Estos capítulos, en continuación con el anterior, los dedica Hannah Arendt a explicar cómo se fue dando la deportación de los judíos en el seno de cada uno de los Estados que el Reich se iba anexionando. Eichmann iba enviando ‘asesores’ a los distintos países para gestionar este asunto, gestores caracterizados por poseer la suficiente despiadada dureza para ‘tratar de estos asuntos tan desagradables para todos’. No voy aquí a hacer una relación de lo que ocurrió país por país (supongo que será mucho más interesante acudir al propio libro). Simplemente voy a destacar aquellas ideas que me han parecido más relevantes.
Por ejemplo, fue interesante observar los distintos comportamientos de cada país. La suposición de Hitler de que en general los países europeos iban a colaborar (o por lo menos no iban a poner demasiadas dificultades) en el ‘problema’ judío, no se cumplió. Hubo comportamientos verdaderamente ejemplares, aunque por desgracia también los hubo denigrantes. Se puede decir que la forma de actuar en general fue similar a la de Francia: ante la simple deportación de judíos apátridas no pusieron demasiadas pegas. Pero esta actitud cambiaba bajo dos circunstancias: cuando se trataba de judíos del propio país en cuestión, o cuando se conocía el terrible destino que les esperaba (que al principio no se sabía). También se generaba una oposición importante cuando los alemanes decían que en los convoyes se incluyeran también mujeres y niños. Desde estas condiciones, en general la actitud del gobierno sometido solía cambiar y empezaba a dificultar las deportaciones, cada uno fiel a su cultura nacional (estoy pensando en la actitud italiana, saboteadora, irritante,… incluso cómica a veces). Curiosamente, y este dato es muy importante, la actitud alemana solía fragmentarse cuando se encontraba con gente no dispuesta a colaborar; como dice Arendt, «en realidad, resultó que los nazis carecían de personal y de fuerza de voluntad para seguir siendo ‘duros’ cuando se enfrentaban con una oposición decidida».
Claro,
los alemanes necesitaban de la colaboración de las instituciones locales
(recordemos que a menudo echaban manos de propios grupos judíos para manejar a
la gran masa). Y hubo casos, como en Bélgica en que esta colaboración no se
dio: ni la policía, ni los responsables del tráfico ferroviario, etc. se lo pusieron
nada fácil. Por ejemplo, «procuraban dejar abiertas las puertas de los vagones,
e ideaban estratagemas de todo género para permitir que los judíos escaparan» (y
supongo que a la vez, jugándose sus vidas los propios belgas). Genial. En
Holanda (país que estaba totalmente a merced de los alemanes), por su parte, se
dieron huelgas estudiantiles cuando sus profesores judíos fueron deportados.
Sólo ocurrió allí. Pero por desgracia, allí había también un movimiento
pro-nazi, e incluso entre los judíos había enfrentamientos (entre los apátridas
y los nacionales), lo que favoreció la creación de Consejos Judíos que
colaboraron con los nazis con la idea de que sólo los judíos extranjeros y los
alemanes serían deportados. Nada más lejos de la realidad. El resultado fue
terrible, similar a lo ocurrido en Polonia. No pongo cifras porque son
escalofriantes; se habla de miles y de decenas de miles de personas como si
nada.
Sorprendente
(para bien) fue el comportamiento escandinavo. Recordemos que a pesar de que
Finlandia se unió al eje, fue el único país en el que no se hicieron
deportaciones, y que Suecia permaneció neutral. Hitler pensaba que en la
península escandinava iba a encontrar todo tipo de facilidades, ‘hermanos de
sangre’ como eran. Pero no fue así. Suecia no paraba de facilitar asilo e
incluso la nacionalización a todo judío, en colaboración con Noruega… y con
Dinamarca. La actitud danesa fue encomiable, tanto que los alemanes allí
destinados no pudieron sino sucumbir ante el poder de su honestidad y
comportamiento humanitario. Desde el principio, ya el rey se situó a favor de
los judíos, poniéndose él mismo el brazalete amarillo; y desde el principio,
obstaculizaron el trabajo alemán. Todo lo que intentaban allí los nazis
fracasaba; por ejemplo, los trabajadores en sus astilleros se negaban a reparar
los buques de guerra alemanes cuando más falta les hacía (y hacían lo que
podían para embarcar por las noches a judíos hacia Suecia). Y lo sorprendente
es que poco a poco la actitud de los oficiales alemanes fue cambiando,
negándose a realizar órdenes que les llegaban de Alemania. «Cuando se
enfrentaron con una resistencia basada en razones de principio, su ‘dureza’ se
derritió como mantequilla puesta al fuego, e incluso dieron muestras de cierta auténtica
valentía». Qué diferencia con Nuremberg, donde aunque la mayoría de los
acusados sabían que iban a ser condenados, en general no tuvieron agallas para
defender la ideología nazi.
Una actitud menos loable
tuvieron en los países de la Europa del Este (quizá a excepción de Serbia, o de
Bulgaria) o de la Europa Central, a los cuales Hitler les solía prometer
aumentar su territorio o su independencia política. Los gobiernos utilizaron
las circunstancias para aprovecharse de la situación, bien a nivel étnico bien
a nivel económico. Destacable por su crueldad es el comportamiento de Ion
Antonescu, mariscal de Rumanía. El celo por la deportación parecía superior a la
de los mismos alemanes; y el horror que provocaban, indescriptible (como
encerrar a miles de personas en vagones de carga, totalmente comprimidas, y
rodar por los campos hasta que murieran de asfixia, durante días y días; por no
hablar de los propios campos de concentración rumanos; o aprovecharse de su
riqueza para ‘venderles’ la posibilidad de emigrar a la zona de Palestina).
Dice Arendt, que Antonescu no es que fuera peor que Hitler, sino que
sencillamente le precedía en el tiempo, siempre estaba un paso adelante. «Él
fue el primero en privar a los judíos de su nacionalidad, y él fue quien
comenzó las matanzas a gran escala, sin ocultaciones y con total desvergüenza,
en una época en que los alemanes todavía se preocupaban de mantener en secreto
sus primeros experimentos. Él fue quien tuvo la idea de vender judíos, más de
un año antes de que Himmler hiciera la oferta de ‘sangre a cambio de camiones’,
y él fue quien terminó, cual haría después Himmler, por suspender el asunto
como si se hubiera tratado de una broma». Sin comentarios. También fue terrible
lo ocurrido en Hungría, cuyas deportaciones (que incluso cuando ya no podían
ser por vía ferroviaria se realizaban a pie) no podían ser absorbidas por los
campos de concentración alemanes, y muchos de ellos eran utilizados como mano
de obra en las fábricas que se habían levantado ‘estratégicamente’ en las
cercanías de los campos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario