23 de diciembre de 2025

La cárcel de lo cotidiano (lo familiar)

Autor: Mi amigo Maaa
Una vez más, un año más, nos hemos encontrado antes de la Navidad los amigos del colegio. Modificando nuestra costumbre habitual de quedar a cenar, hemos quedado en esta ocasión a comer, por motivos que se imponen, que no es otro que cuidar de los nuestros, cuidar de los que ya han cuidado de nosotros. Decía uno que, conforme pasan los años, uno valora cada vez más el poder estar tranquilamente compartiendo la vida con la gente que quiere, en este caso con los buenos amigos, entre los que me incluyo, claro. Y si es con una botella de vino, o dos, pues tanto que mejor. Y sí, así es: cuando somos jóvenes buscamos grandes proyectos y grandes empresas, algo que, conforme van pasando los años, se atenúa, comenzando a valorar los pequeños detalles, el valor de lo cotidiano, de los pequeños momentos. Y no sé si es entonces cuando se empiezan a discernir cuáles son, efectivamente, los grandes proyectos y las grandes empresas, que son muy diferentes de lo que inicialmente nos habíamos imaginado.

Ocurre aquí algo paradójico, a mi modo de ver. Y es que uno se tiene que salir de lo acostumbrado, de lo ‘familiar’, para poder empezar a valorar y disfrutar los pequeños regalos que te ofrece la vida, y que suelen pasar desapercibidos según nuestro modo acostumbrado de vivir. Regalos que, ojo, no tienen tanto que ver con que las cosas ‘te vayan bien’ como con saber encajar lo que la vida te depare, que es algo totalmente distinto. Porque la vida dichosa, la ‘vida buena’ de los clásicos, no se fundamenta en que las cosas vayan bien, con la ausencia de problemas, sino en ser capaz de integrar en la vida de cada cual tanto los momentos buenos (que a veces nos pierden) como los malos. La felicidad no consiste en ‘domeñar’ la vida, pues ésta es indomeñable, sino en ser capaz de integrar lo que ella nos depare, más allá de lo que nos guste o no, más allá de lo que nos lastime o no. Con esto tiene que ver aquello que dijo Ortega y Gasset de salvar nuestra circunstancia: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

Lo familiar, lo cotidiano, nos facilita mucho las cosas, nos ahorra energía, nos ahorra el desgaste de tener que hacer frente improvisadamente a las cosas, y eso está bien. El riesgo es que se convierta en una cárcel que nos impida, con sus barrotes a base de rutinas enquistadas, salir a un mundo diverso en el que uno se encuentra, quizá con lo mismo, pero de una manera diversa. Quizá sea éste el sentido de esta magnífica canción de Agnes Oben, una cantante danesa que descubrí gracias a una serie que vi recientemente, Dark:


Efectivamente, lo familiar, lo acostumbrado, muy bien nos puede encerrar en una cárcel, en la cárcel de lo cotidiano. Nos sumerge en un ámbito donde prima lo de siempre, impidiéndonos la apertura a modos distintos de ser, a modos diversos de plantearnos las cosas. ¿Acaso no son todo eso tonterías? Vayamos a lo práctico, vayamos a por todo ello que nos hace la vida mejor, más fácil, más cómoda.

Sin negar lo bueno que pueda haber en todo ello, ¿es suficiente? Pues depende de dónde se sitúe cada uno: si en lo familiar, en el marco que esta querida sociedad nuestra nos impone, y del que no se quiere salir mientras las cosas nos vayan bien, o en lo extraño, en lo peligroso, en la incomprensión que cualquiera que quiera salir de ahí padece, pero que, cuando comienza a caminar por esa puerta entreabierta, se va dando cuenta de que lo que piensen de él le da absolutamente lo mismo. Parece del todo irrazonable salir de ahí, ¿vale la pena? Irrazonable, quizas, pero no irracional: ¿estamos locos? El cuerdo es el loco en el mundo de los locos. ¿Quién es el cuerdo? ¿Quién es el loco? No es tan sencillo. No sólo discernir dónde está cada uno, sino dónde tiene que estar. Plantearlo siquiera ya suena revolucionario. ¿La revolución de los locos, o de los cuerdos? Extranjeros donde brillan las luces.

Valga este post como una invitación a la locura. A una locura entre amigos, entre gente que se quiere, entre gente que se atreve a amar. Y, sobre todo, como una felicitación de la Navidad, quizá el acontecimiento más loco que nos abre a lo más cuerdo de la historia. ¡Feliz Navidad!

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