Hace unas semanas comentaba en un post cómo el estudio de las falacias se había ampliado, yendo de un
aspecto —digamos— más técnico y concreto a una consideración más amplia y
contextual. Ello nos conducía al hecho de que su estudio se complicaba,
situación que lejos de amedrentarnos lo que debía suponernos era un acicate
para analizar y comprender mejor todo lo que rodea a un argumento falaz.
Pero por otro lado, este esfuerzo tampoco debe llevarnos a
ampliar el concepto de falacia más allá de lo que le corresponde. Estaba
pensando a la hora de escribir estas líneas en la débil línea que separa dos
conceptos que en ocasiones se confunden: me refiero a los conceptos de falacia y
de falsedad. ¿Se puede afirmar que un argumento falaz es falso? ¿Es lo mismo
falacia que falsedad? A mi modo de ver, y entiendo que esta opinión es
generalmente compartida, no se pueden confundir. No obstante, creo que es
interesante que nos detengamos en el concepto de falsedad, un concepto que si bien en principio todos tenemos una
idea clara de lo que puede ser, cuando nos detenemos un poco a pensar en ello
las cosas se complican.
Si respondemos a la pregunta de qué es falsedad, la primera
respuesta que nos puede venir a la cabeza es la siguiente: una falsedad es la
afirmación de algo que no es verdadero. Creo que podemos estar de acuerdo con
esta definición. Pero detengámonos un poco en ella. Pensemos en la siguiente
situación. Supongamos que yo estoy firmemente convencido de algo que en general
se sabe que no es cierto; por ejemplo, no sé, supongamos que yo digo que la
sinfonía de Beethoven llamada Pastoral es
su novena sinfonía; y lo afirmo con total rotundidad. Efectivamente, la sinfonía
Pastoral no es la novena sino la
sexta, pero resulta que yo estoy totalmente convencido de que es la novena, y
así lo afirmo. Pues bien: si hago esa afirmación, ¿estoy mintiendo
técnicamente? Es obvio que no estoy diciendo la verdad pero, ¿podemos afirmar
que estoy mintiendo, que es una mentira lo que estoy diciendo? Chirría un poco,
¿verdad?
Ello nos lleva a que cuando hablamos en estos términos hemos
de tener presente dos variables: la verdad o falsedad efectiva de aquello que
decimos por un lado; y la intención con la que realizamos dicha afirmación,
independientemente de que aquello sea verdadero o falso, por el otro.
Combinando estas dos variables dos a dos se pueden dar
cuatro casos. a) El primero de ellos, en principio no ofrece ningún
problema: si digo la verdad con la intención de decir la verdad, pues todo
solucionado. b) Se puede dar también la posibilidad que nos ocupa: que yo
diga algo que en principio no es verdad, pero no lo haga con la intención de
engañar sino con mi convicción de decir la verdad. En este caso de lo que se
trataría es de una equivocación.
Antes de comentar las otras dos posibilidades, imaginémonos esta situación. Es una anécdota bastante conocida. Se cuenta que el capitán y el primer oficial del Valiant (un buque carguero) discutían a menudo por la tendencia del primer oficial a beber más de la cuenta. Un día, el capitán se hartó de esta conducta, y anotó en el cuaderno de bitácora: “hoy el primer oficial estaba ebrio”. Al día siguiente, le tocó el turno de guardia al primer oficial, quien leyendo lo que escribió el capitán, apuntó a continuación: “hoy el capitán estaba sobrio”.
Lo primero que cabe preguntarse en referencia a la conducta del primer oficial es si faltó a la verdad o no, si su afirmación era falsa o no. Démonos cuenta de que estrictamente hablando lo que dijo no era falso, era cierto; otra cosa es que lo que diera a entender fuera otro mensaje, que ése sí que ya no era tan cierto. El primer oficial no faltó a la verdad, pero sí que estaba faltando a su intención de ser veraz. Este sería el tercero de los cuatro casos que comentábamos, el c): la situación de que se afirme algo con la intención de engañar, por muy verdadero que sea. Aquí ya se debería hablar de mentira, es decir, de la afirmación de algo independientemente de que sea cierto o no pero con la intención de engañar al otro. Por no hablar ya del caso cuarto, el d), a saber: decir algo que no es cierto con la intención de engañar. Este caso no hace falta comentarlo tampoco.
Más allá de la equivocación, pues, cobra relevancia la
pretensión de esa falta de sinceridad en la comunicación. Podemos decir que la
mentira tiene que ver con la intención de engañar, con el hecho de faltar a
nuestra veracidad o cuanto menos con el propósito de hacerlo. Porque podemos
pretender engañar al otro, pero otra cosa es que lo consigamos. A este respecto
ya Santo Tomás de Aquino (como se puede ver esto ya viene de antiguo) distinguía
entre falsedad material (se dice lo
contrario a la verdad), falsedad formal
(se dice lo contrario a lo que se estima verdadero) y falsedad efectiva (consigue el engaño del
interlocutor).
Y rizando el rizo, se puede dar también esta circunstancia
de forma opuesta a lo que acabamos de comentar: si bien puede ocurrir que un engaño
no se produzca cuando se intenta, también puede darse el caso de que sin
pretenderlo se produzca tal engaño, esto es, el interlocutor interprete algo
ajeno a nuestra intención por distintos motivos (por su suspicacia, por ejemplo).
Aunque aquí no cabría hablar de mentira.