Decíamos que, en la época arcaica, la poesía y la música eran vividas como puente o conexión con la divinidad, en las que primaba más la inspiración que la sujeción a reglas propias de las artes. Sin embargo, en el tránsito hacia la época helenista, la cosa fue cambiando. Esto es algo que se observa claramente en la poesía que, además de mantener su significado anterior, surgió otro modo de entenderla: ya no era sólo fruto de la inspiración, sino también todo aquello expresado en forma de verso. Si nos fijamos, esta segunda acepción la aproximaba de alguna manera con el resto de las disciplinas artísticas, si bien en un principio era claramente minoritaria. El poeta seguía siendo poeta no tanto por la forma métrica de su expresión como por su conocimiento, por su experiencia, así como por el modo en que lo había adquirido. Pero esta dimensión versificadora comenzó a extenderse, dimensión que, como decía, aproximaba a la poesía al ámbito de las artes, pues ya podía sujetarse a reglas. Platón y Aristóteles, por ejemplo, se hacen eco de ello, aunque en dos sentidos diversos. Platón explicaba en el Fedro la diferencia entre la poesía inspirada y la artesanal: no todos los poetas son ‘locos inspirados’, sino que los hay que producen versos empleando la rutina propia de la artesanía: «existe una poesía que surge del arrebato poético (manía), y otra poesía cuya composición se realiza a través de una destreza (téchne) literaria», explica Tatarkiewicz. Aristóteles, por su parte, apostó por rechazar ya abiertamente la poesía ‘superior’ reteniendo la ‘inferior’, aunque dotándole de mayor estatus que el que tenía reconocido como mero hacer artesanal; para el estagirita sólo había lugar para la poesía artesanal, sí, pero que de alguna manera podía suplantar a la inspirada, asumiendo sus rasgos. Algo análogo ocurrió con la música, seguramente más susceptible de ser llevada a unos ritmos y escalas con una fuerte impronta numérica.
A partir de entonces, en el período helenista comenzaron a permearse entre sí la poesía y la música por un lado, y el arte por el otro. Y hubo aquí una serie de influencias en ambos sentidos. Por un lado, la poesía se aproximó al arte versificándose y la música tabulándose; pero, por el otro lado, también ocurrió el efecto opuesto, en el sentido de que se empezó a buscar en el arte, cuanto menos en las disciplinas ‘más dignas’, aquel estatus del que hasta entonces habían gozado exclusivamente la poesía y la música, a saber: el de la inspiración y elevación. En el seno de las disciplinas artísticas, por primera vez se empezó a distinguir aquellas más vinculadas a lo que hoy en día entendemos como arte de las que no, así ya en Aristóteles.
Para que todo esto se consolidara tuvo que darse el tránsito tan importante a la época helenista, más allá no sólo de la mítica arcaica, sino también de la filosófica clásica, como puede verse en las nuevas corrientes filosóficas de esta época. En estas ocurrió un cambio fundamental, un cambio de mentalidad frente a la época de Platón y Aristóteles, caracterizado por una búsqueda de elementos espirituales y divinos, «búsqueda que llegaba tan lejos que los percibía allí incluso donde antes sólo habían sido observados un trabajo manual, una técnica y una rutina de lo más vulgares». Lo que para el griego arcaico era mera téchne, para el griego helenista era una posibilidad de acceso a lo divino.
En la época mítica, había dos planos: el cotidiano, el del arte en sentido lato, y el espiritual, el de la poesía y la música. Esquema que, con el nacimiento de la filosofía, comenzó a ponerse en entredicho, a modo de una ilustración a la griega. El acceso a lo divino ya no era privilegio de los poetas y los músicos, sino que también era posible hacerlo desde la razón, desde la filosofía, y por tanto también desde la téchne: del mismo modo que la filosofía podía acceder a aquel ámbito reservado para los vates, también el arte, cuanto menos el arte más elevado, podía hacer lo propio. Dejó de haber un mundo mítico, sustituyendo el acceso poético a lo metafísico por otro filosófico, y también artístico: la escultura o la pintura podían poseer también esa sabiduría tradicionalmente adscrita a la poesía. Los poetas y los artistas comenzaron a considerarse al mismo nivel. Postura que, si bien fue generalizada, no dejó de encontrar algunas resistencias.
