No es extraño, cuando se habla de realidad, que ésta quede circunscrita a su dimensión material; de hecho, seguramente es el modo más evidente de hacérsenos presente. La duda se encuentra en si lo real se limita a lo físico, o el carácter de realidad se puede otorgar a otro tipo de entes que no sean materiales. ¿Cómo podríamos definir a la materia? Quizá como aquello que ofrece cierta resistencia a nuestro cuerpo, a nuestros sentidos fisiológicos; de alguna manera, se estima que lo que es real también ofrece cierta resistencia a que lo manejemos a nuestro antojo, una resistencia no sólo a nuestros sentidos fisiológicos, sino también a nuestra capacidad de conceptuación o de reflexión, a nuestras acciones… de modo que lo material se correspondería con el caso en que dicha resistencia se diese en el plano físico, fisiológico. Ahora bien, cuando tenemos alguna cosa delante de nosotros, cualquiera, podemos preguntarnos si lo que esa cosa es se agota en lo primariamente dado a nuestros sentidos o no. Es decir, si ‘detrás’ de lo que percibimos, hay ‘más cosa’ (sin entrar de momento en detalles de qué sea ese ‘más cosa’) o no. En una primera aproximación, parece razonable contestar a la anterior cuestión con un sí, que sí que consideramos que tras lo primariamente ofrecido a los sentidos hay algo más; precisamente, el esfuerzo científico consiste en ir tras ese ‘algo más’, ¿no?
29 de diciembre de 2020
Explicación y comprensión
22 de diciembre de 2020
¿Quién ha oído hablar alguna vez de Clair Patterson?
15 de diciembre de 2020
De los caracteres evolutivos humanos a la cultura
Dejé pendiente en otro post (en éste) hablar un poco sobre los caracteres que nos especifican en el género homo. Pensar qué es lo específico humano en el género homo no es tan sencillo. Bueno, quizá sea más sencillo identificarlo; más complejo es comprender cómo fueron apareciendo en la evolución esos caracteres específicos. Como comentaba al final de aquel post, es fácil que se fueran dando de manera concomitante, bien tras cambios importantes en la evolución, bien tras cambios más paulatinos, retroalimentándose entre la dimensión biológica y la cultural. En cualquier caso, podemos destacar tres grandes caracteres diferenciadores: la postura erguida permanente, el desarrollo del encéfalo (con la aparición de la inteligencia y su repercusión tanto a nivel individual como social), y la liberación del miembro anterior. Más que pensar en un desarrollo paulatino, hay que pensarlo concomitantemente, como dice Vollmer: «en el decurso del devenir del ser humano se activaron simultáneamente la elaboración de herramientas, la habilidad manual, la capacidad mental y la postura erguida». Y es que muchos de estos rasgos considerados típicamente humanos, no dependen del desarrollo previo del cerebro, sino que habían aparecido ya antes de que el cerebro humano creciera situándose significativamente por encima del tamaño del resto de homínidos.
El desarrollo del encéfalo humano no es homogéneo en todas
sus partes, sino que se da de forma especial en la corteza, es decir, la parte
cerebral capaz de registrar un gran número de información, de activar de modo
preciso el sistema motor, de aprender y de emplear dicho aprendizaje en nuevas
situaciones y contextos, de prever más allá de la situación presente mediante
la imaginación, del pensamiento lógico y abstracto, y del reflexivo, y de la
consciencia… capacidades que de alguna manera están incluidas o posibilitadas
por lo que Zubiri denomina inteligencia,
el tomar distancia frente al mundo, el saberse otro ante él, el poder
aprehender las cosas como ‘de suyo’. Lo que nos da que pensar es qué fue antes:
si el aumento craneal dejando holgura al crecimiento del cerebro, o el aumento
de éste ‘presionando’ al cráneo para que creciera; o bueno, seguramente las dos
cosas a la vez, concomitantemente, lo cual complejiza mucho el proceso, a poco
que lo pensemos.
8 de diciembre de 2020
Interioridad y exterioridad: un asunto de información
Dice Choza: «Si el hombre fuera solamente su voz y tuviera las características de una voz, no podría recoger ni transmitir información, sino que sería solo un mensaje que se extingue, pero no un mensaje suyo, puesto que él no queda. Una voz es pura exterioridad, pura distensión espacio-temporal, algo que no es simultáneamente, sino sucesivamente. La simultaneidad de la voz es su significado, su sentido (puede decirse, su esencia), pero ese sentido no es sentido para ella, sino para quien la oye, para el que capta el mensaje».
