28 de enero de 2025

La percepción sentimental

Hemos estado hablando de cómo en toda percepción sensible hay también, por un lado, un interés práctico y, por el otro, una dimensión anímica, que enderezan nuestra atención hacia ciertos elementos de lo percibido, descuidando el resto. Démonos cuenta de que todos estos elementos pertenecen también a la percepción: no sólo lo sensible, que va de suyo, sino también lo interesado y lo anímico. Se puede decir que la percepción se trasciende a sí misma, va más allá de su dimensión meramente sensible para llevarnos a un mundo de significados anímicos concomitante con un mundo de intereses prácticos, algo que no le pertenece de modo directo, pero sí oblicuo, y cuya presencia y origen pasa con frecuencia desapercibido.

Desapercibido y oblicuo, todo ello se da de hecho en nuestras percepciones cotidianas, tan familiarmente que no caemos en ello. Pero el análisis fáctico de la percepción así nos lo hace ver: la información sensible aparece entretejida con la anímica y la práctica cuando aquélla se le hace presente a un observador; dimensiones que no se extraen de un análisis realizado a posterori, ni pertenecen a una segunda percepción, sino que la constituyen desde el momento en que se da. Tanto es así que sólo cayendo en la cuenta podemos desplazar lo práctico y lo anímico para intentar emprender o comprender el percibir ‘objetivo’. Pero, hasta ese momento, esos contenidos son tan actuales como los sensibles. El percibir primario no es aséptico, de modo que luego se añade lo anímico y lo práctico; todo lo contrario: el percibir primario es intencional, vital, generándonos violencia desprendernos de estos elementos para hacernos eco de lo objetivo de la percepción. Hay muchos ejemplos de ello: la ternura de la mirada del protagonista del cuadro, la delicadeza del velo que cubre el rostro de la mujer esculpida, la firmeza de ese sonido casi desapercibido que sostiene la melodía...

Y es en torno a estos contenidos anímicos que se agrupa de modo predominante el resto de la composición, llenándose todo lo externo con ese interior, un interior que, si bien no se percibe explícitamente, lo cierto es que guía y organiza la percepción. Percibimos traspasando lo percibido, elevándolo, algo que hacemos de modo acostumbrado, tan acostumbradamente que su familiaridad nos dificulta atender a tan prodigioso fenómeno; proceso opuesto al que sigue el artista, con su talento para propiciar tales percepciones en su obra.

Pues bien, lo mismo cabe decir de los componentes sentimentales en la percepción, que se dan sobre todo cuando nos relacionamos con las personas. Este coloreado sentimental podría entenderse como una parte del percibir anímico, como aquella parte suya que tiene que ver en concreto con el modo humano de comprender nuestra afectividad. Podemos, efectivamente, ‘ver’ la determinación oculta de un hombre, así como ‘gustar’ la acidez de su carácter. Es algo que hacemos de continuo: ¿acaso no descansa en ello el secreto de las ‘primeras impresiones’? De hecho, tan familiar nos es dicho fenómeno que no dudamos en extrapolarlo a los entes y sucesos de la naturaleza con facilidad. Ya no sólo percibimos anímicamente las cosas, sino emocionalmente; así, vemos la alegría de una persona al ver la expresión de su rostro del mismo modo que vemos la alegría de un paisaje primaveral al amanecer, o el helor del sonido del viento entre los edificios urbanos. Lo alegre y lo amenazador se percibe en un paisaje tan objetivamente como el verdor del paisaje o el silbido del viento. Y, análogamente, sólo se pueden separar estas dimensiones tras un análisis posterior, no en el seno de la misma percepción en su ejecución.

Y este es el asunto: que las cosas del mundo se nos aparecen de modo inmediato en la percepción con elementos sentimentales; y se nos dan ‘a una’ con los objetivos, no como unos agregados que añade el espectador, de modo análogo a como ocurría con los intereses y los contenidos anímicos. Vinculamos experiencias personales con el modo en que las cosas se nos hacen presentes en su percepción, vinculaciones que no son meramente arbitrarias, sino que muy bien pueden tener una base objetiva: peligros, amenazas, alegría, serenidad, etc.; si las descubrimos en determinados objetos es porque esas experiencias ya forman parte de nuestro haber, que seguramente revivimos de algún modo al encontrarnos con esos objetos. Asociamos las manifestaciones de la naturaleza con distintos estados de ánimo, estados de ánimo que incluso se expresan mejor cuando los referimos a dichas manifestaciones. Emerson lo expresa bellamente en el ensayo Naturaleza: «Un hombre enfurecido es un león; un hombre astuto, un zorro; un hombre firme, una roca; un hombre sabio, una antorcha. Un cordero es la inocencia, una serpiente es la sibilina maldad, las flores nos sugieren delicados afectos». No, no percibimos asépticamente las cosas, sino que las percibimos referidas a nosotros, a nuestra experiencia. Las cosas están abiertas a nosotros, del mismo modo que nosotros estamos abiertos a ellas.

4 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo con su análisis. Y creo que el hecho de que nuestra percepción sensible no se pueda separar de su coloración sentimental y de su dimensión práctica probablemente tenga un origen evolutivo. Como he leído en algún sitio, las emociones serían mecanismos que evolucionaron para motivar conductas adaptativas que serían anteriores y mucho más antiguas que los procesos mentales asociados con la percepción consciente. Los sentimientos serían una evaluación del valor positivo o negativo de las condiciones de nuestro entorno. Un cordial saludo.

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    1. Estimado José Manuel, muchas gracias por tu valoración. No puedo estar más de acuerdo contigo. También pienso que lo afectivo, en sentido amplio, es más originario que lo mental y lo consciente. A mí me ayuda pensar cómo se dirige en la vida un animal, un mamífero superior, por ejemplo. Me refiero en base a qué ellos adoptan una conducta determinada y no otra. Ellos no 'piensan' como lo hacemos nosotros; ¿en base a qué se conducen? Creo que hay en ellos una dinámica vital-emocional, sentiente, que les es suficiente para vivir. Y creo que esa dinámica sentiente también está a la base de nuestra conducta, modalizada en nuestro caso por la presencia de la inteligencia. Pero esta inteligencia no es autónoma, pura, sino que se monta y emerge de esa estructura originaria vital-afectiva. Así lo pienso yo. Un saludo afectuoso.

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