especie de antisemitismo encubierto.

Tras estos dos primeros ‘experimentos’ hubo un intervalo como de calma, durante el cual Eichmann se puso a «juguetear» con su idea de Madagascar. Pero ya en breve el tema se puso serio, y se decidió en marzo del 41 (durante la preparación del frente soviético) que Alemania debía quedarse prioritariamente judenrein; e inmediatamente después el resto del Reich y de los territorios conquistados. Se dictaron las primeras medidas legislativas (brazalete amarillo, rechazo de la ciudadanía alemana a los judíos, documentación para poder apropiarse de sus bienes,…), y que luego serían extendidas al resto de territorios. Medidas que para ser aplicadas necesitaron la colaboración de todas las instituciones públicas (policía, servicios públicos,…), las cuales no fueron consideradas como criminales en Nuremberg.

Una vez empezados los trámites surgieron tres problemas. Uno, ya comentado, el de los amigos judíos que todo ciudadano alemán tenía, y que intentó solucionarse mediante el centro de Theresienstadt. Otro, qué se iba a hacer con los ‘medios’ judíos. Había dos opciones: la radical, exterminarlos como a todo judío; y la moderada, simplemente esterilizarlos (con la idea de no perder la mitad de sangre alemana que tenía la gente ‘mixta’). En cualquier caso, tuvieron dos elementos a favor: la fuerza de sus parientes no judíos, así como las dificultades técnicas para establecer medidas de esterilización masiva eficaces. Como Eichmann dijo, este ‘bosque de dificultades’ repercutió en su favor. Y el tercer problema: qué ocurría con aquellos judíos no alemanes residentes en Alemania, pues a éstos no se les podía quitar la nacionalidad con la mera deportación. Entonces el régimen nazi todavía era lo suficientemente sensible como para no proceder ‘a la brava’, consciente de que le sería útil en algún momento no estar enfrentado frontalmente con los otros Estados. Así que utilizaron a este colectivo para tantear, para tomar el pulso de la opinión de los demás sobre el problema judío. Se les comunicó que, como Alemania quería quedarse en breve judenrein, se iba a proceder a la devolución de judíos no alemanes a sus países de origen; en función de la respuesta de éstos, se tantearía si la Solución Final era más o menos bien acogida en el seno de Europa, pues en el caso de que algún Estado fuera reacio a acoger a unos centenares de ciudadanos propios, sería razonable pensar que no pondría demasiadas pegas a la Solución Final.

No fue hasta el 30 de junio de 1943 que el III Reich quedó definitivamente judenrein, mucho más tarde de lo que Hitler previó. En total, unas doscientas sesenta y cinco mil personas fueron deportadas del territorio alemán, de las cuales muy pocas consiguieron escapar.

Ya para acabar, una última idea que dio que hablar en la sesión del Seminario. En un momento del juicio, Eichmann llegó a afirmar que no hubo ningún país en Europa que aceptara de buen grado a los judíos, lo que les ratificaba en su antisemitismo. Claro, como si a cualquier estado mínimamente organizado no les supusiera un importante contratiempo la llegada de cualquier grupo amplio de personas extranjeras en estas condiciones. Y es cierto. De hecho esto es algo que está ocurriendo actualmente en nuestros países del sur de Europa, con la llegada de inmigrantes africanos que huyen de sus casas. Podríamos pensar que la situación no es la misma, que los judíos alemanes deportados son de carácter diverso a los inmigrantes del África subsahariana; pero, ¿lo son? Ambos grupos han sido obligados a salir de sus países, y ambos con amenazas de muerte, unos explícitas y los otros implícitas (aunque también a menudo explícitas).



Los inmigrantes actuales salen de sus zonas de origen para sobrevivir a una situación insostenible en sus países, peligrando sus vidas y la de los suyos; por ello no tienen reparos en jugársela cruzando el mar (¿qué tienen que perder?) con la esperanza de poder ganar unos recursos y poder ayudar a los que se quedaron. ¿Qué reacción tienen hoy en día los países europeos? No es un problema de fácil solución. Lo primero que viene a nuestra cabeza (y a nuestro corazón) es acogerlos a todos, como sea; a la hora de llevar a la práctica esa acogida supongo que la cosa es más complicada. Equilibrar estos dos aspectos no es fácil, y entiendo que la solución al problema no se encuentra a ‘golpe de corazón’, sin negar que éste sea indispensable. ¡Somos humanos! Supongo que la solución del problema no pasa tanto por acogerlos aquí (que también, ¿cómo no?) como por intentar ayudarles a resolver los problemas en su país de origen. ¡Hay tantos responsables! Occidente, sin duda; sus dirigentes, (en general) también... Es un problema difícil de resolver, en el que de alguna manera todos tenemos que contribuir. Que estemos sensibilizados es un gran paso pero, ¿es suficiente? Es fácil ser solidario, pero ‘que de ello se encargue el Estado’. ¿Cómo reaccionaríamos si una de estas personas llamase a la puerta de nuestra casa? ¿Cómo reaccionamos cuando alguien imprevisto irrumpe en nuestras vidas solicitando nuestra ayuda? Simplemente para pensar.

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