Ello supuso un cambio generalizado también en la valoración del artista, cuyo trabajo ya no era meramente rutinario o manual, sino espiritual; era también creativo, inspirado, capaz de llegar hasta la esencia del ser. La opinión sobre el arte se transformó radicalmente, al dotarle de características que no tenía en el origen, capacitándole para acceder a lo metafísico y divino.
Plotino jugó un gran papel en la adquisición por parte del arte de esa dimensión interna y espiritual, proceso en virtud del cual la función mimética perdió vigor. O mejor, la resituó, pues las Ideas, inspiradoras de lo real, no tenían su fundamento en sí mismas sino que se debían al Uno-Bien, cima suprema del cosmos plotiniano, y a cuya luz había que contemplarlas. El talento del artista para tales menesteres comenzó a ser más valorado, así como el del propio arte, formando parte de la educación de la juventud. Dice Tatarkiewicz: «La poesía y el arte visual se pensaban que estaban ahora a un mismo nivel, y no coincidían sólo en el nivel más ínfimo de la técnica (como en Aristóteles), sino en el superior de la creatividad». La imaginación artística se enfrentó al respeto al canon técnico.
Interesantísimo el post sobre una cuestión que, tantos siglos después, sigue plenamente viva y que a mí me apasiona. La técnica, los patrones, es lo que se puede objetivar, reproducir, enseñar, como prueban los asombrosos resultados de los algoritmos que producen música, imágenes y textos cada día más indistinguibles de los humanos. Eso lleva a la postura más popular hoy día, digamos reduccionista, que diría que no somos más que máquinas biológicas, análogas a los ordenadores. Por otro lado estaría la inspiración, lo espiritual, lo incomunicable. No son los mejores tiempos para lo espiritual, lo que lleva sus defensores más extremos a afirmar que eso, lo espiritual, sería lo auténticamente humano, con menosprecio de la dimensión objetiva, técnica, corporal. Habría un abismo entre ambas concepciones extremas (las caricaturizo, por supuesto). Más sensata me parece la postura de personalistas como Mounier, cuya reflexión sobre la técnica me sigue pareciendo modélica: “Por la técnica, el hombre objetiva su actividad y se objetiva a sí mismo, lo mismo que sucede con el Derecho, con el Estado, con las instituciones, con el conocimiento científico y con el lenguaje. Tales mediaciones son los medios de existencia necesarios para un espíritu que vive en medio del mundo. Donde hay mediación, la alienación acecha. Y acecha tanto al cristiano en su Iglesia como al intelectual con sus documentos; tanto al obrero en su fábrica como al consumidor de confort. Hay sociedades en las que la técnica petrificará como las hay en que el derecho, la teología o el poder han inmovilizado. Vigilar la propensión a la alienación no implica rechazar la mediación. O hay que renunciar a la condición humana, al lenguaje, al movimiento, y convertirse en el molusco incrustado en la roca. Es muy fácil gritar en nombre de la persona humana contra todas las formas de despersonalización. Pero el hombre no se forma ni en la subjetividad pura, ni en la pura objetividad. Lo impersonal le es indispensable a la vez como soporte de sus comunicaciones con el exterior y para reforzar su propia estabilidad amenazada de sutileza subjetiva” (“Juicio a la máquina”). Un saludo.
ResponderEliminarEstimado José Manuel, muchas gracias por tu aportación, que es sumamente interesante. Esa doble dimensión subjetiva-objetiva de lo humano, y que debe mantenerse en equilibrio para evitar el solipsismo o la alienación, creo que puede dar mucho de sí, además de ser muy pertinente y real, en mi opinión. Como muy bien dices, no son muy buenos tiempos para lo espiritual, pero el caso es que no es algo opcional: somos seres espirituales (en sentido amplio) y no podemos no serlo; el hecho de cercenar de cuajo esa posibilidad, creo que nos lleva necesariamente a la alienación. Quizá nos estemos dirigiendo hacia ahí. Muchas gracias de nuevo. Un saludo.
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