Como decía en el anterior
post, no es tan sencillo salir de nuestro mundo
fenomenológico, de lo que es mi vida
orteguiana. El mismo Ortega se hacía eco de ello cuando afirmaba que sólo puedo
obtener certeza de aquello con lo que me encuentro en mi vida y en tanto que me
encuentro con ello. Pero él también era consciente (como tantos otros) de que
al ser humano no le vale únicamente con permanecer en 'mi vida' o en mi 'mundo',
sino que precisa ir más allá de lo que en primera instancia se le aparece. Y
ahí comienza el problema.
Problema cuya solución se
ha buscado en buena parte de la tradición filosófica contemporánea atendiendo a
la facultad intelectual. Hablé en su día de la hermenéutica, como también
podría haber hablado de otras corrientes (filosofía analítica,
estructuralismo,…). A mi modo de ver, en todas ellas se buscan nuevos modos de
acceso a lo real, o de comprenderlo, pero sin acabar de soltar el lastre provocado
por la supremacía de lo intelectivo. Se intentaban superar las limitaciones
propias de una inteligencia meramente conceptiva, abstracta, mediante un uso
diferente de la misma facultad: la inteligencia.
La cuestión a plantear es
si el ser humano sólo puede aprehender la realidad desde su inteligencia, o
tiene otras vías para hacerlo. Quizá para dar entrada a esto que estoy diciendo
podamos servirnos del residuo
fenomenológico. Husserl nos hablaba de la relación noético-noemática en su 'vuelta'
a las cosas, pero era consciente de que en dicha aprehensión fenomenológica no
se aprehendía la cosa real como tal, sino que se aprehendía la cosa en tanto
que objeto fenomenológico, en tanto que noema. Y aquello que no era aprehendido,
le denominaba así: residuo. Ahora bien, ¿qué hacer con este residuo? ¿Acaso
este residuo no existe? ¿Por qué abandonarlo?
Pero el caso es que tal
residuo no era aprehensible intelectivamente, no era conceptuable. La
conceptuación, la definición, no hace sino recortar la realidad para
‘adaptarla’ a lo conceptuado, para adaptarla a los esquemas conceptivos. La
definición lima diferencias para unificar, condición de posibilidad de la
definición. Pero lo real es lo concreto, que no es idéntico al concepto, y que
en su existir presenta diferencias… Es por ello que otros autores intentaron
huir del imperio de lo conceptivo (como también hicieron tantos autores
existencialistas y/o vitalistas) pero de otro modo. ¿Acaso la realidad sólo es
aquello que puede ser inteligido? ¿No habrá realidad más allá de lo que
nosotros podamos inteligir? Sí, pero: ¿cómo aprehenderla? Pues mediante nuestra
facultad afectiva: damos entrada así a otro tipo de entender la metafísica: es
la metafísica intramundana.
Desde ella se abre un panorama diverso de encuentro con lo real. No se trata de quedarse en un mero estatus sentimental, sino de aprehender la realidad, como decía Bergson, mediante una simpatía radical y profunda, que nos permita aprehenderla precisamente en su concreción, en su individualidad, en su riqueza, en su dinamicidad,… haciéndonos uno con ella. No se trata de abandonar lo intelectivo, sino de ejercerlo desde un cuadro de coordenadas que no es meramente intelectivo sino a una afectivo también. Ello implica una transformación de nuestra actitud intelectual, de modo que si no se da dicha transformación no se puede acceder a este modo de aprehender la realidad.
Porque de lo que se trata es como de un ver desde dentro, como si fuésemos capaces de hacernos uno con las cosas y ver como desde dentro de ellas hacia afuera; de poseer una visión interior y unificadora de la realidad, capaz de trascender lo subjetivo y lo objetivo no de modo cognitivo (o no únicamente de modo cognitivo) sino también afectivamente, trascendiendo la interioridad y la exterioridad. El ‘abismo’ entre sujeto y objeto queda así abolido, pues tal distancia es superada por la visión integradora que surge de lo profundo, y que no precisa de argumentación porque se sabe de alguna manera desconocida, sencillamente, que es verdad.
Hay que entender muy bien de qué estamos hablando cuando hablamos de esta dimensión afectiva. Porque no se trata de hablar de los sentimientos al uso, sino que es otra cosa. Se trata de crear y de cuidar en nosotros (recordemos nuestra transformación personal, conversión dirá María Zambrano) una dimensión afectiva profunda, una experiencia de lo real desde la cual podremos adquirir un sentir originario que nos permitirá aprehender la realidad de modo previo a cualquier conceptuación o expresión, una experiencia prelógica y preconceptual en la que sencillamente estaremos en presencia de la realidad; y en ese momento, no seremos nosotros los que tengamos que ir tras la realidad, tras su conocimiento, tras su conquista,… sino que será la realidad la que verdadee (en feliz expresión de Zubiri), serán las cosas las que nos darán la razón o nos la quitarán. Insisto: no se trata de suprimir ni el esfuerzo intelectual ni el esfuerzo científico, sino de ejercerlos a la luz de este otro enfoque.
Es por esto que la línea de la metafísica intramundana ha derivado hacia un estudio muy interesante y fecundo de la estética filosófica, la cual ya no sólo se ocupa de la belleza y de lo artístico, sino también de nuestra facultad afectiva como modo de aprehensión de lo real. Como digo, no se trata ni únicamente de afectos, ni únicamente de inteligencia, sino de afectos e inteligencia, de inteligencia y afectos. El ser humano deja de ser un ‘inquisidor’ de la realidad para convertirse en un ser menesteroso, descubriendo y confiando en que una vez haya creado las condiciones para que la realidad primaria y originaria se le presente, así ocurrirá. Recordando a Zambrano, el intelectual (filósofo, científico,…) tradicionalmente se ha creído rey, cuando lo que hay que hacer es recuperar este aspecto estético, poético, afectivo, alcanzable únicamente cuando nos sabemos mendigos, menesterosos, anhelantes de que la realidad se nos haga presente de modo radical. Sólo cambiando nuestra actitud, sólo llegando a lo profundo de nosotros mismos, podremos alcanzar lo profundo de la realidad; y ello no es algo meramente intelectual, sino una experiencia vital que compete a todo lo que somos, una experiencia global y transformadora.