1 de diciembre de 2020
La naturaleza humana: física e histórica
Desde siempre ha sido un esfuerzo intelectual definir la especificidad humana. Si bien es algo que, sobre todo en estas últimas décadas, ha atraído la atención de distintas disciplinas científicas (paleontología, etología, fisiología o neurociencia), seguramente sea la filosofía la que más páginas le haya dedicado, aunque sólo sea por sus siglos de existencia, aunque no sólo por eso, claro: también es uno de sus objetos temáticos por excelencia. ¿Dónde situar exactamente esta especificidad?, ¿en qué consiste? En la lectura que tenemos actualmente de nosotros mismos —tal y como dice el profesor Conill en su último libro, Intimidad corporal y persona humana—, estamos influenciados principalmente por dos paradigmas: el griego y el hebreo, cada cual con sus caracteres específicos.
24 de noviembre de 2020
Gregor Mendel: el Dalton de la biología
Y, del mismo modo que para Dalton las unidades que subyacían a dichas leyes eran los átomos, Mendel pensó a su vez en unos ‘átomos biológicos’, responsables de estas combinaciones y leyes hereditarias, y que él denominó factores. Estos factores se combinaban de acuerdo a sus leyes, lo que supuso un paso muy importante, ya que las pautas de herencia se podían predecir. Los átomos hereditarios se conservaban de forma autónoma a lo largo de la herencia entre generaciones, y muy bien podían manifestarse en una generación o no. Pero claro, el hecho de que en una generación no se manifestara un determinado carácter, pero en la siguiente sí, indicaba que los átomos biológicos seguían presentes en los progenitores, aunque ocultos, escondidos, o inactivos, esperando a ‘ser despertados’ en generaciones posteriores. Algo que comprobó con otras especies de plantas o cereales.
En sus propios escritos, el mismo Mendel se daba cuenta de la novedad que suponía este modo de entender las variaciones entre los individuos. «Para la generación suya, como para Darwin y los iniciadores de la selección natural, variación y herencia eran términos correlativos. La descendencia era siempre en su conjunto semejante a sus progenitores, pero siempre también algo diferente, y así la especie, (…) iba ampliando su base de generación en generación»; o sea, que la variación era algo propio de la sucesión entre generaciones, se tenía asumido que los hijos podían diferenciarse de sus padres. Sin embargo, los resultados de Mendel implicaban comprender el asunto de modo radicalmente opuesto: la herencia era esencialmente conservadora, y las variaciones se producían como alteraciones de ese orden estable. El asunto pasaba por saber cuáles eran los motivos para las alteraciones de ese orden estable. Los átomos biológicos permanecían inalterables a lo largo de las generaciones; y las alteraciones muy bien podían deberse porque diferentes progenitores se cruzaban entre sí incorporando a la descendencia algo nuevo, o muy bien los átomos biológicos podían verse alterados por causas aún desconocidas, surgiendo algo nuevo a la existencia. Aunque claro, en esta época los biólogos todavía no estaban en condiciones de comprender esto en toda su amplitud, debiendo pasar todavía unas décadas para comenzar a asomarse con paso trémulo a este mundo genético apenas entreabierto.
Desgraciadamente los hallazgos de Mendel tardaron mucho en ser conocidos. Publicados en una pequeña revista de horticultura local (de la Liga para la investigación de la naturaleza de Brünn), no tuvieron ninguna difusión. Como dice Schrödinger, «con toda seguridad, nadie tendría la más mínima sospecha que su descubrimiento llegaría a ser, en el siglo XX, el norte de una rama completamente nueva de la ciencia, y tal vez, la más interesante hasta nuestros días», algo que, dicho por uno de los padres de la mecánica cuántica, tiene su valor. Efectivamente su trabajó fue olvidado; pero en 1900, De Vries (Leiden), Tschermak (Viena) y Correns (Berlín) obtuvieron los mismos resultados de modo independiente y simultáneo, re-descubriendo los hallazgos de Mendel, e incorporándolos, ahora sí, al ámbito científico. Nuestro protagonista, por su parte, ante el poco eco despertado por su trabajo, volvió a sus quehaceres, dedicándose al cultivo, al estudio de las plantas y de los animales, siendo nombrado finalmente abad de su monasterio.
