La reflexión fenomenológica nos sitúa en un horizonte distinto a los otros dos grandes horizontes de la historia: el realista clásico y el idealista moderno; horizonte que debido a su carga de novedad genera no pocos problemas. Su gran aportación podría ser su afirmación de que en el acto perceptivo, no se trata de dos polos sueltos (sujeto y objeto) que en un momento dado se juntan, sino que de lo que se trata es de que los dos se deben mutuamente: el objeto se debe al sujeto que lo percibe, y el sujeto se debe al objeto que es percibido. Esta relación bidireccional es algo chocante, sobre todo en el segundo sentido: ¿cómo es que el sujeto se debe al objeto?, ¿cómo se va a deber el sujeto al objeto si el sujeto ya existe, si ya es, independientemente de lo que perciba y del percibir mismo?
No es ésta una pregunta fácil de responder. Hoy en día está asumido que el sujeto ‘construye’ la realidad en cuanto percibida; sí, reconoce que hay algo otro a él, pero que al conocerlo no todo es puesto por el objeto sino que él también pone (y mucho) en su percepción. Pero, ¿y en el otro sentido? ¿Qué tiene que ver la cosa para mi propia existencia? Esto es harina de otro costal. Y para comprenderlo entiendo que debemos situarnos en lo que es el núcleo profundo de la fenomenología, del que quisiera destacar dos aspectos: el primero, situado en el orden del ‘ser’, tiene que ver con qué es el ‘ser’ para la fenomenología; el segundo, situado en la relación sujeto-objeto, con su carácter específico.
Vamos con el primero. La
fenomenología husserliana establece su punto de partida en la relación
sujeto-objeto, de modo que tanto uno como otro (el sujeto y el objeto) alcanzan
su esencia en dicha relación, y no fuera de ella. Y esto es clave: no se
preocupan tanto de los dos polos de la relación fuera de dicha relación como en
su seno. Es en ella (en la relación) donde ambos alcanzan su ser. Por lo que da a las cosas, la cosa
‘es’ en tanto que aprehendida, su ‘ser’ no es otra cosa que su aprehensión por
parte del sujeto en la relación noético-noemática, aprehensión apoyada en su
presentación ante el sujeto. Esta presentación no es sino lo que constituye el fenómeno; fenómeno que en primera
instancia no es algo problemático para Husserl ya que es sencillamente todo
aquello que se manifiesta en tanto que se manifiesta. De la cosa sólo le
interesa a Husserl el fenómeno, esto es, lo percibido.
¿Y por lo que da al
sujeto? Aquí está la cuestión: ¿ante quién o ante qué se manifiesta el
fenómeno?, ¿quién o qué lo percibe? Husserl dirá: la conciencia. Conciencia que a su vez sólo es en la medida en que está percibiendo (recordemos lo que decía
Ortega en referencia al pensamiento). La conciencia sin percibir no es; la
conciencia sólo puede ser en tanto que percibiendo. Percibiendo… ¿qué? Pues
percibiendo lo que puede percibir, a saber: el fenómeno. Éste es el acto
fundamental fenomenológico, el acto noético-noemático: noético (noesis) por lo que da a la conciencia,
noemático (noema) por lo que da a la
cosa. Por eso dice Husserl que la relación noético-noemática constituye no sólo
al ser de la cosa en tanto que objeto del conocimiento, sino que también
constituye al ser de la persona en tanto que sujeto del conocimiento. Estamos
hablando de una relación puramente cognoscitiva, de conciencia del sujeto a
esencia del objeto.
Esto nos puede llevar a
plantearnos algunos interrogantes. Por ejemplo, surge la cuestión de lo que sea
el ser humano en tanto que ser vivo, con sus estructuras fisiológicas, biológicas,
etc.; estructuras que son las que posibilitan el hecho de la conciencia. Esta
cuestión en principio no preocupa al fenomenólogo. O también surge la cuestión
de lo que supone que la fenomenología establezca la relación sujeto-objeto en
términos intelectivos, en términos de conciencia. ¿Por qué sólo de conciencia?
¿Acaso es el único modo de relacionarse con la realidad, el intelectivo?
Esto último nos lleva al segundo
aspecto que comentaba más arriba, al carácter de la relación sujeto-objeto. En
primer lugar, para Husserl esta relación no es problemática ya que no es tanto
una re-presentación de algo sino una presentación, que es distinto. Sin
embargo, ¿en qué términos se da esta presentación? Como decía, en términos
intelectivos. Y la pregunta es: ¿se agota toda la realidad en el hecho
intelectivo? O dicho de otro modo: ¿la realidad sólo es aquello que puede ser
inteligido? Y la misma cuestión pero planteada desde el ser humano: ¿agota por
su parte la ‘conciencia’ todo lo que es el ser humano?, ¿es el ser humano
conciencia únicamente, o es algo más? Estas cuestiones son muy importantes, y
para la fenomenología son presupuesto de entrada que no es discutido,
cuando es más que discutible.
No se puede negar la
importancia de la reflexión fenomenológica, pero tal y como pone de manifiesto
buena parte de la filosofía contemporánea, cabe preguntarse si es suficiente.
La fenomenología no hace sino continuar toda una tradición filosófica
occidental en la que se ha primado el ejercicio intelectivo. El ejercicio de la
inteligencia supuso la ‘salvación’ del hombre allá en la Grecia antigua,
permitiéndole superar la etapa mítica y preguntarse filosóficamente por las
cosas. Pero, ¿el ser humano es sólo inteligencia? Acaso lo que hagamos si así
pensamos no sea sino identificar nuestro pensar con el ser de las cosas, o lo
que ellas sean (o nosotros) con su objetividad (o nuestra subjetividad); de
modo que lo que no quepa en este esquema, esté destinado a ser abandonado u
olvidado.