25 de febrero de 2025

El mito de que el niño es más creativo que el adulto

Decía que la actividad creadora se da tanto en la etapa adulta como en la infantil. La creatividad se realiza siempre según las posibilidades del período vital en que uno se encuentra, también en los diversos estadios del niño. En cualquier caso, toda imaginación depende de la experiencia; la experiencia previa va generando los ‘materiales’ con los que se podrá dar pábulo a la imaginación y ejercer la actividad creadora, la cual aumentará paulatinamente conforme los años se sucedan. Con los años, junto al crecimiento de la actividad creadora, también se el crecimiento personal del niño, cambiando su actitud y relación con el entorno, así como sus inquietudes y sus intereses.

¿Hay diferencias relevantes entre la creatividad infantil y la adulta? Se piensa que los niños son más creativos que los adultos, que su imaginación es más rica, por su propio modo de ser; pero esto es matizable y, seguramente, no responda a la realidad. Vigotsky aduce tres motivos: a) porque la experiencia del niño es más reducida que la del adulto, b) porque sus intereses son más simples y elementales, y c) porque su relación con el ambiente es menos rica y compleja que la del adulto. Conclusión: «la imaginación del niño, como se deduce claramente de esto, no es más rica, sino más pobre que la del adulto; en el proceso de crecimiento del niño se desarrolla también su imaginación, que alcanza su madurez sólo en la edad adulta».

Ciertamente, la actividad creadora más fecunda se da en la edad adulta, donde la experiencia se ha ido ya acrisolando en su encuentro con la realidad, itinerario en el que la adolescencia es un momento clave. La etapa infantil se caracteriza por una desvinculación entre su imaginación y la razón, lo cual no es prueba tanto de su riqueza como de su pobreza. Lo que ocurre es que, a pesar de que los niños pueden imaginarse muchas menos cosas que los adultos, confían más en los resultados de su fantasía, y la controlan menos: de ahí el mito de que su imaginación es mayor. El encuentro entre la imaginación y la razón se suele dar en la adolescencia, a partir de la cual ambas irán más vinculadas, de modo que la imaginación ya no es pura imaginación, sino que anda entremezclada con la razón, que nos vincula a la realidad. El modo en que ambas dimensiones se entretejan en la adolescencia es fundamental.

También es cierto que, si bien el niño es menos creativo que el adulto, ello no implica en absoluto que todo adulto lo sea. A menudo, la prosa de la vida diaria merma el ejercicio imaginativo, cayendo en la rutina y en el desafecto, y renunciado al ejercicio de la fantasía en la propia vida. Esto supone una regresión, según la cual una de las capacidades humanas más extraordinaria (la fantasía) queda en desuso; no en desuso del todo, pues siempre está presente, aunque en niveles ínfimos: son vidas anodinas. La maduración tiene que ver con un ejercicio de la imaginación menos irreal, en complemento con lo racional que nos vincula a lo real. La adolescencia es importante porque es la etapa en la que se vive esta crisis entre lo infantil y lo adulto, entre la irrelevancia de lo que se imagina y la necesidad de que se arraigue a la realidad de las cosas. En la adolescencia «se rompe el equilibrio del organismo infantil sin que se haya podido aún encontrar el equilibrio del organismo adulto»; la imaginación ha de encontrar su nuevo lugar: al adolescente ya no le sirven los juegos ni los sueños de su etapa infantil, pero aún no puede ejercerla de modo maduro. La vida interior del adolescente se complica y se enriquece enormemente si la comparamos con la infantil, así como las relaciones con sus personas de referencia o el entorno ambiental. Una adolescencia que no es del todo un asunto de la edad: no son los pocos ‘adultos’ que, en el fondo, son eternos adolescentes.

Este proceso según el cual se asume la realidad es muy importante, en lo cual hay que distinguir dos dimensiones: una externa (lo que nos ocurre) y otra interna (cómo interpretamos eso que nos ocurre). Cuando esta integración no se da adecuadamente, el nuevo adulto puede no acercarse debidamente a la realidad, amparándose en sus creaciones subjetivas que le mantienen alejado de la misma. Es fácil satisfacerse con la imaginación, de modo que «la huida al mundo de los sueños suele desviar la energía y la voluntad del adolescente del mundo de lo real». La imaginación creativa es fundamental para una vida adulta madura, para que cada persona pueda explotar al máximo sus facultades en la vida, algo que es un antropológico universal: es una facultad que nos pertenece a todos, y cuyo ejercicio dependerá relevantemente de nuestra biografía, en la medida en que se nos haya ayudado en su cultivo y ejercicio o, por el contrario, se nos haya dificultado, si no explícita, sí implícitamente. La imaginación fecunda y frecuente es propia de todas las personas y de todos los niños, y necesita ser educada.

