Decía que la actividad creadora se da tanto en la etapa adulta como en la infantil. La creatividad se realiza siempre según las posibilidades del período vital en que uno se encuentra, también en los diversos estadios del niño. En cualquier caso, toda imaginación depende de la experiencia; la experiencia previa va generando los ‘materiales’ con los que se podrá dar pábulo a la imaginación y ejercer la actividad creadora, la cual aumentará paulatinamente conforme los años se sucedan. Con los años, junto al crecimiento de la actividad creadora, también se el crecimiento personal del niño, cambiando su actitud y relación con el entorno, así como sus inquietudes y sus intereses.
¿Hay diferencias relevantes entre la creatividad infantil y la adulta? Se piensa que los niños son más creativos que los adultos, que su imaginación es más rica, por su propio modo de ser; pero esto es matizable y, seguramente, no responda a la realidad. Vigotsky aduce tres motivos: a) porque la experiencia del niño es más reducida que la del adulto, b) porque sus intereses son más simples y elementales, y c) porque su relación con el ambiente es menos rica y compleja que la del adulto. Conclusión: «la imaginación del niño, como se deduce claramente de esto, no es más rica, sino más pobre que la del adulto; en el proceso de crecimiento del niño se desarrolla también su imaginación, que alcanza su madurez sólo en la edad adulta».
Ciertamente, la actividad creadora más fecunda se da en la edad adulta, donde la experiencia se ha ido ya acrisolando en su encuentro con la realidad, itinerario en el que la adolescencia es un momento clave. La etapa infantil se caracteriza por una desvinculación entre su imaginación y la razón, lo cual no es prueba tanto de su riqueza como de su pobreza. Lo que ocurre es que, a pesar de que los niños pueden imaginarse muchas menos cosas que los adultos, confían más en los resultados de su fantasía, y la controlan menos: de ahí el mito de que su imaginación es mayor. El encuentro entre la imaginación y la razón se suele dar en la adolescencia, a partir de la cual ambas irán más vinculadas, de modo que la imaginación ya no es pura imaginación, sino que anda entremezclada con la razón, que nos vincula a la realidad. El modo en que ambas dimensiones se entretejan en la adolescencia es fundamental.
También es cierto que, si bien el niño es menos creativo que el adulto, ello no implica en absoluto que todo adulto lo sea. A menudo, la prosa de la vida diaria merma el ejercicio imaginativo, cayendo en la rutina y en el desafecto, y renunciado al ejercicio de la fantasía en la propia vida. Esto supone una regresión, según la cual una de las capacidades humanas más extraordinaria (la fantasía) queda en desuso; no en desuso del todo, pues siempre está presente, aunque en niveles ínfimos: son vidas anodinas. La maduración tiene que ver con un ejercicio de la imaginación menos irreal, en complemento con lo racional que nos vincula a lo real. La adolescencia es importante porque es la etapa en la que se vive esta crisis entre lo infantil y lo adulto, entre la irrelevancia de lo que se imagina y la necesidad de que se arraigue a la realidad de las cosas. En la adolescencia «se rompe el equilibrio del organismo infantil sin que se haya podido aún encontrar el equilibrio del organismo adulto»; la imaginación ha de encontrar su nuevo lugar: al adolescente ya no le sirven los juegos ni los sueños de su etapa infantil, pero aún no puede ejercerla de modo maduro. La vida interior del adolescente se complica y se enriquece enormemente si la comparamos con la infantil, así como las relaciones con sus personas de referencia o el entorno ambiental. Una adolescencia que no es del todo un asunto de la edad: no son los pocos ‘adultos’ que, en el fondo, son eternos adolescentes.
Este proceso según el cual se asume la realidad es muy importante, en lo cual hay que distinguir dos dimensiones: una externa (lo que nos ocurre) y otra interna (cómo interpretamos eso que nos ocurre). Cuando esta integración no se da adecuadamente, el nuevo adulto puede no acercarse debidamente a la realidad, amparándose en sus creaciones subjetivas que le mantienen alejado de la misma. Es fácil satisfacerse con la imaginación, de modo que «la huida al mundo de los sueños suele desviar la energía y la voluntad del adolescente del mundo de lo real».
La imaginación creativa es fundamental para una vida adulta madura, para que cada persona pueda explotar al máximo sus facultades en la vida, algo que es un antropológico universal: es una facultad que nos pertenece a todos, y cuyo ejercicio dependerá relevantemente de nuestra biografía, en la medida en que se nos haya ayudado en su cultivo y ejercicio o, por el contrario, se nos haya dificultado, si no explícita, sí implícitamente. La imaginación fecunda y frecuente es propia de todas las personas y de todos los niños, y necesita ser educada.
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