26 de abril de 2015

Eichmann en Jerusalén

Comenzamos hace unos días con un nuevo ciclo en nuestro Seminario de Ética, de la mano de una autora contemporánea: Hannah Arendt, conocida por sus reflexiones sobre la filosofía social y el comportamiento humano, focalizada principalmente en la no lejana experiencia europea de los totalitarismos. Sus obras más conocidas tienen que ver con ello: Los orígenes del totalitarismo y La condición humana. Nuestra idea es trabajar el segundo de ellos. Pero antes vamos a dedicar algunas sesiones a Eichmann en Jerusalén. Si bien no es una obra estrictamente filosófica, se perciben a lo largo de su exposición no pocas reflexiones al respecto.

Es importante decir que se trata de una obra delicada, básicamente por el tema tan vidrioso que trabaja. De hecho, la propia autora se ha ganado no pocas críticas por su análisis, sobre todo por parte del sector judío. Arendt recibió el encargo de un periódico estadounidense para que fuera escribiendo las crónicas del juicio a Adolf Eichmann que se estaba realizando en Jerusalén, crónicas que posteriormente elaboradas dieron origen a esta obra. Destaca en ella un esfuerzo por mantener una mirada lúcida, y que en ocasiones me atrevería a decir gélida (¡tan fría que a veces sorprende!), desapegada de cualquier atisbo de culpabilización o de revancha. Su interés se centra en analizar el comportamiento de las personas implicadas (de los miembros del movimiento en general, de Eichmann en particular) así como de la propia sociedad alemana; un análisis sobre cómo fue posible que en un país —digamos— normal, cuyos ciudadanos son en principio tan normales como los de cualquier otro, formado por personas como las de cualquier otra sociedad,… se diera semejante barbarie.

Y probablemente fue este análisis riguroso y lejano a cualquier carga afectiva lo que le granjeara tales críticas. Se echaba de menos mayor carga contra el acusado, mayor responsabilización, mayor culpabilización,… La lectura que hace Arendt no es que quiera exculpar al ex-oficial de las SS, ni mucho menos, sino que lo que pretende es situar su responsabilidad en el seno de toda esa marea del movimiento que con su fuerza consiguió arrastrar a toda una sociedad, e incluso a muchos que no formaban parte de ella directamente.

Aparecen en esta obra cuestiones muy interesantes, tanto por lo que se refiere a la figura personal del juzgado, como a las relaciones previas entre ‘arios’ y judíos (con datos que para nosotros — miembros del seminario— eran desconocidos), como al análisis desde la filosofía social del comportamiento del colectivo alemán. De ellas, quizá es destacable la tercera cuestión, en tanto que posee en no pocas ocasiones una aplicabilidad manifiesta a nuestras sociedades contemporáneas, en las que los riesgos a los que está expuesto a quien ella denomina hombre-masa siguen siendo tan reales como entonces, aunque lógicamente con otros tipos de alienación y en un marco diverso (quizá el ambiente de euforia económica fruto de la burbuja inmobiliaria tenga algo que ver). Desde luego, da que pensar. Ahora que vemos aquello ya con cierta perspectiva, ¿podemos afirmar que estamos libres de alienaciones, aunque sean de otro tipo? ¿Somos hombres-masa o no? Supongo que cada uno debe dar respuesta por sí mismo a estas preguntas. Quizá lo primero que nos nazca sea negarlo; difícilmente alguno de nosotros se autodefiniría a sí mismo como hombre-masa, como mujer-masa. Otra cosa es que lo seamos en mayor o menor medida. Y discernirlo no es fácil.

Tras leer en los primeros capítulos de la obra la historia personal de Eichmann, mucho antes de que pasara a engrosar las filas del ejército alemán (circunstancia fortuita, curiosamente), a un servidor le han surgido no pocos interrogantes. Sin quitarle ni un ápice de su responsabilidad, los distintos sucesos de su vida a la vez que su débil personalidad fruto de una infancia y juventud no muy afortunadas, le fueron llevando hacia la carrera militar, e ir escalando peldaños en ella mucho antes de tener ningún tipo de relación con campos de concentración. Allí encontró el reconocimiento y la valía que no consiguió en ninguna otra parte, ni en su propia familia. Y esto es importante, ya que en gran medida era lo que motivaba la adhesión al movimiento. Normalmente son las personalidades débiles y quebradizas las que se unen a instituciones y organizaciones que les ofrecen la seguridad de una idea, la confianza de la pertenencia a un grupo, el respaldo de unas opiniones que uno no es capaz de encontrar en su propio interior. Por eso la adhesión se convierte en algo radical, cuasi-religioso,… pues de alguna manera es lo que les proporciona su ‘salvación’. Yo me planteo hasta qué punto esa adhesión está fundamentada en la atracción positiva a lo que esa institución representa, y no en el temor a sentirse sólo y roto alejado de ella.

Toda institución (o toda situación) que anule personalidades, que no contribuya a hacernos más humanos, es de por sí nociva; la cuestión es por qué son atractivas para tantas y tantas personas, por qué esas personas están necesitadas de una alienación para sentirse vivos. Cuando una sociedad permite que vivan en ella personas rotas que necesiten ‘vender su alma al diablo’ para encontrar una estima y una consideración que no poseen ellas en sí mismas, esa sociedad está enferma. O por lo menos no está todo lo sana que debiera.

En fin, prácticamente aún no he dicho nada del libro. En breve lo hago.

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