18 de febrero de 2025

¿Qué es un sistema?, desde el punto de vista termodinámico

La termodinámica es una disciplina científica compleja, cuyo objeto de estudio ha ido evolucionando sensiblemente mucho más allá de lo que pensaban los pioneros en su investigación. Su origen hay que situarlo en el esfuerzo por comprender y perfeccionar el comportamiento de las máquinas de vapor, trabajando con magnitudes tales como calor, trabajo, presión, eficiencia, etc.; con el tiempo, su evolución nos ha llevado a derroteros muy diferentes, como los que tienen que ver con la entropía, la dinámica de sistemas, el azar, la evolución del universo, el fenómeno vida, etc. Voy a definir aquí unos pocos conceptos clave, que son útiles para comprender mejor los sucesivos pasos que vayamos dando. Para ello, me he apoyado en el interesante discurso de Pedro Gómez-Esteban, en su no menos interesante blog ‘El tamiz’.

Un concepto clave en la termodinámica es el de sistema. Se puede definir como aquel conjunto de elementos bien definidos, distinguibles del entorno (aquella parte que no forma parte del sistema). Un sistema puede ser desde un motor, hasta un océano, o incluso el mismo universo en su totalidad. Esto que parece algo evidente y fácil de establecer, cuanto menos a nivel teórico, en la práctica no lo es tanto, siendo difícil dibujar sus fronteras, es decir, determinar con claridad dónde acaba el sistema y comienza el entorno. Sólo en la medida en que podamos establecer esa diferencia rigurosamente, podremos medir los intercambios que puedan haber de masa y energía entre nuestro sistema y el entorno, que es lo que nos interesa desde esta disciplina.

Se distinguen tres tipos de sistemas: abiertos, cerrados y aislados. El sistema abierto es aquél que intercambia masa y energía con el entorno; por ejemplo, un río. Es en estos tipos de sistemas en los que es más difícil identificar sus límites y estudiarlos con precisión. Por ejemplo, en nuestro río, ¿forma parte del sistema su lecho, con el material del que esté formado?, ¿o la vegetación o la fauna que se encuentra en él o en sus lindes?, ¿o el clima circundante, el agua evaporada, la lluvia, etc.? Todo esto se puede complicar mucho. A la hora de pensar en un río, todos somos capaces de imaginárnoslo con facilidad, pero a la hora de identificarlo para estudiarlo científicamente (termodinámicamente), la cosa se complica. Ciertamente, los sistemas reales son siempre sistemas abiertos: no existe ningún sistema real que no intercambie masa o energía con su entorno (salvo el universo considerado en su totalidad). Pero, como suele ocurrir, se pueden hacer simplificaciones más manejables teóricamente y que, en determinadas condiciones, no suponen una gran desviación del comportamiento real. El segundo tipo de sistemas son los cerrados, los cuales sólo intercambian energía con el entorno, no masa. Se pueden definir con un poco más de claridad debido a que su masa se mantiene constante: podemos hablar de un recipiente cerrado con agua dentro, por ejemplo. Estos sistemas pueden ser escogidos de modo que se aproximen a los sistemas reales, y son más fáciles de investigar, sobre todo en aquellos sistemas reales cuyo intercambio de masa con el entorno es reducida, o muy lenta. Por último, tenemos el sistema aislado, que no intercambia ni masa ni energía con el entorno, no intercambia nada. Lo cierto es que no existe ningún sistema aislado, a excepción quizás del universo considerado en su totalidad. Algo que nos puede ayudar a pensar lo conectado que está todo con todo, la respectividad intrínseca de todo con todo, también de nosotros con todo. 

Una vez definido el sistema con el que se va a trabajar, y establecidas las condiciones en que se va a hacer, interesa concretar qué variables son aquellas en las que nos vamos a fijar, sobre las que va a recaer nuestra atención. La mayoría de ellas nos son conocidas, aunque su sentido físico es fácil que se nos escape: temperatura, presión, volumen, densidad, entropía, etc. Como es fácil suponer, cuantas más variables atendamos mejor definido estará el sistema, aunque se nos complicará su estudio.

