Tradicionalmente ha sido común a la hora de estudiar al ser humano
atender a lo que en principio nos diferencia del resto de seres vivos, y que
regularmente se ha cifrado en torno al ejercicio racional. Si bien esta
tendencia hoy en día está siendo superada (quizá en algunos sectores demasiado
enfatizadamente) no pensemos que su origen es muy antiguo. Efectivamente, tanto
desde la filosofía como desde otros ámbitos del conocimiento humano se ha
incidido más en lo específicamente humano que en lo que compartimos con el
reino de lo vivo. Qué duda cabe que el ser humano posee unas especificidades
propias que le llevan a ser diferente del resto de todos los seres vivos; pero eso
específicamente humano no se sostiene ‘en el aire’ sino que se ejerce apoyado en
unas estructuras fisiológicas, estructuras que si bien por un lado también son
constitutivas de su organismo, por el otro le ‘conectan’ con otros seres vivos,
o cuanto menos le proporcionan un modo de relacionarse con la realidad
compartida de alguna manera con ellos.
En la filosofía en concreto este enfoque ha tenido una relevancia
notable, ya que se han considerado a esas características o facultades humanas (su
inteligencia, su capacidad de raciocinio o de reflexión, sus posibilidades
psíquicas,…) como lo verdaderamente importante, mientras que aquello sobre lo
que estaba ‘montado’ (el cuerpo, las estructuras fisiológicas) permanecía en un
ámbito ignorado, e incluso molesto. Sí que es cierto que se han tratado estos
elementos en algunas filosofías, pero tampoco es menos cierto que se ha
realizado un tanto colateralmente, como de refilón, sin ser tratados
temáticamente. Sin embargo, en el siglo XX se dan corrientes que operan en este
sentido, y están abriendo vías de reflexión muy interesantes.
Y una cuestión que para nada está tan clara es identificar qué es exactamente eso que nos diferencia específicamente. Diremos enseguida que es la razón, la reflexión,… pero a poco que pensemos en ello nos daremos cuenta de que no está tan claro. No quiero decir con ello que no haya una diferencia notable, sino que a la hora de conceptuarlo es más complicado. Y una primera razón es porque los distintos términos no se utilizan unívocamente, lo que hace preceptiva la tarea de aclararlos previamente; a menudo se utilizan con cierta facilidad y por ello pueden dar lugar a confusión. Me refiero a conceptos como inteligencia, razón, cognición, sentimiento, emoción, concepto, intención, voluntad, motivación, instinto,… Todos estos conceptos pueden sernos más o menos familiares, pero empleados con cierta alegría pueden dar lugar como digo a confusión, pues para nada hay un acuerdo unánime en cuanto al significado con que es usado.
Un ejemplo de esta problemática lo podemos encontrar en la denominada ‘inteligencia animal’. Que en los animales sobre todo superiores hay cierta actividad cognitiva creo que es algo obvio. Quien tenga o haya tenido un animal de compañía se habrá visto sorprendido multitud de veces por su comportamiento: sin ir más lejos podemos ver cómo poseen memoria, aprenden conductas, reconocen personas,… La cuestión es si esa actividad cognitiva puede ser denominada inteligencia como tal o no.
Aunque para ello deberíamos aclararnos en la definición de
lo que sea inteligencia. ¿Qué es inteligencia? ¿Puede equipararse con cualquier
actividad cognitiva o es algo diferente? Tradicionalmente se ha realizado la
distinción en el ser humano entre entendimiento y razón. Entendimiento era
considerado como algo más horizontal y la razón como algo más vertical. Me
explico. El entendimiento tendría que ver con un primer modo de situarse ante
las cosas, como más inmediato, más intuitivo si se quiere,… y la razón como la
capacidad que nos permite ir precisamente más allá de eso inmediato, de
sobrevolarlo para poder aumentar el conocimiento. Según esa distinción, se ha
considerado que en el reino animal también se da cierto entendimiento, de modo
que entre los animales y los humanos habría una diferencia de grado, no
cualitativa; ésta —la diferencia cualitativa— se daría con la razón, que ya es específicamente
humana y que nos permite reflexionar, elaborar conceptos, abstraer ideas, etc.
Sin embargo, yo me pregunto si esta diferencia es adecuada. Ya
no tanto por lo que toca a la razón como por lo que toca al entendimiento. Porque
a mi modo de ver entre la actividad cognitiva animal y la humana, aun en estos
casos que podemos englobar dentro del entendimiento, no es meramente gradual
sino también cualitativa. El ser humano no se relaciona con las cosas
inmediatas igual que lo hacen el resto de seres vivos. Hay un algo que nos
diferencia. Y ¿qué es eso que nos diferencia? Pues que podemos tomar cierta
distancia de nuestro entorno, distancia que es la que nos permite precisamente
poder ejercer otros modos de la actividad cognitiva, yendo más allá de lo que
primeramente intuimos desde el entendimiento. Gracias a que podemos
distanciarnos de nuestro entorno, podemos considerar a las cosas no como algo
que está —digamos— implicado en nuestra vida, sino como algo que está ahí, y
que está ahí independientemente de nosotros. El animal no puede hacer eso, sino
que necesariamente cuando aprehenda alguna cosa se verá inmiscuido en un
proceso de respuesta del que ya no es dueño, sino que se debe a él. Pero el ser
humano no: él puede ‘suspender’ su respuesta, puede ‘tomar distancia’, puede ‘soltarse’
de su entorno,… Pues bien, esta característica o facultad específicamente
humana es la que Zubiri denomina inteligencia.
Inteligencia sería para él la facultad que nos permite
aprehender las cosas como ‘de suyo’, como siendo ‘de suyo’ lo que son,
independientemente de pertenecer a mi proceso aprehensivo o no.
Y a partir de ahí, a partir de ese momento ‘primordial’ se
montarían los modos ulteriores de intelección, y que él denomina logos y razón. No sé yo si se podría
hacer una analogía entre la clásica pareja entendimiento-razón y el logos-razón zubiriano; yo creo que sí,
siempre sin perder de vista el modo en que él tiene de conceptuar el proceso
gnoseológico, apoyado fuertemente en su visión metafísica de la realidad.
Pero no quería acabar el post sin poner de manifiesto algo
que no es menos importante, y que enlaza con la idea con que lo comenzamos. Zubiri
tiene claro que esa facultad específicamente humana, la inteligencia, no se da
por sí sola sino que no puede darse si no es a una con la sensibilidad fisiológica:
no se trata de que nuestros sentidos fisiológicos nos ofrezcan la información
para que el cerebro se ponga a pensar. No, no es eso: de lo que se trata es que
el modo de ejercer la inteligencia humana es un modo sentiente, hasta el punto
de que no es posible ejercer la inteligencia de un modo ‘no sentiente’. Es por
ello que él habla no sólo de ‘inteligencia sentiente’ sino también de ‘sentir
inteligente’. Esta idea es complicada, pero es muy sugerente, porque por un
lado pone de manifiesto el arraigo que el ser humano posee con la realidad física
(con su realidad física), y por el otro nos abre unas vías insospechadas para
poder recorrer caminos de aprehensión de la realidad frecuentemente ignorados.
Ahora bien: ¿de qué estamos hablando
cuando hablamos de ‘sentir inteligente’ o de ‘inteligencia sentiente’?, ¿qué
quiere decir que ejercemos la inteligencia a una con los sentidos? Esta es la
cuestión.
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