17 de julio de 2018

Ideas dotadas de biografía (y iv): o la sensibilidad emotiva de Poincaré

La idea con la que finalizaba el anterior (y lejano) post me parece que es una idea fundamental del pensamiento dorsiano: ideas dotadas de biografía. Con esta expresión tan original y sugerente, d’Ors es capaz de aunar dos dimensiones distintas (la sensible y la racional, la material y la formal) pero de las que se nutre todo posible conocimiento. ¿Qué es conocer, sino extraer esquemas formales de la realidad? Pero para extraerlos es preciso previamente percibir la realidad en su concreción.

En situaciones más o menos sencillas, podemos pensar que es relativamente fácil extraer estos esquemas formales del conocimiento. Pero, a poco que nos detengamos en ello, nos daremos cuenta de que las cosas no son para nada tan sencillas. Uno de los ejemplos que personalmente me causa más admiración, quizá porque lo conozco un poco más de cerca, es todo el proceso que siguió Johannes Kepler para describir matemáticamente las órbitas de los planetas. Y, tal y como cuenta Werner Heisenberg (sí, el del principio de incertidumbre) en uno de sus libros, en concreto La imagen de la naturaleza en la física actual, la experiencia de Kepler al poder lograr su objetivo fue verdaderamente espectacular, transcribiendo tal y como él lo expresó al concluir el último volumen de su Armonía del Universo: «Te doy las gracias a ti, Dios señor y creador nuestro, porque me dejas ver la belleza de tu creación, y me regocijo con las obras de tus manos. Mira, ya he concluido la obra a la que me sentí llamado; he cultivado el talento que Tú me diste; he proclamado la magnificencia de tus obras a los hombres que lean estas demostraciones, en la medida en que pudo abarcarla la limitación de mi espíritu». Creo que a esta experiencia se le puede aplicar sin ningún tipo de problemas la expresión dorsiana ‘con regocijo y sustancia’.

Recordemos que en otro post había llamado la atención sobre esta expresión. Y es que, según d’Ors, subyaciendo a su pensamiento figurativo, a su pensamiento en relieve, no hay sino un regocijo, fruto del cual surgen precisamente las ideas con sustancia, las ideas dotadas de biografía. Y esta idea es muy interesante. No hace mucho leí una reflexión de Poincaré en su pequeño escrito “La creación matemática”, en la que se planteaba precisamente cómo podía ser que, de todas las ideas que surcaban su cabeza (la cabeza de un matemático) a la hora de pensar un problema, de repente aflorarán algunas (con frecuencia de modo no consciente), y que a la postre se erigieran en soluciones a dicho problema. Y la respuesta de Poincaré pasa por el hecho de que, del mismo modo que de todos los estímulos sólo llaman nuestra atención perceptiva los más intensos (salvo que otras causas la dirijan hacia otros), «en general, los fenómenos inconscientes privilegiados, los que pueden convertirse en conscientes, son aquellos que, directa o indirectamente, afectan más profundamente a nuestra sensibilidad emotiva».

La cuestión es: ¿cómo un enunciado matemático puede apelar a una sensibilidad emotiva, cuando lo lógico es que sólo dependiera de nuestro intelecto?, ¿qué hay más racional y lógico, más aséptico emocionalmente hablando, que un teorema matemático? Pensar así es un craso error para Poincaré, porque «esta opinión olvida la sensación de belleza matemática, de la armonía de los números y las formas, de la elegancia geométrica que es una verdadera sensación estética conocida por todos los matemáticos auténticos, y que, en consecuencia, pertenece a la sensibilidad emotiva». O sea que, el conocimiento en general (el matemático en particular), cuando posee de algún modo un correlato con la realidad de las cosas, cuando sus elementos están dispuestos de tal modo, la mente puede captarlos sin esfuerzo en su totalidad, al tiempo que percibe sus detalles.

«Tal armonía no sólo es satisfactoria para nuestras necesidades estéticas, sino que presta ayuda a la mente, a la que sustenta y guía, al tiempo que, al poner ante nosotros un todo bien ordenado, nos permite intuir dicha ley matemática».

Si nos fijamos, para Poincaré es fundamental esa sensibilidad emotiva, ese regocijo dorsiano, esa sensibilidad estética que es la que hace las veces de cedazo delicado que permea aquellos pensamientos que poseen ese correlato con lo real y que, de modo similar al de Poincaré, describe Kepler cuando finalmente dio con sus famosas leyes. Al decir del matemático francés, no se puede ser un auténtico creador sin esa sensibilidad estética, pues de algún modo es ella la que nos impide desvincularnos de la realidad de las cosas.

Esta explicación de Poincaré creo que refleja fielmente la idea dorsiana: una creación estética tiene mucho que ver con ese regocijo y sustancia que nos decía: regocijo por lo que tiene de estético, sustancia por lo que tiene de real. ¡Hasta en una ley matemática! Tanto es así, que para d’Ors el poseer esa capacidad estética ya era un modo de conocimiento, pues nos situaba en el orbe de lo real, de modo que el conocimiento racional o matemático ya tenía mucho andado. Quien posee esa sensibilidad estética, ya está en la vía de la verdad, no tanto de modo científico-lógico, como de modo intuitivo, vital… La razón creativa es la que se ejerce de la mano de esa sensibilidad, pues posee la suficiente finura como para que en ella resuene la realidad de las cosas porque —como decía Poincaré— puede captarlas sin esfuerzo ya que simpatiza con ellas. Con esa sensibilidad estética, no es que se vea otra realidad, sino que se ve la realidad de siempre… pero con otros ojos. No se trata de un volver a ser consciente de algo que ya se conocía, sino de conocer aquello que ya se conocía pero como algo más que lo ya conocido, como algo nuevo y que marca la diferencia con lo conocido previamente. Es la diferencia de pensarlo en plano a pensarlo en relieve. Según d’Ors, para acercarse a la verdadera esencia de lo ya conocido hay que reconocerlo según este giro provocado por el pensamiento figurativo (por la transformación en construcción que dirá Gadamer): es un poner de relieve la figura que subyace (inaccesible ‘antes de’) de las cosas.

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