Lo que trata de hacer la termodinámica es conocer el funcionamiento del sistema, para poder preverlo y perfeccionarlo. Esto y no otra cosa es lo que hicieron de modo más o menos intuitivo los pioneros de nuestra disciplina. En un momento dado, el sistema presentará un determinado valor para cada una de las variables, el conjunto de todo lo cual definirá el estado del sistema en ese momento. En otro momento posterior, seguramente las variables del sistema arrojarán otros valores, siendo menester estudiar el proceso que ha llevado del estado primero al segundo. También puede ocurrir que arrojen el mismo valor que el que poseían inicialmente: en este caso, o bien no ha ocurrido nada y el sistema ha devenido en el tiempo sin ningún cambio, o bien ha tenido ciertas modificaciones con la circunstancia de que, resultado de todas ellas, ha vuelto a los valores iniciales, resultado de todo lo cual ha propiciado que algo cambie en su entorno. Habrá que ver qué es lo que ha pasado. En el primer caso se dice que se ha dado un proceso termodinámico; en el segundo, no se ha dado nada; en el tercero, se dice que se ha dado un ciclo termodinámico.

Para estudiar tanto los estados, como los procesos y los ciclos, interesa medir las variables, antes y después. Esto se realiza mediante los correspondientes instrumentos de medida (como los termómetros para la temperatura). Ciertamente, al medir la temperatura de un cuerpo (de un sistema) lo estamos modificando, pues hay una transmisión de calor del termómetro al líquido, por ejemplo; pero se supone que la inercia del termómetro es muy pequeña y su afección al cuerpo, despreciable. También nos puede interesar que, en un momento dado, una variable del sistema se encuentre siempre a un valor concreto, por ejemplo, a una temperatura de 140 ºK; lo que se hace aquí es emplear una fuente, un elemento que presenta una inercia muy elevada, tanta como para que, cuando se pone en contacto con nuestro sistema, no se vea modificado (todo lo contrario al instrumento de medida), y haga que el sistema adopte el valor de la fuente para dicha magnitud. Lo contrario a una fuente sería un sumidero, poco empleado en termodinámica, quizá más en hidráulica.

11 de febrero de 2025

El hilo de la historia

Aunque es frecuente tratar de dibujar un relato histórico de carácter universal, no cabe duda de que, conforme ahondamos un poco, surgen un sinfín de historias locales, cada una con su especificidad y que, si bien contribuyen con su parte a ese gran relato universal, no es menos cierto que posee una autonomía propia. Comprender cómo suman al relato universal manteniendo dicha autonomía, precisa de una comprensión abierta y rigurosa, tarea específica del quehacer histórico científico.

Esto es algo de lo que Jaspers se hace eco, a saber, de que hay diversas líneas locales de desarrollo de la historia, y se pregunta por cuál puede ser la clave de su comprensión. Entiende que, cuando Hegel destacaba que ‘Cristo era el eje de la historia universal’, entendiendo que toda historia va a parar a Él y procede de Él, dicho enfoque no puede ser compartido para la mayoría de la población de la sociedad occidental. Que en su conformación —en la de la sociedad occidental— haya un pasado cristiano, que la ha influido notoriamente, es algo evidente; otra cosa es que hoy se siga manteniendo generalizadamente la misma sensibilidad ante Él que la que se dio durante tantos siglos de la era cristiana en virtud de los cuales, precisamente, el mundo occidental es como es, cuanto menos en alguna medida. Lo que hace Jaspers no es suprimir ese pasado cristiano, sino incluirlo en un ámbito englobante, que él denomina tiempo axial, y que —tal y como vimos— incluye a otras grandes explosiones espirituales que tuvieron lugar entre 800 y 200 antes de Jesucristo. En esta época —y, sorprendentemente— sobrevienen en las grandes culturas importantes cambios propiciados por personajes destacados, de modo simultáneo, sin mayor conexión entre ellos, cabe pensar. Confucio y Lao-Tsé en China, Buda y los Upanishads en la India, Zaratustra en Irán, los grandes profetas en Palestina, los poetas y los filósofos en Grecia.

¿Qué es lo que caracteriza esta época? Pues que el ser humano adquiere consciencia del ser en su totalidad, y también de sí mismo y de sus límites. La actitud desde la que se siente instalado en la naturaleza diverge radicalmente de tiempos previos, cuestionándose cuál era su lugar, planteando de modo diverso ciertas cuestiones radicales a las que trata de responder desde una inquietud profunda, poniendo en solfa intuiciones, costumbres, valoraciones que hasta entonces se había asumido un tanto inconscientemente.

