14 de mayo de 2024

La concepción arcaica de la poesía y la música en el mundo griego

Hablábamos en el anterior post que la idea de arte que se poseía fundamentalmente en el mundo griego estaba vinculada mayoritariamente con el de destreza, con la habilidad para, según unas determinadas reglas, realizar un producto. Y que, por este mismo motivo, la poesía y la música no eran consideradas estrictamente como unas disciplinas artísticas. ¿Cómo podía ser esto? Para comprenderlo, puede sernos de utilidad atender a cómo fue evolucionando en el mundo griego el estatus de la poesía y de la música en referencia al arte. Porque no hay que entender monolíticamente al arte griego, como si en todos sus siglos de existencia no hubiera habido evolución. Sí que la hubo, pudiendo distinguir en ella dos grandes etapas: la arcaica y la helenista, separadas por un período intermedio en torno al siglo V y IV a. de C., coincidiendo precisamente con la época en la que los grandes filósofos Platón y Aristóteles hicieron su aparición. ¿Casualidad? No lo creo. Como en todo cambio de época, los cambios nunca vienen de manera aislada, sino que se encuentran íntimamente interconectados; así ocurrió en nuestro caso, afectando al arte, a la filosofía, y a la vida cultural griega en general.
  
G. Moreau; Hesíodo y la Musa (1891)
G. Moreau: Hesíodo y la Musa (1891)
Ya dijimos que, debido a este concepto de arte, proveniente de la época arcaica, estas disciplinas no cabían en él, desbordándolo por arriba. Pero, con el tiempo, la cosa fue cambiando. ¿Por qué desbordaban al arte por arriba? La poesía y la música no formaban parte de su concepto de arte: ni se trataba de la producción de algo material, ni estaban regidas por leyes, tal y como acontecía con las disciplinas artísticas. Con ellas no se trataba ni del producto de la aplicación de unas reglas generales, sino de ideas individuales; ni de la rutina, sino de la creatividad; ni de la destreza, sino de la inspiración. Los poetas y los músicos no podían apoyarse en las normas para llevar a cabo su trabajo, sino que tan sólo les quedaba apoyarse en las Musas o en Apolo. El aprendizaje y la rutina acumulada por generaciones pasadas eran fundamentales para las disciplinas artísticas, pero nefasto para la poesía y la música.

La poesía, por ejemplo, se situaba en otro orden de cosas, pues el poeta era aquél capaz de conectar con los dioses; en la poesía había una dimensión superior, que sólo podía proceder de esta comunicación divina. Pensemos en la gran importancia que tuvo Homero. «El ‘poeta’ (…) estaba animado por un espíritu divino como si fuera el instrumento de aquellas fuerzas que dirigen el mundo y mantienen el orden en él», explica Tatarkiewicz. El poeta era una especie de profeta, de vate. Precisamente por esto, la poesía tenía mucho peso en la sociedad griega, poseyendo una gran influencia en la vida espiritual, influencia que se expresaba de facto al ser escuchada, porque de alguna manera fascinaba, embrujaba al oyente de un modo un tanto irracional, como si fuera un poder sobrehumano. El estatus de la poesía era, pues, muy diferente al del arte: ciertamente, ambos trataban de conocer la naturaleza, pero mientras en la primera se trataba de un conocimiento intuitivo e irracional, en el segundo se apoyaba en el conocimiento racional y en el saber técnico acumulado; mientras la primera iba tras la esencia del ser, el segundo se ceñía a los fenómenos naturales e intereses de la vida. Debido a este estatus de la poesía, poseía un carácter moral o instructivo: con la poesía se trataba de conseguir que la gente fuera mejor.

Resumiendo: en la Grecia arcaica, la poesía se caracterizaba por su carácter vaticinador, por su significado metafísico y por su pedagogía moral, todo lo cual le distanciaba del orbe de lo artístico. Ciertamente, los poetas eran adorados por los griegos, elevados a la categoría de prohombres, o teólogos: así el mismo Homero, quien sus obras eran consideradas como auténticos libros de revelación.

La música siguió una suerte pareja: también estuvo considerada en la esfera de la inspiración. Había como cierta hermandad entre ambas: no pocos recitales poéticos se acompañaban musicalmente, incluso se cantaban, del mismo modo que la música también se vocalizaba (para hacernos una idea, podemos pensar en los cantos gregorianos medievales). Además, por sus características, ambas podían ser fuente de éxtasis, entrando en la esfera de lo maníaco, del frenesí. Aunque no todos los autores pensaban así (como Demócrito), lo cierto es que generalizadamente se entendía a la música con un significado espiritual y metafísico, igual que la poesía, y a diferencia del resto de disciplinas ‘artísticas’.

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