11 de marzo de 2025

La impredecibilidad de la sociedad

Hace ya un tiempo hablábamos de las dificultades de la consideración mecanicista de una sociedad, sobre todo debido a lo que Maquiavelo denominaba ‘fortuna’, y que tiene que ver con lo impredecible. Pues bien, en unas páginas interesantes, Alasdair MacIntyre explica en Tras la virtud cuatro fuentes de impredecibilidad en el comportamiento humano, motivo por el cual difícilmente se puede prever tal y como intentan las ciencias sociales al modo en que las naturales prevén el comportamiento de la materia. Frente a aquellos que tratan de mecanizar la vida humana (así el conductismo), MacIntyre reivindica estas cuatro fuentes que impregnan de una impredecibilidad sistemática a la vida humana. Ojo: que la vida sea impredecible en muchos aspectos no implica que sea inexplicable, sino que su existencia difícilmente puede ser compatible con el determinismo propio de los objetos de estudio de las ciencias naturales. En su opinión, aunque no lo puede demostrar, y así lo dice, que la conducta humana sea impredecible no es algo contingente a la misma, de modo que en un futuro sí que puede haber vías para predecirla, sino algo esencial. Ciertamente, nada de lo que dice a continuación impide que se pueda llegar a esa conclusión, la de la contingencia, pero lo cierto es que esa conclusión va totalmente en contra de lo que dice a continuación, por lo que no la puede contemplar.

La primera fuente de impredecibilidad es la que denomina innovación conceptual radical, que tiene que ver con cómo surgen en el espíritu humano conceptos nuevos, los cuales no son resultado de meras combinaciones o yuxtaposiciones de los ya existentes. Él pone el ejemplo de la rueda, la cual no puede describirse antes de saber qué es una rueda y cuya propia descripción —y es aquí a dónde él quiere llegar— implica ya que uno se ha hecho con su concepto. Y el caso es que no se puede predecir cuándo se va a inventar la rueda, o cualquier otra cosa: simplemente, se da. Ciertamente hay invenciones que han sido predichas, aunque no responden a esta idea; estas predicciones suelen realizarse en base a la combinación de conceptos previos ya conocidos: si uno tiene en mente el concepto de pájaro y el de máquina, fácilmente puede imaginar que en un futuro más o menos próximo habrá máquinas que vuelen; el avión, pues, no responde a esta idea de innovación conceptual radical: puede ser algo nuevo, pero no algo radicalmente nuevo. Además de que, cuando se habla de impredecibilidad, no es exactamente un pronóstico de algo que en un momento dado ocurrirá, sino una previsión razonablemente fundamentada de que algo va a ocurrir y por qué. Esto, en una innovación conceptual radical, no es posible. Por este motivo la misma ciencia no puede predecir cuál va a ser su andadura, sorprendiéndose frecuentemente a sí misma. Que las innovaciones conceptuales radicales sean impredecibles no quiere decir que no sean explicables a posteriori: generalmente son explicables ‘después de’, difícilmente ‘antes de’. La aplicación de esta circunstancia al mundo social es evidente.

Hans Baluschek; "City Corner" (1929)
La segunda fuente tiene que ver con el modo en que cada persona dirige su vida. Nuestra vida es, en su ser vivida, un transitar una serie de encrucijadas, de mayor o menor relevancia, ante cada una de las cuales se nos abren varias posibilidades. Optar por una implica adoptar una posibilidad y desestimar no sólo las otras, sino todas las posibilidades que se nos hubieran abierto escogiéndolas a ellas, ya que nos hemos de contentar únicamente con las nuevas posibilidades que nos brinda la opción elegida. De alguna manera, las distintas posibilidades que se nos brindan, así como los resultados consecuentes a cada una de ellas, están presentes en nuestra deliberación, siendo cada nudo de esta ramificación un elemento a valorar y sobre el cual no hay todavía una decisión adoptada. Obvia decir lo difícil (¿imposible?) que es predecir en este sentido una conducta. Quizá un observador perfectamente informado pueda intentar predecir qué decisión tomaré, pero difícilmente podrá ser capaz de determinar cómo mi conducta interfiere en su vida, o en la vida de otros, o la conducta de los otros en la mía. Porque lo cierto es que toda conducta de uno afecta en mayor o menor medida a la vida de los demás. Su misma conducta —la del observador¬— influirá en la de otros, siendo yo uno de esos otros, con lo cual, para poder predecir lo que yo voy a hacer, debería ser capaz de determinar cómo su comportamiento influye en el mío, algo que no es posible cuando él tampoco sabe qué va a hacer exactamente. «Se sigue de ahí que si el observador no puede predecir el impacto de sus acciones futuras en mis futuras decisiones, no puede predecir tampoco mis futuras acciones mejor que las suyas propias. Y esto es válido para todo agente y para todo observador». Si uno no es capaz de predecir su propia conducta aun en el caso de que sólo dependa de sus decisiones, mucho menos siendo consciente de que le pueden afectar tanto las decisiones de otros como diferentes circunstancias que no es capaz de contemplar, y que van a influir en su decisión.

Una tercera fuente de impredecibilidad tiene que ver con el cruce de intencionalidades que se entremezclan en el día a día de nuestras vidas. Por lo general, cuando hacemos algo, ello no suele responder a un único motivo, sino que se entrecruzan en nuestra deliberación otros intereses, algunos conscientes y otros no, pesando en la decisión a adoptar. Cuando se hace algo, se tiene en mente su implicación más directa, pero también otras implicaciones que, mediante rodeos sutiles, tenemos en consideración. Hacemos algo porque así a la vez, aprovechamos para esto otro, o nos puede servir también para aquello que teníamos pendiente, etc. El escenario en el cual tomamos estas decisiones no es homogéneo ni definido, sino que cada una de esas implicaciones tendrá mayor o menor relevancia para nosotros, así como sus consecuencias.

Nuestros actos no se pueden reducir a un único motivo, ni mucho menos; ni tampoco ocurre que podamos plantearnos todas las motivaciones posibles, sino que esto es un proceso abierto, en el que nuevos factores pueden hacer acto de presencia en cualquier momento: una llamada inesperada, un malestar, una visita agradable… Como ocurrió con la bella nariz de Cleopatra que enamoró a Marco Antonio y cambió el rumbo del Imperio Romano, cualquier hecho contingente y trivial puede influir en las decisiones más importantes. Cuánto más en nuestras decisiones cotidianas. Es la pura contingencia de nuestras vidas.

Si esto es así, si la vida es intrínsecamente impredecible, ¿qué función tienen exactamente todos los estudios de ‘eficacia gerencial’ que tratan de dirigir y de tomar las decisiones que competen a la sociedad en general? ¿No se tratará de una ficción pensar que sirven para algo? Genera violencia pensar que sí a esta última pregunta, pero no es tan fácil definir su función. Comprender el pasado… ¿para? Se supone que, para aplicarlo al futuro, pero ¿hasta qué punto se puede predecir el futuro social? Fácilmente se toma una decisión para resolver un problema, afectando problemáticamente a otros asuntos. MacIntyre es crítico con ello, aunque no es un ‘negacionista’ a ultranza: «no quiero decir que las actividades de los supuestos expertos no tengan efectos, que no padezcamos tales efectos y que no los padezcamos gravemente. Sin embargo, la noción de control social encarnada en la noción de pericia es, en realidad, una ficción. Nuestro orden social está, en el sentido más literal, fuera de nuestro control y del de cualquiera. Nadie está ni puede estar encargado de él», frase que da que pensar.

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