Ciertamente, este cuestionamiento le sitúa en una posición de inseguridad, beneficiosa a la postre en tanto que propicia que se pueda plantear nuevas posibilidades. Por muy distintos que sean en sus actitudes y en sus creencias los profetas y los filósofos, los ascetas y los peregrinos de todas estas culturas, en el fondo late en sus corazones una misma inquietud. Con esto no se quiere decir que todo fuera de color de rosa, ni mucho menos. La historia lo avala: sí, se reflexionaron sobre muchas cuestiones sociales y trascendentales, pero también es cierto que los estados y los reinos peleaban continuamente entre sí, viviendo temerosos unos de otros. Hubo momentos de destrucción, pero también de construcción; la historia no era lineal, sino más bien con altibajos, y muy acusados; no se alcanzó ninguna meta, aunque, paradójicamente, se dio un crecimiento asombroso. Valgan los grandes imperios creados desde Occidente a Oriente.

Pues, es a este tiempo axial al que se remonta la vida espiritual de la humanidad de hoy. Se puede decir que de las categorías fundamentales creadas en aquella época seguimos viviendo hoy en gran medida, del mismo modo que fue por entonces cuando se crearon las grandes religiones universales que perduran hasta hoy. ¿Está ocurriendo hoy algo que pueda singularizar nuestra época? Jaspers (a mediados del siglo XX) ya se hacía eco de la dimensión universal de nuestra historia y de nuestras relaciones sociales, así como del gran desarrollo científico-técnico existente. Los niveles actuales de globalización son un hito novedoso en ese gran relato histórico universal: hoy en día todo está conectado con todo en gran medida. A la luz de la globalización actual, lo ocurrido en otras épocas parece un agregado de historias locales entre la cuales saltan chispas cuando contactan entre sí. Hoy en día la situación es muy diferente: en cada historia local cobra cada vez más relevancia la dimensión internacional, cosmopolita, convergiendo todos los agentes hacia una especie de ¿qué? Pues quizá hacia una historia universal, sí, aunque ahora unificada, para bien o para mal.

4 de febrero de 2025

El fenómeno vida a los ojos de un físico

¿Cómo comprender la vida desde la física? Vemos que los acontecimientos que se suceden en un organismo vivo lo hacen con una regularidad y un orden admirables, llevados a un nivel desconocido por la materia inanimada: su comportamiento vegetativo, las relaciones metabólicas de carácter molecular que se dan en su seno, la operatividad de los órganos… todo se da en una especie de organización plástica, perfectamente engranada, con la capacidad de adaptarse mágicamente a diversas situaciones. Todo este despliegue «lo encontramos controlado por un grupo de átomos maravillosamente bien ordenados que sólo representan una pequeña fracción de la suma total en cada célula», dice Schrödinger. Esta peculiaridad consiste en ser capaz de ‘atraer orden’ sobre sí mismo, sorteando la progresión hacia el caos atómico propio de todo devenir natural de la materia inanimada, absorbiendo orden apropiadamente de su entorno; todo lo cual está relacionado con esas moléculas ‘mágicas’ semejantes a las de los sólidos aperiódicos que denominamos cromosomas, «las cuales representan, sin duda, el grado más elevado de asociación atómica que conocemos ―mucho más elevado que el cristal periódico común― en virtud del papel individual que cada átomo y cada radical desempeña aquí». Lo que hace la materia viva es, partiendo de un orden existente, mantenerlo.

Esto visto para un físico no puede menos que ser considerado sorprendente, en tanto que rompe con el comportamiento habitual de sus objetos de estudio, en los cuales el comportamiento ordenado de los átomos es infrecuente, tanto como para afirmar que responde a una irregularidad completa, de la cual sólo se puede hablar de regularidad en términos estadísticos, como valor medio de un número elevado de casos. En la materia viva, un solo grupo de átomos es capaz de provocar acontecimientos debidamente ordenados, armonizados entre ellos y el entorno, de acuerdo con leyes todavía por conocer, difícilmente imputables a mecanismos probabilísticos. Este pequeño grupo de átomos ‘directores’ aparece en cada una de las células que componen el organismo, como si fueran diminutas estaciones de gobierno local, que participan todas de un mismo código común. Todo ello es totalmente desconocido en otra materia que no sea la viva: «el físico y el químico, al examinar las materias inanimadas, nunca han presenciado fenómenos que hubieran tenido que interpretar en esta forma».