17 de noviembre de 2020
Decir diciéndose
Toda palabra se origina en nuestro interior, un interior del que, usualmente ―como ya denunciaba Heidegger― estamos ausentes. Lo cual no impide que sigamos ‘hablando’. Y esto, ¿cómo es? Acceder al origen de la palabra supone acceder a su morada, un ámbito que está en nuestro interior (quizá por eso es tan difícil de acceder); no se trata de un entrar o un desplazamiento de carácter local, sino, más bien, de una intensificación, de una modalización diversa en que uno está en contacto consigo mismo, poniendo al descubierto una presencia que, si bien antes no dejaba de estar, lo estaba veladamente. Porque hablar no tiene que ver primariamente con decir, incluso con tener algo que decir, sino con la posibilidad de que uno pueda expresar lo ‘indecible’. Cuando hablar se reduce a decir, tal y como acontece en la vida habitual, hay pocas posibilidades de decir lo indecible, habitante de los arcanos de nuestra existencia. La palabra ‘verdadera’ es difícil de decir, acaso imposible a causa de su inefabilidad; uno no ‘manda’ sobre la palabra verdadera, sino que, como un globo en el aire, ‘es llevado’ por ella.
10 de noviembre de 2020
El concepto de luz según la teoría electromagnética de Maxwell
Para generar las ondas empleó un circuito oscilante u oscilador, formado por dos bolas conductoras unidas por un cable que estaba cortado. Mediante una bobina de inducción alimentada por una batería, generaba una diferencia de tensión elevada entre ambas bolas, lo suficientemente grande para que, en un momento dado, se produjera un cortocircuito y saltara una chispa entre los extremos cortados del cable que los une. Esa chispa es la que da origen a las ondas electromagnéticas. En el momento de la chispa, se producía una oscilación de la carga eléctrica entre ambas bolas, generando un tren de ondas. Además, Hertz desarrolló el modelo teórico de esta experiencia empírica, comprobando que satisfacía las ecuaciones de Maxwell, como decía. Estos cálculos serán empleados posteriormente por Planck en sus investigaciones sobre el cuerpo negro.
3 de noviembre de 2020
La actualidad hermenéutica de Aristóteles
27 de octubre de 2020
El terapeuta no deja de ser un seductor
No hace mucho leí un texto de Rof Carballo sugerente. La verdad es que este autor no me deja de sorprender, por la amplitud de sus inquietudes y la profundidad de sus reflexiones. En esta ocasión me refiero a “El problema del seductor en Kierkegaard, Proust y Rilke”, un texto en el que va desgranando los matices que la seducción juega en cada uno de estos autores. Llama la atención cómo enlaza la reflexión filosófica de Kierkegaard con esa obra de juventud, Diario de un seductor, que la escribe en una fecha próxima a la de su ruptura con Regina Olsen, su prometida, a la que dejó para protegerle de su incurable melancolía, y no hacerla así una desgraciada. Del mismo modo que su concepción de la vida, la seducción, a diferencia de un don Juan que tan sólo quiere contar sus hazañas en la taberna, la seducción —decía— tiene que ver con lo interesante de la conquista, con saborearla, demorarla, igual que uno se detiene en los grandes placeres de la vida. Proust y Rilke también se enfrentan a su manera a la figura del seductor: el primero de un modo más mecánico, en el sentido de que el seductor se deja llevar por un juego amoroso que le arrastra; el segundo más preocupado por esa llama de amor que por siempre ya permanecerá encendida en la seducida.
20 de octubre de 2020
El último paso para conquistar a Gödel: la autorreferencialidad
Pero
también lo podemos obtener por una segunda vía, en la cual aparece la
autorreferencialidad, que es lo que busca Gödel. ¿Cómo? Pues sustituyendo en el
primer enunciado, (Ǝx) (x=sy),
la variable y por el número de Gödel asociado a este teorema m; el
número que buscamos será el resultado de aritmetizar la fórmula cuyo número de
Gödel es m, sustituyendo la variable y, por el número m. Si nos fijamos, lo que acabamos de hacer es introducir una
función dentro de otra función (porque m es el número de Gödel de
una función), y lo hemos formalizado
dentro del sistema.
¿Qué es
lo que expresa este nuevo teorema? Pues expresa un número obtenido a partir de
otros dos, la variable y (de partida) y el valor m (resultado de asociar
un número de Gódel a la expresión de partida). Hemos creado una nueva fórmula
con una variable y con otra fórmula; digamos que hemos metido una función
dentro de otra, el número de Gödel m (que es una función) dentro
del cálculo. Son como fórmulas hablando de fórmulas.