Ello nos lleva a la identificación de dos procesos distintos mediante los cuales se pueden obtener sucesos ordenados: el estadístico que produce orden del desorden, y el biológico que produce orden del orden. Paradójicamente, el segundo parece el más lógico para el sentido común, y seguramente lo sea, pero es en el fondo el más misterioso de los dos. Es razonable pensar que el ‘mismo objetivo’ sea alcanzable según dos procesos distintos, por las mismas leyes. Cuáles sean en el caso biológico, no pueden ser explicadas desde las leyes de la física. Es preciso estar abiertos a algún nuevo tipo de ley física, so pena de tener que calificarla como una ley no-física. No es ésta última la opinión de Schrödinger, para lo cual habría que matizar una afirmación anterior, a saber: que todas las leyes físicas están basadas en la estadística.

Ello no nos debe llevar a confundirnos con las apariencias. En muchos casos, la regularidad observada (la de los planetas girando en el sistema solar, la de las manecillas del reloj marcando la hora) es efectivamente dependiente de la irregularidad atómica. Pero ya Planck realizó una observación en este sentido, diferenciando en un estudio lo que en su título ya indica: “Leyes de carácter dinámico y leyes de carácter estadístico”, que es la distinción que acabamos de establecer entre leyes que rigen el ‘orden del orden’ y leyes que rigen el ‘orden del desorden’, respectivamente. Lo que Planck trataba de establecer, ajeno al problema que nos ocupa pero que apunta hacia él, era la demostración de cómo las leyes que rigen el comportamiento a gran escala se establecen sobre la base de las leyes dinámicas que son las que se suponen que gobiernan los sucesos a pequeña escala, es decir, las interacciones entre átomos y moléculas. Desde esta lectura, esta nueva ley de ‘orden del orden’ no sería tan ajena al mundo de la física como en un principio se pudiera haber pensado: de hecho, y según Planck, este principio debe poder aplicarse también a los fenómenos de la física moderna. La conclusión a la que llega Schrödinger es, pues, que la ley ‘orden del orden’ debe regirse también por leyes físicas, de carácter físico, o mecánico, pero entendido desde el planteamiento cuántico, y aplicado a sistemas orgánicos.

¿Por qué se para un reloj? Pues porque, una vez le hemos dado cuerda, va perdiendo energía por rozamiento y por calor, según procesos físicos ciertamente complejos, hasta que se para. Pero el físico cuántico sabe que el proceso inverso es posible, aunque sea altamente improbable (tal y como estableció Boltzmann), de modo que un reloj sin cuerda podría ponerse a andar de repente, a expensas de la energía térmica de sus componentes y de la del entorno. ¿No es eso lo que hace la materia viva? No debemos perder de vista que, frente a la estabilidad de su funcionamiento, un reloj debe su actividad a la naturaleza estadística del proceso, y en cualquier momento podría invertir su movimiento, por ejemplo. Lo que diferencia este segundo suceso de su funcionamiento normal, no es su imposibilidad, sino su improbabilidad. Aunque se trate de una probabilidad mínima, infinitesimal, siempre existe en potencia. Desde esta perspectiva, la diferencia entre ‘orden del orden’ y ‘orden del desorden’ se difumina, prevaleciendo la que dicte la actitud del observador.

Ahora bien, lo que sigue pendiente de respuesta es cómo las leyes tipo ‘orden del orden’ están tan presentes en el ámbito biológico, y no tanto en los físico-químicos como tales. Una posible aproximación es la que establece Schrödinger en estos términos y que, sinceramente, a un servidor se le escapa, aunque trataré de exponerla de un modo fiel: «¿Cuándo un sistema físico ―cualquier clase de asociación de átomos― desarrolla la ‘ley dinámica’ (en el sentido de Planck), o caracteres del ‘mecanismo del reloj’? La teoría cuántica ofrece una contestación muy breve para esta pregunta: en el cero absoluto de temperatura. Al aproximarse a dicho grado de temperatura, el desorden molecular deja de tener influencia alguna sobre los acontecimientos físicos». Una temperatura, el cero absoluto, que nunca puede ser alcanzada, sino sólo aproximativamente: es la conocida como ‘tercera ley de la termodinámica’ de Walther Nernst. La mecánica cuántica permite fundamentar racionalmente esta ley de carácter empírico; y, lo que es más importante: nos permite comprender cuánto debe acercarse un sistema al cero absoluto para poder desplegar un comportamiento aproximadamente ‘dinámico’. Entiendo que, a esa temperatura, desde un lado el sistema presentará leyes del tipo ‘orden del desorden’, y desde el otro del tipo ‘orden del orden’. No necesariamente esa temperatura ha de ser siempre muy baja; de hecho, Nernst la dedujo en temperaturas ambientales investigando cómo la entropía afectaba a reacciones químicas. Para nuestro reloj, el ‘cero absoluto’ se corresponde con la temperatura ambiental, razón por la que funciona en nuestras casas de forma dinámica.